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Alfonso Díaz Rey*
Viernes 12 de mayo de 2023
El avance y la agudización de las contradicciones que se generaron con las formas de producción previas al capitalismo dieron paso al surgimiento de este modo de producción que revolucionó al mundo.
La primera transformación importante que produjo el capitalismo ocurrió en el terreno de la organización de la producción. Revolucionó la manera de producir, elevó considerablemente la eficiencia y la productividad de los trabajadores y los volúmenes de producción.
El nuevo modo de producción fue creando nuevas necesidades cuya solución impulsó el avance acelerado en determinadas áreas de la ciencia, la tecnología y la misma organización del trabajo. Tal dialéctica ─a la que también obedece el surgimiento de este sistema─, ha marcado y, en cierta manera, condicionado su existencia.
Además el capitalismo también ha generado nuevas contradicciones que han transformado lo que en sus inicios fue revolucionario y ahora es un serio obstáculo no solamente para el desarrollo de la humanidad, sino para su existencia misma.
Las leyes objetivas que rigen al sistema agudizan sus contradicciones y cada vez enfrenta crisis más complejas cuya incidencia va más allá de los aspectos económicos y productivos e impactan negativamente en la vida y la naturaleza.
Aunque la ciencia y la tecnología contribuyen al incremento de la productividad y de la producción, los elevados costos de su aplicación modifican la composición del capital al incrementar la parte constante de este, lo que se refleja en descenso de la tasa de ganancia, creando problemas que los capitalistas buscan resolver mediante la reducción de la otra parte del capital, la variable, representada por los salarios y prestaciones de los trabajadores.
El incremento del volumen de la producción ─resultante del aumento en la productividad─ es insuficiente para generar ganancias tales que al menos mantengan el nivel anterior de la tasa de ganancia, pues tiene límites que son fijados por el nivel de la demanda, la competencia con otros productores, la disponibilidad de materias primas e insumos y la capacidad adquisitiva de la población, entre otros, lo que mantiene la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, una de las leyes de las que el capital no puede escapar.
Uno de los impactos de las aplicaciones científicas y tecnológicas en la producción es el desplazamiento de la mano de obra ─y mayor explotación─, lo que genera desempleo y merma de la capacidad adquisitiva de la población, reducción del consumo, aumento de inventarios y deja la mesa puesta para agudizar la crisis.
En el capitalismo el Estado ha sido siempre el principal apoyo para el capital, ya sea proporcionándole bienes o servicios subsidiados ─haciéndose cargo de actividades que a este no le resultaban atractivas─, exenciones fiscales, donación de terrenos, tratamientos preferenciales, construcción de infraestructura, control económico, político e ideológico de los trabajadores ─represión incluida─, formación de fuerza de trabajo calificada y cuidado de la salud de los trabajadores, entre otras formas de apoyo.
Y cuando al capital no le bastaron esos apoyos, exigió la entrega de las riquezas naturales, los bienes nacionales, las actividades estratégicas y de todo aquello manejado por el Estado que pudiera ser objeto de explotación y obtención de ganancias. Y sentó sus reales el neoliberalismo con sus recargados mecanismos de corrupción, engaño, explotación, despojo y devastación.
El enorme potencial de la ciencia y la tecnología para contribuir al desarrollo de la humanidad se desaprovecha en el capitalismo. Quienes invierten lo hacen para obtener cada vez ganancias más elevadas y más concentración y centralización de la riqueza, lo que genera en la sociedad mayor desigualdad, pobreza y miseria, al mismo tiempo que impide su desarrollo.
Ese potencial, utilizado en el contexto de otra forma de organización de la sociedad, podría contribuir de manera significativa a eliminar la desigualdad y la pobreza; reducir las jornadas de trabajo e incrementar el tiempo libre; al derecho efectivo a la salud, el deporte, la cultura y la recreación; en fin, a impulsar el desarrollo de la humanidad entera y a vivir en un ambiente de colaboración, solidaridad, paz, amistad y respeto entre los pueblos, así como con la mayor armonía posible con la naturaleza.
Esto último podría calificarse de utopía o de un sueño guajiro; pero seguir como hasta ahora solamente garantiza mayor desigualdad e injusticia. El intento por hacerla realidad sería una de las pocas opciones de la humanidad, si no la única, para alcanzar una vida digna.
* Miembro del Frente Regional Ciudadano en Defensa de la Soberanía, en Salamanca, Guanajuato.
Foto de portada: Sam Moghadam Khamseh (@sammoghadamkhamseh) / Unsplash.
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