SOMOSMASS99
Pepe Ramírez*
Miércoles 3 de agosto de 2022
Muchas fueron las ocasiones en que, por necesidad personal o acompañando a algún familiar, vivió la experiencia de la medicina privada. “Un asalto en despoblado”, pensaba, mientras veía esas grandes torres en las que cientos de consultorios abren sus fauces para devorar a quienes en ellas se internan. En la primera consulta, un reconocimiento superficial del enfermo y una larga lista de estudios qué realizar para, en una segunda consulta, si bien le va, definir el diagnóstico y el tratamiento. Larga lista, a su vez, en una receta que surtir. “Inicia el tratamiento y nos vemos en dos semanas”, indicaba el especialista.
En dos patadas miles de pesos, sacados de quién sabe dónde, se sustraían de la cuenta del paciente para ir a parar a manos de médicos, farmacéuticas, laboratorios y dueños de los grandes hospitales privados que hoy pululan en las ciudades del país.
Es el modelito ése que, mediante la concentración de médicos de todas las especialidades y servicios de laboratorios e imagenología así como hospitalarios, hemos visto crecer como los hongos en temporada de lluvias y creciente humedad. Es el modelito ése en el que la salud se convierte en mercancía y deja de ser un derecho. Es el modelo que, habiendo surgido en el seno del capitalismo mundial, se profundizó durante los años del neoliberalismo global y que está actualmente asociado a los intereses de las compañías farmacéuticas, de los fabricantes de instrumental de diagnóstico, de las compañías aseguradoras, entre muchas empresas más. Y es un modelito al que, por afinidad con él o por necesidad, se adscriben algunos profesionales del ramo. ¿La salud? No importa. El bisne es bisne. Han hecho del dinero su dios.
En fin, harto hasta el vómito de ese comportamiento mercantilista de los servicios privados de salud, harto de ver cómo asaltan el bolsillo de los pacientes y sus familias, decidió probar los servicios de salud pública. No era la primera vez, pero hacía tiempo que no acudía a ellos. Era derechohabiente del ISSSTE. Tranquilino era su nombre (por cierto, remaba siempre a contracorriente de su significado).
Se levantó, pues, un día pensando en esas manchas que ya hacía años habían aparecido. Pensaba, así mismo, en que casi tres años hacía que no se había realizado su prueba de antígeno prostático (recordaba las palabras del doctor Zenteno Santaella, director general del Instituto, quien en algún momento exhortó a dejar de lado tabúes y prejuicios y acudir a las unidades médicas anualmente para un chequeo médico, con el propósito de detectar esta enfermedad −el cáncer de próstata− en fases iniciales, ya que es un hábito que podría salvar sus vidas).
Se levantó, pues, decidido a dejar sus tabúes y sus prejuicios.
−¡Chispas! ¿Me iré a formar a las ocho de la mañana para hacer una cita que me obligará a dar otra vuelta a las doce del día?
Y es que el procedimiento es así: llegas a las ocho (o antes si te es posible) a la pequeña clínica de la localidad, te apersonas con carnet y talón de pago, «si es posible mejor llevar todo tu expediente, desde el nacimiento hasta el día de hoy», te formas en la fila y esperas a que te den tu cita, que puede ser inmediatamente o cuatro horas después.
Ante ese panorama se dijo:
− ¿Y si le caigo a la página de internet y ahí la hago? Probemos.
Y así lo hizo y le fue fácil, con un inconveniente: no hay citas para el mismo día, si bien te va será para el siguiente. Y sólo por la tarde. No hay más. Y con el único médico que en el turno atiende. Vaya, pensó, igual será con este médico que con aquél. Igual será a las once de la mañana que a las seis de la tarde. Y le dio enter al botón que le abriría las puertas de un consultorio. Se sentía en las nubes.
−Bendito sea el ISSSTE que ha modernizado sus procedimientos, con todo y los inconvenientes.
No sabía la que le esperaba. Y aunque decidió acudir a su cita en “estado zen” (Tranquilino atentaba contra sus principios y, por primera vez en su vida, decidió que lucharía contra el estigma de su propio nombre, valdría la pena: le harían su prueba de antígeno prostático y desaparecierían de su vida las dichosas manchitas), no dejaba de observar y registrar las fallas que, a su juicio, presentaba el servicio.
Decidiose pues a acudir el día agendado. Con expediente en mano (hizo su check list: curp «más vale», carnet, último talón de pago, comprobante de domicilio, constancia de la cita agendada y un libro, para matar el tiempo) y, en “estado zen” (−tranquilo Tranquilino, tranquilo −se decía) hizo su recorrido del domicilio particular a la clínica, distante unos veinte minutos. ¡Qué amabilidad la del personal!, se sorprendía al ingresar (Tranquilino sabía también de no pocos casos en los que el derechohabiente recibía un trato poco amable, a veces rayando en la humillación).
