SOMOSMASS99
Víctor Corona*
Lunes 9 de enero de 2023
22 de diciembre
El día anterior había sido el último día de colegio. Itzel estaba nerviosa pero descansada. Ya había pasado el festival de Nadal.
Manel estaba como siempre, a veces parece que pocas cosas le pueden afectar.
Siempre está contento.
Siempre sonríe.
Siempre ríe de todas mis bromas.
Siempre me da un besito.
Y eso que los últimos días habían sido algo tensos. Cuando no los tengo conmigo siempre pienso:
Debería aprovechar más el tiempo con ellos.
No mirar el teléfono.
No contestar el correo.
Sobre todo, no trabajar.
Pero por una cosa u otra siempre acabo incumpliendo mis promesas silenciosas.
Esas que hago cuando estoy en la cama, cubierto de oscuridad casi completa.
Pero la última semana Manel estuvo enfermo y no pudo ir a la escuela tres días.
Él lo celebró como si el Barça metiera un gol. O mejor aún, como si Ter Stegen hubiera atajado un penalti en el minuto 92.
M’avorreix molt el cole, me dice, en ocasiones.
Pero llega a la puerta y se encuentra al Pedro o al Arnau y se olvida de todo.
Sacan sus cromos y se van a ese universo desconocido para mí que es la escuela.
Estuvo enfermo y yo tenía un montón de trabajo. Un trabajo además de esos que es muy fácil culpar a los demás por no hacerlo bien. Un trabajo que había estado arrastrando meses y que tenía que entregar.
Solo me faltaba escribir.
Escribir.
Y eso a veces es muy duro.
Especialmente cuando se espera que digas algo inteligente.
Manel se estiraba en el sofá con ese pijama verde que se niega a sustituir.
Em queda bé papá i a més a més és molt calentet.
Me dice cuando le propongo otro.
Se acostaba a leer One Piece y reía.
A veces me contaba esas zagas de piratas que tanto tanto lo hacen soñar.
Pero allí estaba yo, amargado. Peleándome por no saber qué decir sobre el racismo en las clases de catalán para inmigrantes.
Escribiendo en esa lengua ajena propia que se ha vuelto tan cercana. Y pensando en lo absurdo de todo.
Pero el reloj seguía avanzando.
A Manel a veces lo atrapaba la fiebre y se apagaba. Se cubría con la manta hasta la cabeza y me decía papa tinc fred, tanca la finestra.
Pero la finestra estaba cerrada y pensaba putain, otra vez la fiebre.
Le daba un paracetamol, de esos que se deshacen en la boca y se dormía.
Tienes que beber agua.
Y bebía.
Después la fiebre se iba y las sonrisas volvían a aparecer.
Papa, vull spaguettis amb salsa de tomaquet.
Y me alegraba verlo así.
Aunque solo hubiera escrito 2 páginas.
Pero Itzel seguía en la escuela. Había que ir a buscarla y llevarla a lo que le tocara.
¿Qué es esta tarde?
¿Batucada?
¿Atletismo?
¿Piscina?
O quizá habrá quedado con una amiga para hacer los deberes.
Y sale del colegio y dice a su profe:
Ha vingut el meu pare per mi.
Y entonces yo la agarro de la mano, la abrazo, la beso y es como volver al desierto.
Como acariciar los algodones del Valle de Mexicali.
¿Hasta cuándo soportará que la abrace así?
Era el 21 de diciembre y era el último día del cole. Le propuse ir a alguna cafetería para el berenar pero ella me dijo que no, que Manel estaba en casa y pensé, tiene toda la razón. Vamos con el Manel.
Itzel es muy diferente a su hermano.
Siempre tan responsable.
Siempre con algo pendiente que la apura.
Que le preocupa.
Que la exige.
Lleva días diciéndome que la apunte a ella y a mí a la cursa de los nassos. Una carrera de 10 kilómetros que se hace el último día del año en Barcelona. Las lesiones y los kilos que he cogido en estos terribles tres últimos años me hacen dudar si soy capaz de correr esa distancia sin que me pase algo.
Yo que corría tanto.
Yo que decía nunca dejaría de correr.
La verdad es que por la mañana había pagado los casi 40 euros de inscripción, pero quería darle una sorpresa. Pensé en hacer un sobre bonito y darlo como regalo, pero luego recordé que con la mentira esa de que es el pare Noel quien da los regalos, sería como extraño.
No lo hice y pensé, simplemente le haré la sorpresa.
Pero cuando al llegar a casa me preguntó:
Papa, has fet les inscripcions?
Intenté hacerme el tonto pero ella se puso medio a llorar y entonces le dije que sí, que las había hecho.
Entonces ella se puso super contenta mientras me decía que también le hubiera gustado mucho la sorpresa.
¿Quién entiende a la Itzel?
Tomaron un vaso de leche. Después jugaron un poco y como Manel ya se sentía mejor salimos a dar una vuelta.
Creo que a buscar churros.
Los días antes de Navidad, y después de Navidad, hay un montón de ferias.
