SOMOSMASS99
ÚLTIMO PISO
Gwenn-Aëlle Folange Téry*
Lunes 29 de mayo de 2023
Tuve una amiga una vez. Hace ya algunos años que murió pero el cariño sigue vivo, faltaba más.
Nos conocimos en una clase de tejido, en el deportivo. Ella me llevaba varios años, muchas vivencias y, al principio, creo que yo no le encantaba. No que le disgustara pero ella era muy propia, muy como de otros años y yo con mis tatuajes, mi cabeza rapada en ese tiempo y mi risa de hiena, pues no la entusiasmaba.[1]
Poco a poco nos fuimos entendiendo.
Llegamos al punto en que, pidiéndome ella una vez que le tejiera una parte difícil de su trabajo, le pude contestar que no sin ofenderla. Entendía ya que yo era franca, pero no mala. De hecho la fui llevando casi casi en cada cruce de hilos, uno blanco otro negro, y pasada la etapa complicada, sonrió muy orgullosa: lo había logrado.
A veces, por una u otra razón se enojaba con nosotras, con la clase o la maestra y salía dando portazos imaginarios. Nos quedábamos todas con el susto o con la risa, según el motivo del desplante. Decía seguido que había sido bonita, yo le decía que más bien era guapa, en tiempo presente del verbo “todavía lo eres”, sonreía, complacida pero incrédula.
Cumplía años casi el mismo día que mi hija, era tema de algarabía cuando llegaba octubre, éramos varias en el salón y sí, todas queríamos ser oídas en los cumpleaños, entonces ¡imagina cuando se juntaban el de una niña de 15 con el de una señora de no sé cuantísimos! Hizo, lo recuerdo, una gran fiesta para sus 70, fui de las invitadas, y fue extraordinario comprobar que tenía una vida fuera de la clase, que sus hijos y nietos existían, que sus amigos eran tan propios como ella y que su risa podía resonar por todo un salón de eventos.
Era una mujer sumamente orgullosa de sus logros, ya sea en lo profesional como en lo familiar. Se vestía siempre de manera a que los colores y formas combinaran entre sí y creo no haberla visto jamás despeinada. Su vocabulario era rico y siempre adaptado a la ocasión. Fue maestra de profesión, de vocación y de corazón, y como dicen sus hijos, nunca dejó de enseñar.
Un día que andaba con ella en coche, me habló de quienes habían diseñado el trazado de las calles de Ciudad Satélite en Naucalpan, y me abrió el entendimiento a lo que me parecía tan confuso: en esa colonia las calles no son rectas, son ondas, que al cruzarse unas con otras cambian de nombre, incluso a veces la acera derecha no lleva el mismo nombre que la de la izquierda. Quejándome yo amargamente (soy Diva, recuerda), me explicó que todo el terreno original está compuesto de lomitas y que entonces el arquitecto, o ingeniero, o algo, pudo haber quitado tierra y árboles para lograr un trazado convencional, o devanarse los sesos para no lastimar el paisaje, no tanto pues[2]. Ya luego me dijo que conocía bien a quienes lo habían planeado y desde entonces, aunque me siga yo perdiendo en Satélite, ya no me enojo, entiendo.
Su esposo falleció muy joven, dejándola a ella más joven aún, a la cabeza de la familia, un adulto, ella, y tres niños, sus hijos. Lo hizo. Lo logró. A veces lo decía con orgullo, otras con pesar. Extrañaba al hombre que iba a estar con ella hasta encanecer los dos y sabía que había dejado de lado muchos momentos importantes de la vida de sus hijos por estar corriendo. Ellos la quieren, hablan de ella con cariño, entonces yo digo que tan mal no lo ha de haber hecho, no se debería de haber fustigado así.
Una vez que estaba yo en cama, y que lo iba a estar por muchas semanas, me vino a visitar. Y hoy justamente la volví a “ver” sentada sobre una silla en mi recámara, atrapada entre la puerta del clóset y mi cama, compartiendo conmigo unas galletas que nunca me gustaron pero que hoy la representan, unas de limón, con nombre de flor creo. De todas las amigas que tenía en el deportivo, fue la única en venir, en besarme y apapacharme.
Y otra vez que la que estaba en cama era ella, estuve presente, vigilando uno de sus últimos sueños, sus hijas me abrieron la puerta, confiaron en mí sin haberme visto nunca, imagino a veces que su mamá les había platicado de su amiga la hiena franca.
De repente, te digo, llega su voz a mí, su ella sentada en mi cuarto, sus galletas, su tejido, su testarudez, caray qué testaruda que era, y su mirada. A veces porque veo galletas de limón en el súper, y me regresa su sabor -de ellas y de ella- y otras veces porque se aparece, nada más.
Y hoy tuve ganas de hablarte de ella, así, de manera sucinta, más no superficial.
Teresa[3], Tere, Teté. Le gustaban las galletas de limón y que le dijeran “Bonita”.
Ahí nos vemos cuando nos veamos, Tere.
Notas:
[1] Me dice una de sus hijas, porque he conservado la amistad con sus hijos, que “Tu personalidad, tu arte, tu ser francesa, tus tatuajes y tu familia excéntrica la fascinaban”.
[2] Y me dice también, la misma hija, que el que me haya dado una “lección de geografía de Cd Satélite”, no lo duda, era maestra de tiempo completo y siempre tenía lecciones que dar.
[3] Pedí, claro, permiso a sus hijos para publicar lo escrito. Me ayudaron a corregir algún error, y de corazón agradecieron, diciendo la otra hija que había viajado por el tiempo, tantito imagino, y dio las gracias por recordar a su madre, de los tres pues, con tanta intensidad… y cariño. El hijo varón, así lo habría dicho ella, no dio detalles, sólo agradeció. Imagino que es de los seres que traen un atorón fuerte en la garganta cuando de emociones se trata.
* Gwenn-Aëlle Folange Téry es pintora y escritora.
Fotos proporcionadas por Gwenn-Aëlle Folange Téry.
1 Comentario
Que bonito recordar a amigas así! Que viven en nosotros cuando se van. Yo también tuve una amiga de la edad de mi mamá, tal vez un poco más grande, que fue de las mejores. Me hiciste recordarla. Rosita le decía. Gracias ☺️