Una enfermera le recibió con un buenas tardes. Tomó sus signos vitales (aunque le tuvo que cuestionar sobre su talla, ya que el equipo para medirlo no funcionaba), le dieron su consabido papelito de un tamaño de 4×4 con los datos de sus signos ahí registrados y le pidieron esperar. No tardó mucho, cinco o diez minutos tal vez, tiempo suficiente para leer tres o cuatros páginas de su libro, cuando escuchó el grito del médico:
− Señor Tranquilino. Y entró al consultorio.
− ¿Qué le trae por aquí?, −le preguntó. Y él narró de sus manchitas y del antígeno prostático. El doctor todo lo anotaba en su computadora.
− De sus manchitas, pues déjeme verlo −dijo el médico.
− El director está de vacaciones y tengo que consultar con él acerca de referirlo a la clínica-hospital de su adscripción.
− De su antígeno, pues lo ve con la enfermera, ya que solamente lo manejan en el turno matutino.
Se alertó su estado zen y cuestionó al médico.
− Oiga doctor, ¿sabe usted cuál es el cáncer en varones más frecuente que se diagnostica en el ISSSTE? −La respuesta fue un no.
− Pues de acuerdo al propio instituto, el cáncer de próstata representa el 36.9% del total −le aleccionó Tranquilino, quien en días anteriores había estado leyendo sobre el asunto.
− Yo supondría −le comentaba al galeno− que en cada consultorio tendrían la prueba de antígeno para aplicarla a cualquier hombre que teniendo más de 40 o 45 años acudiese a consulta y así realizar una detección temprana, oportuna, de esta enfermedad.
En el caso de nuestro personaje, tuvieron que pasar tres consultas más (todas obtenidas vía página web) para lograr que le hicieran su prueba de antígeno prostático, ese tamizaje que puede alertar al paciente de una probable inflamación de la próstata, de tener un diagnóstico temprano para evitar complicaciones, riesgo y muerte.
Con respecto a sus manchitas, el médico, en la cuarta de las citas mencionadas, le había hecho firmar un documento de referencia al servicio de cirugía.
− Hable por teléfono o acuda aquí para verificar día y hora de su cita −dijo el médico.
Así lo hizo. Tres o cuatro días después, Tranquilino respiraba tranquilo: tenía su cita con el especialista el día trece de julio a las dos y media de la tarde. El estado zen de Tranquilino funcionaba como reloj suizo, a la perfección. Veía luminosos los nublados días que corrían.
Llegó el día trece. Salió en su vehículo a las doce y treinta. Tenía que recorrer cerca de cincuenta kilómetros para llegar a su destino. A la una y treinta estaba ahí. Preguntó a la señorita que, cual cadenera de antro, controlaba el acceso a la clínica. Con buen gesto le permitió entrar. El lugar es poco iluminado, lo que le da un aspecto tristón, muy alejado del estado de ánimo de Tranquilino. Ya se veían otros pacientes en espera de consulta, una fila no tan larga en la farmacia. Médicos pasantes subiendo y bajando escaleras. Una chica de limpieza realizando sus labores. La poca señalización existente le hizo acercarse a un enfermero y preguntar por el consultorio al que había sido citado. El trabajador no supo orientarle. Tuvo que acercarse a una enfermera que por ahí deambulaba para, por fin, saber que allá en al fondo le atendería el cirujano. Y allá fue y allá se sentó. Antes que él ya dos pacientes se habían reportado.
− No está mal −pensó− voy en lugar tres.
Poco a poco fueron llegando otros pacientes previamente citados. Ya eran ocho o diez los que ahí esperaban cuando se presentó la enfermera que asiste al especialista. Les pidió su carnet. Cinco o diez minutos después la enfermera envió a Tranquilino y a dos pacientes más al archivo, quesque porque no tenía sus expedientes. Ahí va Tranquilino, carnet y estado zen en mano. Mientras espera unos minutos, observa a un costado del archivo una pequeña oficina con un aviso que reza “horario para citas de especialidad de nueve a trece horas”. Tranquilino reflexiona:
− Y si alguien sale de otra consulta y requiere de cita ¿tiene que regresar?
− Y si viene de otro municipio ¿tendrá que dar otra vuelta?, ¿recorrer esos 40 o 50 kilómetros que le separan de este lugar?
Sintió decaer su ánimo. Deseaba no seguir remando a contracorriente. Dejó de lado tan negras reflexiones y, recuperándose, realizó su gestión en la ventanilla de archivo. De buen humor el empleado le atendió y Tranquilino fue recuperando su estabilidad. Y ahí va, recorre nuevamente el largo pasillo y se dirige a su asiento en la sala de espera. A un costado del consultorio del especialista hay una pequeña oficina titulada Traslados. Ve a pacientes realizando trámites en otra ventanilla que dice Vigencia de derechos. Pacientes que sacan y guardan papeles que les son requeridos, de sus folders y bolsas.
− Señor Tranquilino −se escucha.
