SOMOSMASS99
Alfonso Díaz Rey*
Viernes 13 de mayo de 2022
«Desaparezca la filosofía del despojo, y habrá desaparecido la filosofía de la guerra».
– Fidel
La guerra, en cualquier tiempo, ha significado muerte, destrucción y dolor para los seres humanos; en la naturaleza, además, provoca impactos en extremo adversos y a menudo irreversibles o con efectos que persisten durante largo tiempo. Por tales razones, toda guerra es condenable.
En toda guerra se trata de aniquilar o someter al enemigo para despojarle de algo, evitar el despojo o recuperar aquello que fue objeto del conflicto.
A partir del surgimiento del capitalismo la guerra se convirtió en el mecanismo mediante el cual los poderosos expandían sus territorios, su poder y sus riquezas, siempre a costa de otros más débiles. Así se produjeron las conquistas, ocupación de territorios, explotación de los pueblos y extracción ─despojo─ de inmensas riquezas en Asia, África y América, riquezas que financiaron durante mucho tiempo el desarrollo de un grupo de países y sumieron en el subdesarrollo y la dependencia, en todos los aspectos de la vida, a los conquistados u ocupados.
Aun cuando muchos pueblos, generalmente mediante cruentas luchas, alcanzaron su independencia en los dos pasados siglos, para muchos las relaciones de intercambio con los países más desarrollados estuvieron marcadas por una enorme desigualdad, situación que los condujo a profundizar tanto el subdesarrollo como la dependencia, que se volvió estructural.
Desde el surgimiento de los monopolios y el inicio de la fase imperialista del sistema, en el último cuarto del siglo XIX e inicios del XX, el capitalismo ha recurrido a la guerra para mitigar sus crisis, recurso que cada vez le funciona menos pues sus contradicciones, irresolubles, han ampliado el alcance y la magnitud de esos fenómenos, que ya no son solamente económicos sino que abarcan todos los aspectos del quehacer humano y de su entorno.
Las dos guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945) han sido guerras para dirimir contradicciones entre países imperialistas, en busca de ampliar mercados y asegurar el suministro de materias primas y mano de obra barata para el capital monopolista. Las guerras que les siguieron, en el fondo, no obstante los argumentos y pretextos para provocarlas, no difieren mucho en su objetivo.
La gran maquinaria propagandista y desinformativa de los centros de poder imperialista pretende que veamos las guerras como actos aislados, sin vinculación, de esa manera confunde y manipula a parte de la opinión pública, la hacen presa de la ideología burguesa y la convierten en defensora de quienes los oprimen y explotan.
Durante la existencia de la Unión Soviética y el campo socialista de Europa oriental, la lucha contra el fantasma del comunismo fue el argumento central de la política guerrerista del capitalismo. Tras la desaparición de la URSS y campo socialista europeo las guerras no cesaron, se crearon nuevos pretextos: la lucha contra el terrorismo, la defensa de los derechos humanos, la «democracia». Siempre los «malos» se han ubicado en los países objeto de la agresión imperialista, en aquellos que no se pliegan a los dictados de los centros de poder imperial y en los que rompen o mellan la hegemonía económica, científica, tecnológica o militar de ese poder.
El hecho de que, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, directa o indirectamente, Estados Unidos esté vinculado a todos los conflictos bélicos que han ocurrido, involucrando a otros países capitalistas, comprueba la dependencia que ese sistema tiene de la capacidad destructiva de las guerras para poder mantener su economía y subsistir, mientras crea las condiciones del siguiente conflicto.
Por ello, mientras exista el capitalismo existirán las guerras, ya que es la causa fundamental de ellas.
* Miembro del Frente Regional Ciudadano en Defensa de la Soberanía, en Salamanca, Guanajuato.
Foto de portada: Wikimedia Commons.
1 Comentario
Excelente artículo como siempre