Con esas atracciones desgastadas, derruidas, sacadas de cuento de terror.
Creo que me atraen en la misma medida que me dan algo de miedo.
Sobre todo los precios.
Un algodón de azúcar 4 euros.
Ni hablar.
Regresamos a casa y me puse a preparar la cena.
Itzel va repitiendo en bucle su plan para la carrera.
El entrenamiento.
Mañana será 22 de diciembre y podremos entrenar. Tengo 9 días antes de la carrera y ella está ideando la mejor manera de prepararme.
Yo caliento el caldo de tetra brick y me lamento de haber hecho lo que hice.
Cenamos de manera un poco desastrosa.
Con su madre siempre ponen la mesa y yo no lo hago casi nunca.
Estamos cenando y me tengo que levantar porque olvidé o el agua o las cucharas o las servilletas.
En la mesa hay algún libro o cuaderno que no debería estar allí.
Itzel lo tolera, pero no le gusta.
Pero cenamos que es lo importante.
Manel me dice que está buenísimo y me da un beso.
Recojo los platos y pienso en poner una película.
Ellos van a la ducha mientras limpio la cocina.
Manel sale con su pijama verde y el pelo super suelto.
Me dan ganas de reñirlo, pero me da un poco de risa su aspecto.
No risa, ternura.
Por fin estamos listos y ponemos una película.
Volver al futuro.
Les pongo una manta en el sofá y me pongo a un lado. En un sillón que recuperó Benjamín de la basura. Un sillón que no me gustaba, pero ahora es mi preferido.
Me sirvo una copa de vino, con un poco de culpabilidad, pero pienso, quizá sea que lo merezco.
Pretextos.
Medio veo la película medio contesto mensajes.
Mea culpa.
Nos reímos, nos emocionamos.
Llega el momento de ir a la cama y Manel trata de engañarme diciendo que ya se lavó los dientes.
Nos los lavamos los tres.
Vamos a la cama y la casi total oscuridad me trae pensamientos.
Esos que me dicen, debería estar más presente cuando estoy con ellos.
Y me duermo.
Afortunadamente.
Pero hoy es 22 de diciembre y ayer fue el último día de cole.
Nos levantamos tarde pero no tan tarde.
Desayunamos y nos preparamos para el primer entreno.
Itzel va muy contenta. Yo no tanto.
Siento las piernas y todo el cuerpo como un saco de piedras.
Me siento pesado y torpe.
Y frágil.
Al límite.
Empezamos a correr y mi cuerpo parece tener memoria. Pero aun así es duro.
Las pulsaciones suben y me duele todo.
Ella parece contenta corriendo a mi lado.
Con el resplandor del sol recuerdo que yo hice alguna vez eso con mi padre.
Y sí, era bonito.
Entonces resisto.
Corremos juntos y al acabar, estiramos.
Volvemos a casa y nos duchamos. Es 22 de diciembre y faltan dos días para Navidad. A mí no me hace nada de ilusión pero intento seguir el flow porque ellos lo resienten a veces. No son culpables de mis amarguras.
Pienso.
No tengo ni idea de lo que haremos después de comer cuando Itzel me recuerda que es el último día de atletismo. Hay entreno.
Y digo, ya corrió esta mañana, correrá de nuevo.
Le planteo no ir y ni hablar.
Se enfada.
Ella quiere ir.
Manel de repente tiene dolor de cabeza. Hace unos días tenía fiebre y le doy el beneficio de la duda.
Le digo, porto a la teva germana i torno a casa.
Allí vamos de nuevo.
Ella me coge fuerte de la mano.
La dejo y baja a la pista.
Veloz.
Contenta.
Yo veo mucha gente en la calle.
Coches.
Motos.
Bicis.
Regreso a casa y lavo los platos que no había lavado de la comida. Y me tengo que volver a ir a buscar a Itzel.
Le doy un beso a Manel.
No tiene fiebre.
Solo ganas de estar acurrucado leyendo.
Todos hemos pasado por eso.
Espero.
En el camino a la pista veo un montón de ambulancias y coches de policía.
Recojo a Itzel y sin saber por qué le digo que vayamos a ver lo que ocurrió.
La gente no se movía.
Solo miraba.
Dos motos destrozadas se desparramaban por el suelo.
Dos cuerpos, pequeños, diminutos, resaltaban de todo lo gris.
Los camilleros de la ambulancia, sin prisa, colocaban unos biombos blancos.
Un aire frio chillaba sordamente.
Cogí fuerte la mano de Itzel y escapamos del sitio.
Estamos a 22 de diciembre y ayer fue el último día de colegio.
* Víctor Corona estudió Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Guanajuato, México, y el doctorado en la Universitat Autònoma de Barcelona, España. Actualmente es profesor-investigador por la Universidad de París VIII-Vincennes-Saint Deni.
Foto de portada: Aaron Burden (@aaronburden) / Unsplash.
2 Comentarios
Cotidiano previo al día que no hace mucha ilusión, pero nos esforzamos… por ellos y tal vez también por nosotros.
Gracias por tu lectura