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©Gaudencio Rodríguez Juárez*
Jueves 14 de octubre de 2021
¿Por qué en pleno siglo XXI existe mucha gente que afirma que las niñas y niños de hoy son un desastre debido a que sus padres o madres ya no les pegan, gritan, regañan, castigan, amenazan, es decir, debido a que no los disciplinan con mano dura?
Las respuestas pueden ser diversas, pero una fundamental es que el hecho de haber sido educados con métodos autoritarios, maltratantes, también llamados métodos de corto plazo, generó la creencia de que esa es la única manera de disciplinar.
Con frecuencia mamás, papás y docentes suelen decir: “Si no es con castigos, ni gritos, ni golpes, ni tampoco premios ni chantajes como se ha de educar a los niños, ¿entonces cómo?”
Lo anterior es producto de haber sido educados con un método –el autoritario– que además de sugerir que los comportamientos inadecuados de las niñas y niños se arreglaban con rudeza y abuso de poder, también obturó la creatividad para siquiera imaginar que existen otras formas posibles.
Que nuestra generación no haya podido experimentar de manera suficiente métodos sensibles, inteligentes, bientratantes, es decir, realmente educativos, de manera suficiente, no significa que no existan. Existen, pero probablemente no han llegado a las manos de los padres, madres y docentes contemporáneos. O si han llegado a sus manos, no siempre pueden ser aplicados. ¿Por qué? Porque los métodos realmente educativos, exigen habilidades que, paradójicamente, nuestros padres y madres no pudieron darnos en cantidades suficientes con sus estilos autoritarios. Por ejemplo, la empatía, la compasión, la mentalización, el servir y devolver, la inteligencia emocional e interpersonal, el equilibrio emocional, la perspicacia, etcétera.
Quienes nos criaron hicieron lo mejor que pudieron con lo que tenían. Y lo que tenían era una propuesta social de crianza que alcanzaba para construir seres funcionales. Por eso hoy podemos ser buenos trabajadores, estudiosos, operadores. Pero no necesariamente hábiles en las relaciones interpersonales, en la gestión de emociones y sentimientos, con cerebros integrados y plenos, con una salud mental y una moral muy alta.
¿Existen alternativas que no consistan en castigos, gritos, regaños o premios? Sí, muchas. Pero todas ellas no son parte de una receta o fórmula universal. Tampoco son técnicas ni métodos que se utilicen con todos los niños, niñas o adolescentes, en cualquier momento, a cualquier edad. Se trata de recursos que requieren de una capacidad de reflexión, análisis y sensibilidad suficiente como para elegir la alternativa adecuada en el momento específico.
Aquí dejo un listado de ellas solo como botón de muestra de las múltiples posibilidades que podemos conocer y convertir en habilidades en la medida que dediquemos tiempo para asistir a grupos de parentalidad, talleres, cursos, conferencias, lecturas de libros, análisis de videos y entrevistas, es decir, en la medida en que invirtamos en la formación parental.
Nelsen (en su libro “Disciplina Positiva”) nos ofrece, por ejemplo: preguntas de curiosidad, enfoque de soluciones, consecuencias lógicas, reflexión de las consecuencias naturales, recuperación de los errores, opciones limitadas, rutinas, abrazos, ser consecuente, honestidad emocional, alentar, escucha reflexiva o activa, validación de los sentimientos, reuniones familiares o de clase, sentido del humor, actuar sin hablar, opciones limitadas, usar una palabra, comprobar percepciones, usar diez palabras o menos, pedir ayuda… La lista es larga.
De Faber & Mazlish (en su libro “Cómo hablar para que los niños escuchen y cómo escuchar para que los niños hablen”): señalar una forma de ser útil, expresar una enérgica desaprobación a la conducta (sin atacar el carácter o personalidad del niño), indicarle lo que usted espera de él, demostrarle al niño cómo cumplir en forma satisfactoria, ofrecerle una elección, emprender alguna acción, permitir que experimente las consecuencias de su mal comportamiento, dejar que los niños hagan sus propias elecciones, demostrar respeto a sus esfuerzos, describir, informar…
Desde Siegel & Payne (libro de su autoría: Disciplina sin lágrimas): reducir palabras, aceptar emociones, describir en lugar de sermonear o predicar, implicar al hijo en la disciplina, reformular un “no” en un “sí” con condiciones, subrayar lo positivo, enfocar la situación de manera creativa, enseñar herramientas de visión de la mente…
Lo que nunca debemos olvidar es que la educación es un proceso, no un acto y que el niño, niña o adolescente aprende no cuando nosotros le enseñamos, sino cuando está listo para hacerlo. De ahí que la paciencia, el amor y la pericia parental sean elementos fundamentales en el rol del educador o educadora.
* Psicólogo / [email protected]
Foto de portada: Jonnelle Jankovich (@jey_photography) / Unsplash.
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