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ÚLTIMO PISO
Gwenn-Aëlle Folange Téry*
Lunes 8 de noviembre de 2021
La mejor revancha es estar bien
– Alicia P.P.
Hace poco más de un mes, me fui.
Cambié de país, cambié de tiempos, de conversaciones, mis risas y mis lágrimas eran otras, yo fui otra, unos días.
No me fui enojada con nadie, ni huyendo de algo. Sólo se dio la transformación, de manera inesperada.
Estuve en una ciudad pequeña, cerca de un mar desconocido, un Pacífico diferente del de Acapulco y del de Zihuatanejo. Un mar frío, gris y verde, con cielo a la par, a veces soleado, a veces desaparecido en la neblina. Playas rudas, algas gigantescas y olas oscuras. Viento. Un viento sin fin, del que te refresca el cuerpo, te arranca el alma, te apuñala, te revive, desnuda tu ser más profundo y te deja jadeante al borde de acantilados escarpados.
Me sentí transportada a mi tierra, la de Bretaña, de la que te he hablado tan seguido, y no dejaba de repetirlo, corriendo el riesgo de que mi conversación y mi vocabulario en otro idioma resultaran sumamente limitados, “This is just like mi tierra”, usando voluntariamente palabras de lenguas que no son la mía para expresar mejor mi sentir.
Conocí a personas muy agradables, todas,- porque sólo fueron mujeres-, sonreían y me explicaban con orgullo su tierra de ellas. Comí rico, nada del otro mundo, pero todo fresco, preparado al momento y degustado sobre mesas de madera frente al mar o al contrario dentro de bosques profundos, bajo árboles inmensos, de cuentos de hadas y de brujas. Recorrí una que otra tienda, maravillándome por el tamaño de las cosas, ropa y porciones de comida. Participé a una reunión creativa, un momento en el que se trataba de artear sin juzgar, la libertad era el punto número uno del asunto. Volví a ver a una persona al que no había visto en unos 35 años, no la reconocí claro, si no reconozco a mi familia a veces, pero la sentí, la oí, era ella, era un trozo de mi adolescencia el que me venía a dar la mano, y luego un abrazo, un poco sorprendidos tanto el trozo como la persona en cuestión, pero abrazando de todas maneras.
La transformación de yo, de mí, de moi, no fue por todo esto, finalmente he recorrido paisajes desconcertantes antes, he conocido a personas agradables, he comido rico y sano y he andado por cantidad de tiendas.
Fue el reencontrarme con una amiga. No que nos hubiéramos desencontrado, pero el convivir, el compartir casa y baño, desayunos, cenas, comidas, largas pláticas,-ella metida en mi cama-, descubrir que sus recuerdos de nuestra vida en común no son los mismos que los míos, aceptarlo sin esfuerzo porque ya a estas alturas de las vivencias, sabemos bien las dos que aquello del cristal con que se mira y se deforma todo sí existe.
Alicia y yo nos conocimos en la prepa. No sé si nos hicimos amigas de inmediato o sólo muy rápido. Ella fue mi sol y mi luna durante años, fue la primera persona,-fuera de la familia-, a la que le dije Te quiero en voz alta y la primera que me lo dijo mí. Y no era un “Tequieromucho” del cuál he aprendido a desconfiar, sino un sencillo y sin tapujos amor expresado sin limitantes, una evidencia, un hecho.
Podría haber llegado a su casa con los ojos cerrados, yo vivía allá, muchos de mis amigos también, su familia nos adoptaba a todos, cuales perros errantes, nos cuidaba, nos daban de comer, nos nutría. Y no se enteraban, actuaban normal, sin limitantes como el Te quiero tan simple, tan contundente que nos decíamos ella y yo.
Tuvimos novios, las dos, ella se fue, regresó, se casó, yo ni me fui ni regresé pero sí me casé. Hubo silencios, lejanía, porque así pasa cuando pasa, y luego ella se fue otra vez, muy lejos, la perdí sin darme cuenta, eran los tiempos en los que corría de un hijo al otro, del trabajo a la cocina, del peri a la cafetería. Vino de vez en cuando a México, nos vimos, adoré verla, pero el hilo entre nosotras era ya como muy delgadito.
Pensaba en ella como en alguien con quién había querido y sonreía.
Y de pronto, con la magia de internet,-el mismo internet que de plano no entiendo-, pudimos hablar más seguido, vernos en la pantalla, volver a intercambiar lo íntimo, lo profundo. Ella empezó a cuidarme[1], a inventar palabras que no son sólo mías, pero no importa. Y de pronto, fui a su casa, a quedarme unos días.
