SOMOSMASS99
Alfonso Díaz Rey*
Viernes 17 de noviembre de 2023
«La soberanía no es un concepto abstracto, no existe al margen o por encima del pueblo. Este es su titular y el único que puede ejercerla. Mas no solo porque así lo dispongan las leyes sino porque tenga realmente la posibilidad de hacerlo».[1]
– Alonso Aguilar Monteverde
En el capitalismo, la clase dominante ─la burguesía─ y su sector hegemónico ─la oligarquía─ imponen su visión del mundo y la realidad, su ideología, al resto de la sociedad.
Mediante un permanente bombardeo y control ideológico por todos los medios de que disponen, intentan que el pueblo se identifique con sus intereses de clase, los haga suyos y los defienda. Al suceder esto en una parte considerable de la sociedad, la clase dominante, en la práctica, usurpa la soberanía nacional y popular.
Ello sucede tanto en las potencias imperialistas y los países más desarrollados como en el capitalismo del subdesarrollo, ya que bajo la conducción de la clase dominante prácticamente todo está supeditado a la obtención de ganancia. Con la agravante para los subdesarrollados que, con una clase dominante-dominada, su dependencia estructural de los primeros implica mayores dificultades en la recuperación de su soberanía.
La soberanía es la potestad que tiene una nación para decidir, de acuerdo a sus intereses, la forma de organizarse social, política, económica y culturalmente. Por tanto, una nación soberana es aquella que está libre de cualquier tipo de control por alguna entidad u organismo local o extranjero y que mantiene su relación con el exterior y el control de sus recursos de acuerdo con los intereses nacionales.
Entender de esa manera la soberanía es atentar contra los intereses de la clase dominante y del capital. Por ello la propaganda neoliberal difunde la idea de que la soberanía es un concepto anacrónico que obstaculiza el avance de la economía de los países y su inserción en el proceso de globalización que, según esa propaganda, impulsaría el desarrollo de los pueblos.
Esa idea nos la vendieron como la «modernidad» a la que habría que integrarse para que automáticamente ─y al amparo de la regulación de la vida entera por el omnipotente mercado─ entráramos al primer mundo.
Utilizando su control económico, político e ideológico, la oligarquía y sus personeros, no sin antes prometer casi un paraíso, impusieron su proyecto.
Esa oligarquía, la local y sus amos extranjeros, se valió de demagogia, mentiras, promesas ─todas incumplidas─ y de la corrupción que cubrió todas las esferas de lo público y lo privado, con el único fin de «modernizar» nuestro país.
El resultado de tal modernización: crecimiento alarmante de la desigualdad, retrocesos en derechos de todo tipo, mayor explotación de la fuerza de trabajo, despojo de tierras a campesinos y pueblos originarios, saqueo de bienes y riquezas nacionales, privatización del manejo de fondos de pensiones de los trabajadores, privatización de la salud y la educación, por citar algunos ejemplos de las «bondades» del neoliberalismo. Todo ello significó cesión de soberanía nacional y popular.
Los beneficios, como cabría esperar, fueron para la oligarquía y sus personeros, quienes en actitud entreguista y subordinada aplicaron todas las «recetas» que sus amos extranjeros les impusieron, lo que para nuestro país significó mayor dependencia en todos los aspectos y pérdida de soberanía.
Los neoliberales fueron desplazados del gobierno. Sin embargo, la clase dominante conserva un gran poder y el sistema cuenta con los mecanismos y elementos económicos, políticos e ideológicos que producen ─y reproducen─ las condiciones que a esa clase le permiten mantener y ejercer su dominio sobre la sociedad; de ahí los obstáculos y la oposición de la burguesía a cualquier cambio que afecte su dominio y privilegios.
Por ello, aunque es de suma importancia, no basta con la conquista de posiciones de gobierno. Es necesario derribar las actuales y construir nuevas bases de convivencia social; unas que permitan una vida digna a quienes vivan en este país.
La tarea no será fácil. El capitalismo actual se apoya y reproduce al margen de fronteras y banderas; está presente y actúa en todos los ámbitos de la vida para minar la independencia y la soberanía de los pueblos, sembrar la desunión y evitar que se organicen para luchar por la democracia y su libertad, sin las cuales será imposible ejercer la soberanía.
Y dado que el enemigo de los pueblos se ha internacionalizado y de esa forma los enfrenta, explota y agrede, esa lucha, además de buscar la más amplia unidad interna, necesitará la solidaridad y cooperación de ─y con─ los demás pueblos, acciones que desempeñarán un importante papel en la construcción de un mundo mejor.
Nota:
[1] Aguilar Monteverde, Alonso. Defensa de nuestra soberanía nacional y popular. Editorial Nuestro Tiempo. México, 1989, p.16.
* Miembro del Frente Regional Ciudadano en Defensa de la Soberanía, en Salamanca, Guanajuato.
Ilustración de portada: Voces México.
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