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ÚLTIMO PISO
Gwenn-Aëlle Folange Téry*
Lunes 22 de enero de 2024
La peor soledad es no sentirse cómodo consigo mismo.
– Mark Twain.
De haber deseado ser algo que no soy
Bueno no sale uno de unos trámites para entrar a otros. Y todo por tardarme, me dijeron que “a qué horas, que hoy ya no, que la ocasión fue hace meses” y eso. Entonces en lugar de tramitar, escogí aclarar.
Aclaro entonces que acabo de salir de la oficina de aclaraciones en la que llené y firmé una aclaración en tres ejemplares, todos igualitos, todos aclarando la misma aclaración.
Reza el texto de la misma algo así:
De niña no tuve Barbies, mis padres eran sabios en la elección de juguetes para sus hijos y preferían regalar libros, patines y muñecas que sí parecieran muñecas.
Jugaba con las Barbies en casa de una amiga porque justamente yo no tenía.
Pero no me interesaban, francamente, eso de poner y quitar zapatillas de tacón a un pie de plástico por el cual, además, asomaba un pedacito de alambre, no era lo mío. Jugaba con ellas porque mi amiga sí tenía y yo no.
En el mismo movimiento sentimental de puritita envidia y de “ora sí se puede”, mi hija tuvo Barbies porque yo no lo hice. Se las compré en una venta de garaje, me llevé montones, con sus autos, casas, albercas y Kenes.
Me daba ilusión regalarle algo que no recordaba no haber disfrutado, la memoria escoge qué hacer con sus recuerdos, les da colores que luego ni estaban originalmente. Mi hija las metió a un gran cofre y sólo las sacaba cuando venía una de sus amiguitas que las gozaba profundamente. Luego se guardaban y ya.
Pero sí me habría gustado ser una Barbie, en la adolescencia y joven adultez.
Las chicas de la escuela, que lo eran, recibían atención de los chicos. Las chicas de la escuela, que lo eran, recibían -sí, lo afirmo- una atención diferente de parte de los maestros. Las chicas de la escuela, que lo eran, disfrutaban más de ser adolescentes, o por lo menos eso parecía.
Los chavos no veían más, sólo veían a las chicas por fuera.
Me habría gustado tener cabello sedoso y brillante, largas pestañas y ojos grandes, boca chica, -hacía ejercicios cuando estaba sola para achicarla, apretaba fuerte los labios mucho tiempo-, pies de bebé y cintura de faja invisible.
Habría querido que me voltearan a ver los chicos y que murmuraran sobre mi camino, así como miraban a las Barbies de la prepa y así como lo hacían al hablar de ellas.
El que una de mis amigas me dijera que me había equivocado de época, que era yo un Rembrandt y que le gustaba a los hombres y no a los chicos, no me ayudaba, me desesperaba más, porque confirmaba de alguna manera que jamás sería una Barbie.
Años más tarde supe que las chicas de la escuela que eran Barbies sufrían igual que yo y que también pensaban que el espejo era su enemigo. Por lo menos las que, dentro de un cuerpo de Barbie, tenían un cerebro funcional.
Supe también que algunos chicos me tenían miedo-respeto por “lo grandota que eras” y que les gustaba lo que yo decía y hacía.
Supe que la adolescencia pasa y que de repente los chicos crecen y ven más que lo exterior, que van muchos en contra de los estereotipos de la sociedad,[1] vi a las Barbies de antaño sufrir, sufrimiento real y profundo, por dos kilitos de más en la cintura y porque sus grandes ojos ya no tienen chispa, porque su esposo o novio o amante o novia o vibrador, de repente les sale con que necesita espacio… al lado de una Barbie de 24 años.
Veo las fotos de mí de aquel tiempo y me abrazo. No por el cuerpo o cara que tenía, son casi los mismos que hoy, nomás se arrugaron y los gorditos migraron más al sur, sino por esa mirada tan hambreada por un amor de película, de Barbie, pues. Que luego tuve y sigo disfrutando, con sus altas y bajas, así como las luces de un carro majestuoso que va de noche por las carreteras.
Y termino mi aclaración con el hecho de que el mareado es mucho mejor que el famoso Ken: él sí tiene pene.
Nota:
[1] La occidental, pues, la que deifica a las Barbies.
* Gwenn-Aëlle Folange Téry es pintora y escritora.
Foto: Maryvonne Folange.
4 Comentarios
Cuando aprendes que el interior y la reacción ante la vida es más que la apariencia, sueles estar más a gusto con quien eres y con quienes son los demás. Pero eso sí, en la adolescencia nos hacemos historias que, aunque después la vida nos desmiente, nos torturan un rato.
Y sí querida Vikinga, la memoria escoge que hacer con los recuerdos, tú decides que colores poner ellos y eso nos permite gozarlo en tus obras. Abrazos siempre Gwennesita
Abrazos Insurrecta!
Gracias Vikinga…me encantó