Supe que a veces seguimos hablando el mismo idioma. A veces, porque ella es más cerebral que yo, más pragmática, sabe sacar de su cotidiano lo que le hace daño, sin mirar demasiado atrás, cuando yo me pierdo en preguntas más viciosas que cualquier círculo, sabe apreciar cada instante, cada luz y sonido, baila si es feliz, se levanta de la mesa de la comida y grita, un poco, porque es feliz, te abraza y te besa, así, porque es feliz, y sabe tomar decisiones, que a mí me parecen a veces un poco jaladas de los pelos, para ser más feliz, más tiempo. Agarra, al dibujar, sus lápices entre el índice y el pulgar, un pulgar extrañamente corto y redondo, y con el resto de la mano, empuña el color sin aplastarlo, e inclina la cabeza, un poco, como un pájaro, para escuchar lo que ve. Se viste como le place y le gusta, no como dictan los cánones sociales, y a partir de eso, es feliz al caminar por la calle. Si tiene sueño, duerme, si tiene hambre, come y si quiere ir al baño, pues ¿qué crees?, va al baño. Es doctora, ha estudiado la carrera un titipuchal de veces con tanto cambio de país, ha luchado por su vocación, por sus hijos, por ella, es de esas mujeres que decidió hace mucho,-¿o no? ¿Habrá sido así desde la infancia?-, que el pasar primero en la vida no es egoísmo es sobrevivencia, es responsabilidad imprescindible de cada ser. Ríe más de lo que llora, porque aprecia la felicidad y frente a la tristeza, busca solución y cuando no la hay, lo acepta. Conoce poemas y los recita con aire inspirado pero cuando canta es un peligro. A veces dice cosas un poco desplazadas que lastiman, o por lo menos lo hacía, esta vez nunca la oí hacerlo, no sé si no hubo ocasión o si creció en esto también. Porque claro, no es sólo virtudes, como dice otra de mis amigas, “Pues, es humana, ¿no?”. Es la generosidad andando, empieza por escuchar, así como dibuja, inclina un poco la cabeza, interrumpe para preguntar más, luego busca qué puede hacer ella para ayudar, no que puede hacer el escuchado para mejorar, y lo hace, así, sin titubear: te propone su casa, sus cosas, su corazón. Me regaló, para irnos a lo material, un estuche de colores que compró hace años, pensando en que algún día me lo podría entregar. Parece nada, pero pensó en mí sin saber si nos veríamos de nuevo y entonces, actuó. Lleva en su coche todo lo necesario para simplificarse la vida, la bolsa del súper y el paraguas sí, pero también todo lo necesario para ser feliz, en cualquier lado, libros, cuadernos, lápices, mantel, platos, un papalote. Y sí, volé un papalote por primera vez en mi vida, con ella, por ella, gracias a esa manera particular de organizarse que tiene.
Tiene más sentido común que otros, pero no lo aplica a lo mismo que el común de los mortales, entonces puede parecer un poco lunática, pero no lo es en absoluto, recuerda que el piso que cada uno de nosotros es ligeramente diferente del de los demás, es de hecho, diferente del que pisamos ayer, o hace unos minutos. Me dijo una vez que siente que los humanos somos como las esferas de las discos de antes, ésas que tiene un montón de espejitos y que entonces reflejan la realidad de manera sutilmente diferente de uno a otro, y que además, nosotros usamos esos espejos también para dejar ver sólo partes de nosotros, y que esa parte nunca es la misma, depende de la compañía, del día, del sol, del viento. La considero, de alguna manera, mi sensei en filosofía.
Es Alicia.
Y entonces, igual que a mis 16, estar con ella me ayudó. Me confirmó que las decisiones que he tomado han sido las correctas para mí, que he crecido de manera descomunal e inesperada y que estoy de pie, frente al viento frío que me despeina.
Y hace unos días, feliz por un pequeño evento en mi vida, salté y bailé, en la calle. Un momentito nada más, estoy aprendiendo, pero sí, Alicia me enseña desde siempre que lo rico se festeja de cada manera posible.
Nota:
[1] Es tanta la añoranza por ese “ser cuidada por alguien” la que tengo, no se razona, sólo es.
* Gwenn-Aëlle Folange Téry es pintora y escritora.
Foto de interiores: Lilly Scott.
Foto de portada: Semión Borisov (@devsnice) / Unsplash.
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