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ÚLTIMO PISO
Gwenn-Aëlle Folange Téry*
Lunes 2 de mayo de 2022
Cambia el pelaje la fiera
Cambia el cabello el anciano
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño
– Julio Numhauser.
Todo cambia, dicen los que saben…
Y sí.
No nada más cambiamos por dentro, no nada más crecemos, aprendemos, regurgitamos y volvemos a crecer.
El cuerpo… el cuerpo cambia caray.
Y sus cambios te llevan a tener que tomar decisiones que parecen pequeñas, pero que te cambian lo cotidiano.
Mira por ejemplo mis calzones:
Hace años pasé de los choninos sexis a los de “todo de algodón por favor, sobre todo el puente”. Empecé a preferir florecitas al encaje que sólo me hace sudar y que de todas maneras no miraba más que yo y nada más para darme cuenta de que ya se estaba descosiendo. Hoy en día, tengo que escoger entre los que tapan la panza caída y los que no. Si uso uno de tapa-panza, se nota el filo del resorte, haga lo que haga. Y si uso uno mini-mini-mini, pues lo que se nota es la avalancha de piel sobre la zona del pubis. Tengo de los dos estilos, y créeme, no es fácil escoger por las mañanas.
Otro ejemplo:
El champú. Muchos años usé uno que no picara los ojos, el de los niños, total ahí estaba. Luego empecé a escoger de nuevo el que huele rico, el que no enreda el cabello, el que te da un brillo sin comparación o, supremo lujo, el que trae acondicionador, el dos-en-uno. Hace un tiempo me pasé a los de hierbas, a los que te entintan ligeramente el cabello sin cambiarle el tono. Ahora compro uno matizante, para que mis canas se blanqueen en lugar de amarillarse y brillen cuando hay sol.
Aunque, ya fuera de guasa, hay cambios que duelen. Y como no hay vuelta atrás, a menos de renacer recordándolo todo de la vida presente, pues no queda más remedio que adaptarse.
Mi mamá ya no va a tejer con dos agujas. Uno de los dedos[1] que usa para eso ya no sirve, le duele terriblemente. El tejido es parte de su vida desde siempre, recuerdo que cuando chicos entrábamos temprano a su recámara a saludar por la mañana y ya estaba tejiendo, y con su negocio de suéteres tejidos a mano, sacó adelante a la familia durante años. Va a seguir tejiendo con gancho, bordando, cosiendo, se adapta, pero no es igual. Cuando tejes con dos agujas puedes leer al mismo tiempo o ver televisión, mirar una película en youtube. Con lo otro, los ojos deben de estar en tu trabajo y se necesita mucha luz. Ya no hay tardes ricas tejiendo sentada en el sillón del estudio, se acabó.
Es un pequeño ejemplo, de los que afectan considerablemente lo cotidiano. Y no, no se trata de echarle ganas, de vamos, a tu edad no eres vieja. El dedo le duele, no responde y ya.
Igual para nuestra sexualidad, o mejor dicho para nuestra manera de tener sexo. Que aquí en lo femenino te hablo de mí, conozco mi tema, y en lo masculino de lo que he oído.
Con la edad, el cambio en mis genitales ha sido obvio. Vellos blancos[2], casi transparentes, se nota la piel por debajo, se han vuelto ralos y delgaditos. Esa mutación ya la esperaba, vi una vez a una de mis abuelas desnuda y casi me desmayo de la impresión: ¿cómo, además de salirte barba a cierta edad, se te despinta aquello? ¡Carrrrambas¡ Pero lo que más me aqueja es la resequedad vaginal. Claro que hay terapias, y pastillas, y cremas, pero te juro que por dentro no se siente como antes. Duele, raspa, irrita o al revés, con algún gel lubricante, parece pista de hielo, todo se resbala y no hay manera de sentir algo rico, no da tiempo. Y luego el desgane, el prefiero dormir, leer, platicar, ver tele. Y me adapto, me adapté. A la hora de la hora, le aviso al mareado/amante experto/conocedor de mi cuerpo que así no, que mejor luego, que primero aquello[3]. Y sí, a veces me aguanto, porque no estoy sola en la movida.
