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ÚLTIMO PISO
Gwenn-Aëlle Folange Téry*
Lunes 23 de enero de 2023
Poco antes de Navidad necesité ir al dentista. Traía un gripón que no te imaginas y se me complicó con sinusitis, otitis, amigdalitis y todo lo que termina en itis, se me llenó la boca de aftas y los dientes me dolían que no sabes. Entonces ni modo, yo que odio ir al dentista pues fui.
Nuestro dentista nunca nunca nos hizo trabajos de más, nunca nos trató de ver la cara con una amalgama de oro o cosas así y aunque yo le pedí ese día que me arrancara todos los dientes, – ya sé, un poco extremo del asunto-, el checó y nada más rebajó una muela, dijo que estaba masticando chueco y que como estaba yo muy tensa, pues apretaba los dientes de noche y por eso me dolían tanto. Ya para las itis y la gripa y todo pues no pudo hacer nada, ¿verdad?, tuve que ir con un doctor.
El caso es que a este señor dentista lo conocemos bien, han sido más de 25 años yendo con él. Al principio fue difícil, a mí el dentista me causa pavor: cuando éramos chicas una de mis hermanas y yo y que vivíamos en otra ciudad, – que es la misma de hoy pero que tenía otro ambiente-, nos mandaban al dentista solitas. No, no había miedo de los famosos robachicos, no había miedo de que el dentista en cuestión fuera pedófilo y además estaba a dos edificios de nuestra casa. Íbamos entonces mi hermana y yo y el señor aprovechaba para trabajar sin anestesia, imagino que para ahorrar, (mira que sí ya es difícil lo del dentista cuando te ponen la anestesia, duele el piquete en la boca y a veces hasta con anestesia duele lo que te hacen y cuando se te va la anestesia duele y odias la anestesia, pero sí la quieres), imagina que te trabajen en la boca arrancando muelas como me lo hizo aquel hombre. Cuando mis papás se dieron cuenta, obviamente cambiamos de dentista y todo, pero el caso es que a mí me quedó un pavor terrible a esa profesión.
Cuando conocí a este nuestro señor dentista, tuvo primero que hacerse mi amigo, algo así como el rollo del Principito y el zorro, domesticarme de a poquitos, acercase con cuidado, platicar y poner música de relajación en el consultorio. Tomamos de hecho la costumbre de platicar siempre y mucho, costumbre que creo que tenía con todos sus pacientes. Él se sabía mi vida y yo me sabía la suya, así un poco por encimita, tampoco nos platicábamos intimidades pero sabía de mis cambios de trabajo, de los cambios de escuela de los hijos, de los logros y desatinos familiares y yo sabía lo mismo de su esposa y de sus hijos.
Y es que ir al dentista es algo extremadamente íntimo, aunque uno no platique su vida. ¿A quién más le dejarías meter sus dedos a tu boca sin morder, a tu amante nada más o a un niño pequeño, ¿verdad? Un dentista es una persona que se acerca mucho a ti, tienes su cara encima de la tuya, te toca la cara, mete sus dedos, toca tus mejillas, toca tus dientes, mueve tu lengua, es casi casi un acto sexual si exagero un poquito, en lo que se refiere a la intimidad obviamente. Me decía el mareado que con el ginecólogo, pues también se trata de meter dedos e intimar, y no: el ginecólogo mete instrumentos, y no, no tienes sus ojos frente a los tuyos, su aliento no se mezcla con el tuyo, no es íntimo, es invasivo, nada que ver.
Toda la familia ha ido con él a lo largo de esos 25 años, no sé si ellos hayan sentido esa misma intimidad, empezando porque unos son hombres y no se les ocurre lo mismo. La otra persona es mi hija y si le pregunto, me va a decir ¡mamá!, pero bueno yo sí tuve ese sentimiento muchas veces. No sé si era de buen consejo, pero escuchaba, y cuando le venía con ideas estilo “Cámbiame todas las amalgamas de metal por unos de resina, porque leí que eso me va hacer sentir mejor”, no nada más lo hacía, sino que investigaba el asunto. Él logró entender por qué tenía neuralgia del trigémino, y logró, poco a poco, quitármela. Y fue así, estudiando y buscando, no se daba por vencido con ningún paciente. Vio gratuitamente a quién le pidiera yo hacerlo, y entendía que para las personas estresadas, la plática, la famosa plática, era imprescindible.
Ayer se cumplió un mes de que asesinaron a nuestro señor dentista, lo mataron, no sé si fue un balazo o 2 o 1000, por la espalda, cobardemente, en su trabajo, en un lugar lleno de comerciantes, de día, en medio del tráfico, en medio del ruido y de la gente que pasaba.
Lo asesinaron y lloré como niña. Le llevamos flores al velorio y luego mi esposo y yo, -el mareado siempre presente-, le llevamos más flores al consultorio, fuimos caminando y las dejamos en el piso, detrás de la reja blanca.
Se cumple un mes y todo sigue igual allá, se sigue viendo sangre seca, ahí están nuestras flores y vasitos de veladoras. Todo sigue igual en esa calle, fuimos a comer gorditas de chicharrón y mole, saludé a la señora de la mercería, nada más cambió que ya no abre el consultorio y que nuestro señor dentista ya no es íntimo más que con su familia imagino, cuando los viene a visitar de a cómo pueda.
Lo que me consuela un poco es que como lo mataron por la espalda, no tuvo tiempo de tener miedo y espero que no haya sentido dolor más que por unos segundos.
Nosotros tenemos que buscar dentista.
Sí, la vida sigue, sin que se logre entender cómo o por qué.
Siguen el ruido, los tacos y el viento.
* Gwenn-Aëlle Folange Téry es pintora y escritora.
Imagen de portada: Gwenn-Aëlle Folange Téry.
1 Comentario
Lo siento mucho Gwenn. Un abrazo.