SOMOSMASS99
ÚLTIMO PISO
Gwenn-Aëlle Folange Téry*
Lunes 13 de febrero de 2023
Salimos.
De la ciudad, de lo cotidiano.
Y comprobé, otra vez, la diferencia de lo diferente.
Sierra Gorda de Querétaro, arriba, abajo, curva, curva, curva. Pueblos pequeños, diseminados por laderas y bordes de carretera. Casas aisladas en la cresta del cerro de allá, de acá.
Y la pregunta lacerante: ¿de qué viven? ¿De qué vive la señora que va empujando una carriola por el polvo de la carretera? ¿El anciano sentado en la sombra?
No se ven cultivos, tampoco fábricas. De repente negocios, medianos, que venden block para construcción.
Nada, no hay nada, más que gente, poca.
Llegamos, dormimos, comimos, visitamos. Un templo franciscano, hermoso, colorido, ocupa casi todo el pueblo. Ocupa con su presencia no por su tamaño. Ocupa.
En el mercado compré tunas de nopalillo, pequeñas, alargadas y de flor roja. Se supone que se comen cocidas, ya veremos qué sucede.
Y nos metimos, sin permiso, a un lugar en remodelación. Artesanía y arte, mezclados. Y ahí, por fin pregunté a quien me podía contestar: ¿de qué vive la gente de aquí? La respuesta, clara sincera, luego un poco modulada:
Viven de irse a Estados Unidos. Aquí no hay nada. Luego regresan con sus camionetotas, construyen casototas. Aquí se quedan mujeres, niños y ancianos. Traen ropa de paca, eso venden para entretenerse.
Sigue la conversación. Porque si estamos en una zona protegida, ecológica y demáses, ¿por qué hay tanta tienda para construcción…?
Bueno, es que lo que hay son minas pequeñas, Pedro saca tantito, José también. Es que como no hay agua, no se puede cultivar nada, ni siquiera parcelas pequeñas. No hay turismo, porque no hay mucho que ver y es difícil llegar aquí (Recuerdo las curvas…). La presa no se llenó, ni este año ni el otro.
Aquí somos una población especial: cuando llegaron los españoles, no pudieron pasar. Entonces optaron por matar a todos los indígenas y sólo evangelizaron a los cuántos que sobrevivieron. Dejaron unos pocos templos, tal vez cinco.
Pienso en los descendientes de esos cuántos, atiborrando la iglesia, es domingo, y decido apartar de mí las ideas sublevadoras que me carcomen de repente. El templo ocupa.
Pregunto por lo que a mí me pre-ocupa, sobre la manera de comer las tunas, ¿es cierto que se tienen que cocer?
Sí, saben como a nopal muy tierno, casi dulce. Lo baboso depende de cuándo las cortaron. Para que los nopales no traigan baba hay que cortarlos temprano, o muy tarde. Ya cuando hace calor, están llenos de savia, para no secarse, por eso luego son babosos.
Seguimos caminando, vamos a caminar por la presa, que tiene en efecto, muy poca agua. Me como un taco de barbacoa, carne de borregos que no vivieron hacinados, rico. Así sí se vale comer carne, digo yo.
Ya en nuestro refugio ecológico, rentado para la ocasión, la señora del lugar, quién irónicamente se llama Lluvia, dice lo mismo: no ha llovido, ella no ha sembrado lechugas, ni siquiera su maíz orgánico, está allí en el piso, custodiado por un gato güero.
Probamos en el patio la fruta del ramo de novia, uña de gato, pequeñita esfera cubierta de hojas casi espinosas. Refrescante, diminuta, hermosa.
Al día siguiente, nos vamos, es fácil dejar atrás ciertas cosas cuando uno sólo es visitante.
Veo de otra manera a la señora de la carriola, las canchas de futbol vacías y a otro templo franciscano de por allá.
No hay agua, no hay nada en qué apoyar la economía.
Más abajo, reverdecen los cerros, por manantialosos, no por viejos. Aquí hay sembradíos, tierra oscura, fresca. Cerca de una de las atracciones turísticas, -una peña-, hay comercios, hoteles, gente, mucha.
Y hay agua, se nota en los cactus, cambiaron de forma, ya hay más candelabros, menos nopal, más de los redondos y ponchonsitos, llenos de savia. Eso lo digo yo, que no tengo idea, soy la que mata plantas al mirarlas. Pero soy capaz de ver que hay árboles, frondosos, de follaje oscuro, y que no están nada más al fondo de las cañadas.
Aquí no me pregunto de qué vive la gente, hay ganado, se ven las queserías, vinos, mezcal, tejidos. El comercio ocupa.
Y sobre todo hombres por las calles, no nada más mujeres, niños y ancianos.
Aquí sí hay agua.
Comemos, claro, gorditas de chicharrón, compramos un pan de mazapán, huele rico, sabe mejor.
Más lejos, la civilización de los anuncios y colores chillantes retoma su omnipotente presencia. El lugar en el que tunas y nopales son de supermercado.
Surgen de la nada puentes interminables, se cruzan, cabalgan el uno encima del otro, surcados por decenas de vehículos, el tráiler de al lado asusta, casi tanto las curvas de la Sierra, es enorme, huele y ruidea.
Casetas, refresco, galletas. Llegamos a la calle que ocupa nuestra casa y veo en el asfalto el enorme remiendo que acaban de hacer obreros del agua. Doce días seguidos con fuga de agua, doce días para que algo se hiciera…
La extrañeza de vivir en un lugar tan deshumanizado ocupa.
Ya lo sabes, ya lo sé, pero también sé que siempre uso más agua de la que debería.
Y esto no es sermón, ni revelación iluminadora. Es más, sé que la falta de agua no es el único origen de lo que vi.
Nomás digo, como nos decían antes en la tele, que gota a gota…
* Gwenn-Aëlle Folange Téry es pintora y escritora.
Fotos de portada e interiores: Gwenn-Aëlle Folange Téry.
2 Comentarios
Encontré que “la ganadería es la principal actividad económica de los municipios ubicados en la Sierra Gorda, quienes dan vida a esta zona”. Será que de eso viven?
Yo visite la Sierra Gorda de Querétaro y no me pareció tan desolado.
Donde fui no hay ganado
Algunos borregos, de familias.
No había ni pasto seco…