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ÚLTIMO PISO
Gwenn-Aëlle Folange Téry*
Lunes 20 de noviembre de 2023
¿Qué haces con todo lo que tienes de una persona cuando ésta se va, cuando te deja?
No hablo de esas pérdidas que se deben a la vida cuando termina. Lo que uno siente al ver las pertenencias de su difunto es muy diferente de lo que se siente al mirar cosas que deja atrás quien nos abandona o quien se va porque lo decides tú.
En mis tiempos, se rompían cartas y quemaban fotos. Hoy… ¿hoy, te trepas a la nube y borras todo? ¿Se acomodan los pixeles y la virtualidad hace como que nunca pasó nada de lo que sí sucedió? No se ha de sentir el mismo vacío, los cajones de papeles siguen iguales, no les quitaste nada, ni le arrancaste las hojas a algún cuaderno. Ha de ser más duro no tener prueba de que vaciaste un espacio de manera efectiva, ha de quedar la duda, tal vez sea posible que todo aquello siga nublando en algún lugar, uno que no sea tu mente…
¿Y lo demás?
¿Lo metes al clóset, tiras, regresas, regalas, quemas?
He encontrado que el quemar no regala la misma vibra que el tirar.
He quemado a lo largo de los últimos años, muchas cosas, incluyendo unas que sencillamente no agarraban la llama, a ellas les eché mezcal y tequila. He guardado otras, sin recordar luego bien el porqué de la preservación de un objeto que sólo me hace llorar. Abrir el cajón de las sábanas y encontrar de repente unas llaves me ha dejado sin aliento, garganta perforada por una flecha inesperada. Y sí, he dejado las llaves en ese lugar, como gozando de antemano algún sufrimiento futuro al volverlas a encontrar, una y otra y otra vez…
Un libro. ¿Qué haces con ese libro que fue regalo del uno para el otro?, no importa de quién. Los libros no se tiran, crimen de lesa majestad, no se queman, censura y odio, y éste en especial tampoco se puede regalar, va cargado de vibras que no llevaba aún en la tienda, antes de pagar por él, de regalarlo y de recibirlo. ¿Qué diantres haces con ese libro?
Ese libro, ese libro…
El reloj. El que llevas en la muñeca desde hace tantos años como los acumularon los que se quisieron a través de las manecillas que siguen marcando cada minuto. No te lo puedes quitar, es parte de ti, aunque sea recordatorio constante de lo que ya no es. ¿Y, aun si lograras quitártelo, qué harías con él? ¿Guardarlo junto con tus entrañas arrancadas en el momento en el que lo soltaste de ti? ¿Qué haces de hecho con tus tripas al descubierto, con el grito que sale de tu garganta enronquecida por tanto anhelo no expresado? ¿Qué carajos haces con ese reloj teñido de amor y de resentimiento más que hundirlo en tu sangre, pintándolo de rojo sin querer?
¿Y qué con los objetos que viste un día y le regalaste y que no, no se llevó? ¿Qué con los objetos que te regaló y que te gustan, o gustaron, cuya sola existencia convierte tu mente en un enjambre de avispas encabronadas y que sencillamente no puedes ni ver, pero tampoco quitar del estante?
¿Se resumen nuestras relaciones a cosas? ¿O es más fácil borrar, quemar, aventar, esconder, ignorar cosas que olvidar sentimientos?
Bah…
Yo, te digo, quemo, cuando el objeto o lo que existió merecen vivir un rato más en átomos perdidos en el cielo, llevados por el viento allá dónde brilla el sol. Muchas fotos y cartas de alguien para mí así transmutaron, con alegría casi.
Escondo, pensando que luego veré qué hacer, que tal vez las famosas llaves le sirvan a alguien, un día, o que tal vez alguien, el mismo u otro, tenga ganas de usar el suéter de rombos o los calcetines de colores. O, por qué no, decido que la maceta de mosaicos se ve bien en la esquina más alejada del jardín, para no tenerla siempre enfrente, para no verla siempre.
Escojo, estos aretes se tiran, sin despertar la más mínima tristeza, y aquellos se quedan porque me gustan, y ya. Pensando una parte de mi extenso cerebro que si es tan leve el sentimiento puede que tal vez no haya yo querido tanto a la persona que hace tiempo de mi vida salió…
Tiro también con rabia. Aviento de lejos al bote de la basura, esperando un estallido, deseando un estruendo que haga revolotear todos los recuerdos, que los disperse y me permita tirarlos también. Así salieron de mi vida algunas fotos, desparecieron de mí, fui diosa por un rato al decidir que no, que algunos no merecían transmutar y que en algún vertedero habrían de podrir ad vitam aeternam.
He tirado boletos de autobús a la playa, conchas recogidas juntos, una ballena y cadenas, todas las cadenas que pude romper.
Lo que no he hecho nunca es regresar objetos. No puedo. Porque su destrucción o preservación es mía, sólo mía.
Y sobre todo porque entonces, la otra persona y yo tendríamos confirmación tangible y evidente de que la historia entre nosotros dos terminó.
Por siempre de los siempre.
* Gwenn-Aëlle Folange Téry es pintora y escritora.
Foto: Fabiola Aranza Muñoz.
2 Comentarios
Tengo un reloj que regale a mi papá y regreso a mi cuando el se fue, regresó porque se lo pedí a mi mamá. Y cuando me lo pongo, siento que algo que compartimos sigue siendo nuestro.
Cada quien escoge…
Me hiciste reflexionar, gracias
La fuerza de los objetos verdad…?