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©Gaudencio Rodríguez Juárez*
Jueves 12 de agosto de 2021
Lo mejor que le puede pasar a un niño o niña cuando sus padres se divorcian es que no se divorcien de él. Desafortunadamente, en muchas ocasiones el divorcio es total.
En psicoterapia podemos observar que los determinantes del divorcio suelen mantenerse activos en la etapa post conyugal cuando los miembros de la pareja no han conseguido elaborar el duelo por la ruptura. Es así como la pareja que terminó por problemas en la comunicación, encontrará dificultades en esta esfera para coordinarse en el cuidado de los hijos e hijas; mientras que la que terminó por problemas de desconfianza asociados a la infidelidad de alguno de los miembros, mantendrá la desconfianza en el rol parental, haciendo de esto fuente de conflicto cotidiano.
Un elemento que viene a complejizar aún más la situación es el establecimiento de una nueva relación de pareja. En este escenario la falta de la elaboración del duelo de la separación despierta e intensifica sentimientos en ocasiones difíciles de manejar de manera adecuada. Más aún cuando esa nueva pareja comienza a interactuar con los hijos o hijas de aquellos padres que un día se divorciaron.
Es de esperarse que cuando la nueva pareja proporciona un trato amable, respetuoso, cuidadoso y amoroso los niños o niñas se vinculen con él o ella de manera espontánea y comiencen procesos de identificación y construcción de espacios de alegre convivencia, lo cual, desde la perspectiva del niño o niña representa una fortuna. Pero para el progenitor o progenitora no conviviente, tal cosa suele vivirse con suspicacia y temor de que su hijo o hija deje de quererle y lo cambie por el nuevo compañero o compañera de su ex pareja. Es este tipo de situaciones las que motivan la prohibición de convivencia, aceptación o encariñamiento de las niñas o niños con esta nueva persona.
Otra dinámica desafortunada que solemos ver en la clínica familiar, es la tendencia a hablar mal de la ex pareja. La expectativa de fondo –en ocasiones inconsciente– es que el niño o niña rechace al ex cónyuge y prefiera a quien vocifera malas referencias de aquel o aquella a quien un día se amó: “Si tu padre te cuidara bien…”, “Tu madres está loca”, “Si cumpliera con la pensión no estaríamos en estos problemas”, “Dile a tu mamá que más le vale que cumpla con los acuerdos, de lo contrario…”, “Dile a tu papá que…”, expresiones que depositan en el niño, obligándole a tomar partido y a fungir como correo, pero que para el este representan balas contra ese otro al que también ama.
Nunca se debiera perder de vista que los niños y las niñas de padres divorciados necesitan, desean y tienen derecho a tener a ambos, papá y mamá, en su corazón, en su mente. Ellos y ellas necesitan y aman a sus dos progenitores. De ahí que lo peor que estos pueden hacerles es obligarle a tomar partido, pues al hacerlo obligan al niño a partir su corazón en dos. Y la ruptura del corazón es un acto sumamente doloroso, en ocasiones difícil de tolerar.
Pero no sólo tiene que partir su corazón, sino también su mente, con lo que la disociación en ocasiones termina siendo su recurso.
La disociación es un mecanismo psicológico de defensa extremo al que se recurre cuando la realidad es altamente adversa, difícil de sortear con los recursos con los que se cuenta.
Un niño o una niña debería vivir con la seguridad y confianza suficiente como para no preocuparse de cuestiones familiares, sino sólo ocuparse de los retos propios de su vida cotidiana: la adquisición de una nueva habilidad, jugar, imaginar, fantasear, etcétera.
Pero cuando sus padres/madres se convierten en fuente de inseguridad, desconfianza y hasta miedo, producto de conflictos conyugales irresueltos, o cuando depositan en el niño o niña los rencores que en realidad tienen como fuente a la ex pareja, el dolor se convierte en sufrimiento y el estrés se vuelve tóxico. Entonces el único recurso es separar los pensamientos de los sentimientos y ocultar estos, separar el soma (cuerpo físico) de la psique para evitar las emociones y el dolor derivado de las conductas y actitudes parentales.
Lo anterior es de suma gravedad, pues la consecuencia para el niño o niña es que, producto de la disociación, terminará por no saber de sí, de sus sentimientos, pensamientos y comportamientos, pues su atención estará centrada ya no en su vivir consciente sino en la dinámica de sus padres. Todo con tal de ponerse a salvo del próximo conflicto por venir
Los padres/madres tienen la obligación de garantizar el sano desarrollo de los hijos e hijas. Es una cuestión humana, moral y jurídica. De ahí que hablar mal del ex cónyuge, utilizar a los hijos e hijas como arma contra la ex pareja, utilizarlos como mensajeros o como paño de lágrimas, prohibir, limitar u obstaculizar la convivencia con el otro progenitor, son actos de suma crueldad que comprometen la salud mental infantil, por lo que resulta inhumano, insalubre, inmoral e ilegal.
Los padres deben mantener su rol de adultos responsables del bienestar de los hijos e hijas. Deben hacerse cargo de la elaboración de los conflictos que los llevaron a la ruptura con su pareja, evitando involucrar a los niños y niñas en un asunto que no les compete. De lo contrario, los hijos e hijas sufrirán, la vida se les complicará y los padres/madres lo padecerán y lamentarán.
* Psicólogo / [email protected]
Foto de portada: Jurien Huggins (@jurienh) / Unsplash.
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