Y ahí va. Y se encuentra con un médico, amable, risueño, atento. Le pregunta por sus males y le cuenta de sus manchitas. Y el médico le escucha y termina por decirle que fue mal referido, que eso lo atienden en otra clínica donde existe la especialidad de dermatología.
− Le daré su referencia.
− Está bien −asiente Tranquilino.
Y espera fuera del consultorio a que le den su referencia. Y sale un médico que parece de esos que estudian su especialidad con el especialista de base en la clínica, le entrega su papel, con firma y sello del médico, en original y copia, y le da indicaciones:
− Pase a tal ventanilla.
Y ahí va, con su original y copia al tal lugar. Y ahí le estampan un sello y una firma en cada papel. Es todo ahí. Amablemente la secretaria le da más indicaciones:
− Pase a tal oficina.
Ahí va Tranquilino, andando ese pasillo que de tan recorrido ya era conocido. A un lado de los baños, le dijeron. Está cerrada. Pregunta y le dicen que ya regresará la doctora responsable. Y espera. Y siente una mediana urgencia de orinar. Y decide ir al baño. Más oscuro que en el exterior, se encuentra esa instalación en condiciones que deprimen. Aguanta su necesidad, sale, se sienta y espera. Llega una chica agradable, abre la oficina, Tranquilino se acerca. Con sonrisa de anuncio de pasta dental, la doctora le estampa dos sellos y dos firmas en cada papel. Le dice que pase, ya por último, a aquella oficina que vio a un costado del consultorio del cirujano: Traslados. Y ahí va Tranquilino, nuevamente caminando el largo pasillo, revisando los cuatro sellos y cuatro firmas que ya contenía su documento, con las ganas de orinar contenidas y con la esperanza de, por fin, culminar el asunto que le había traído a este lugar.
Eran ya las cuatro y quince de la tarde. Luchó por conservar la calma, recuperar la paciencia ya casi perdida, entender la situación del ISSSTE en esta etapa posneoliberal. Al arribar vio la oficina de traslados cerrada. Hasta mañana a las nueve de la mañana, alguien le informó. Sonrió Tranquilino. Y regresó, paso a paso, por el largo, oscuro y deprimente pasillo para alcanzar la salida y regresar a su domicilio, a 50 kilómetros de ahí.
Volvió la vista atrás, vio movimiento de personas: pacientes entrando y saliendo, médicos, enfermeras, camilleros, asistentes. Todos en sus rutinas.
¿Se atrevería a asistir nuevamente al día siguiente?
Bajó la vista. Vio entre sus manos esas dos hojas, cada una con cuatro sellos y cuatro firmas, que dejaban constancia de una gestión que él, esperanzado, preveía terminar el día de hoy, un trece de julio.
“El director general del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), Pedro Zenteno Santaella, inició el recorrido por las unidades médicas familiares para verificar las condiciones en las que operan y generar condiciones que permitan garantizar atención de primer nivel a los 13.5 millones de derechohabientes. ‘La cercanía con las y los derechohabientes, médicos, enfermeras y trabajadores nos permite completar el diagnóstico que ya tenemos para transformar al instituto, por eso inicio el recorrido en tres unidades médicas ubicadas en el Estado de México, de las mil 145 que tiene el ISSSTE en todo el país’, señaló el titular del organismo…” [1].
Hay que meter el acelerador. Es la salud uno de los temas más sensibles entre la población. La 4T, parece, no ha llegado al ISSSTE. Hay personal amable, comprometido. Faltan recursos para la recuperación de su infraestructura, para la modernización de su equipo y mobiliario, hacen falta procedimientos ágiles, simplificados. Hace falta más personal. Hace falta acercar más especialidades a clínicas-hospital. Hace falta hacer un uso eficiente, centrado en el paciente, de los avances tecnológicos. Ya lo dijo su director general: “En coordinación con Presidencia de la República y la Secretaría de Salud, el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) digitalizará información clínica de la derechohabiencia en todos los niveles de atención médica, a partir de enero de 2022 con la plataforma Ambiente para la Administración y Manejo de Atenciones en Salud (AAMATES)… Es un sistema que va a permitir registrar todos los datos de la derechohabiencia del ISSSTE en los tres niveles de atención, estandarizando los procesos en una historia clínica electrónica única, es decir, que un paciente que está siendo atendido en primer nivel podrá ser canalizado a tercer nivel de manera directa, en caso de ser necesario” [2].
Tranquilino hoy está esperanzado. Confía en la transformación que vive el país. No quiere ver más entre sus manos esos dos papeles, ya arrugados, con cuatro sellos y cuatro firmas estampados en ellos. Quiere ver desaparecer sus manchitas y ya, no más.
Notas:
[1] www.gob.mx/issste/prensa/inicia-zenteno-santaella-recorrido-por-unidades-medicas-del-issste?idiom=es
* Esta es una colaboración del Colectivo Miguel Hidalgo de Celaya, Guanajuato, al que pertenece el autor.
Foto de portada vía Pinterest.
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