Pienso que las mujeres vamos de gane en comparación de los hombres. Para empezar, no es un tema tabú lo de la resequedad y cansancio amoroso, sólo chance no se habla de eso en la sobremesa familiar, pero tabú no es. Hay infinidad de remedios comerciales, caseros, químicos, herbales, emocionales. Entre mujeres lo hablamos, lo discutimos, nos damos ideas. Y tenemos sensibilidad deliciosa en los pezones, todavía, y un clítoris receptivo, mucho, todavía. Tampoco hay chistes repetitivos desde que somos niñas sobre nuestros genitales, o por lo menos, yo no los he oído.
En cambio para los hombres es muy distinto el asunto.
Es algo que no se habla, de lo que se avergüenzan.
Recuerdo que un día hablaba del tema con una amiga, en un café muy concurrido. Hice un gesto con la mano, onda “feneció aquella rama” y ella me pidió que lo dejara de hacer porque los demás comensales se iban a dar cuenta de lo que hablábamos. Porque de “eso” no se haba. Y mucho menos se consulta a un médico. Y no, nunca les había pasado antes, aseguran como si fuera importante. Y no hablemos de los chistes sobre la famosa pastilla azul, caray, parece que se está mencionando un producto de contrabando.
Un amigo, en una conversación sobre lo años que han pasado, se puso de pie[4] y mirando hacia abajo, le habló a su pene: “¿Qué? ¿Por qué ya no funcionas, si esto te gusta?”
Fue tan fresco oír a un hombre hablar del tema tan fácilmente, tan naturalmente, sin palabras groseras, sin sonrojarse, sin bajar la voz, vamos sin hablar del pene del amigo del tío del vecino de enfrente. Había tres hombres con nosotros, y no, no todos le entraron al quite, el tema murió solito.
¿Qué pasa Hombres…? Pareciera que toda su hombría/personalidad/valor está en su pene, en su tamaño y capacidad de erección. ¿No ven que ustedes son mucho más que unos centímetros de carne?
¿Saben que a nosotras, además de la penetración en sí, nos gusta la tocada, la lamida, la besada? ¿Que si nos escuchan antes y después, no sólo cuando quieren agarrar[5], gozamos más y más seguido? ¿Que con un solo beso en el cuello, la vagina más recalcitrante se inunda de repente?
Claro, no estoy diciendo que para ustedes sea lo mismo, no hay nada como el estremecimiento final. No estoy tratando de decir que no importa.
Sólo digo que todo cambia, hasta la fuerza de la sangre en los vasos sanguíneos, y que hay que adaptarse, no dejarse ir.
Y si no acostumbras hablar con tu pareja cuando tienen sexo es el momento de hacerlo: Dile de tu vagina, que sepa que no es que esté haciendo algo mal, que sepa que te duele, que no piense que es falta de interés o de amor. Dile de tu pene, que sepa que no puedes, que sepa que te duele, que no piense que es falta de interés o de amor.
Notas:
[1] El dedo índice de la mano derecha si lo mueve hacia la izquierda.
[2] Además tengo que levantar la piel de mi panza para verlos.
[3] No es indicar qué te gusta, es indicar qué no lastima.
[4] Iba a poner “se paró”, pero luego nos hacemos bolas.
[5] Agarrar, sinónimo de coger.
* Gwenn-Aëlle Folange Téry es pintora y escritora.
Foto de portada: Gwenn-Aëlle Folange Téry.
2 Comentarios
Pues sí. Todo cambia. Y en general, todo tiene lado bueno, hablar de lo que sea, incluso lo más difícil, libera.
Cierto
Eliminemos los tabús