SOMOSMASS99
ÚLTIMO PISO
Gwenn-Aëlle Folange Téry*
Lunes 5 de febrero de 2024
Un día cualquiera, Ciudad de México, igual de enajenante que siempre, Uber, cita en el centro para comer
Por el camino, el señor que maneja y la señora que es llevada a su destino platican y luego hablan, con el corazón en la mano: de los hijos, de Dios él, de dioses ella, de parejas, dichos y raíces.
Él no la intenta convencer de nada y ella se lo agradece, ya no soporta a los portadores de esa verdad que piensan única e indivisible.
Ella escucha, actitud poco habitual en ella, le gusta ser la que tiene razón, la que sabe e instruye, espera siempre una pausa del adversario para dar su opinión. Es como los poseedores de verdad pero no intenta imponer la suya. Casi nunca pues. No, hoy calla e interviene poco.
Sí, la mamá tiene un lazo más carnal con los hijos dice él. Bueno, es que ella tuvo tiempo de sentir a la criatura en su vientre, pero los papás se transforman desde la primera mirada con el vástago, explica ella. Sí, replica él, pero con la mamá son carne de su carne y sangre de su sangre. Y del papá también, contesta ella, eso de que la carga genética es de a michas, lo sabe explicar bien. No sabe si lo convence, pero él parece haber cambiado un poco su mirar, es más profundo, y la empieza a tutear.
Hablan de tráfico, de cortesía al manejar, también, claro, no por nada uno maneja y se deja la otra llevar, vigilando rutas y hora. Todo está entremezclado, dependen las palabras del enfrenón o de los silencios, profundos, en los que se pierden los dos a veces.
Hay tiempo para quedarse callado, es casi una hora de trayecto, pero también hay esa confianza de las conversaciones profundas con desconocidos.
Llega. Admira otra vez, igual que siempre, el contraste entre los puestos de venta de los colectivos feministas, el color del Palacio de Bellas Artes y la hora que centellea a lo alto de la Torre Latinoamericana.
Está en el Centro de la Ciudad de México, lugar bendecido entre tantos, su amiga ya llegó, suéter rosa mexicano, su color preferido[1], y caminan animadas, platicando de sueños y de atractivos visuales, la fondita de la comida corrida no está lejos.
Ahí, comen y hablan, hablan, hablan. Que no es lo mismo hablar que platicar, es como lo del señor del Uber, aunque con menos silencios, a veces obligados por personas que entran a cantar y a pedir monedas.
Ya destripado lo que se venían a decir, lo que venían a vomitar al tiempo que se echaban dos tortillas, una coca y un café, salen y caminan hacia la plancha del Zócalo. Una no la ha recorrido en mucho tiempo, la otra la recorre seguido pero en medio de marchas, el ondeo de la bandera sobre fondo de cielo gris y azul es entonces majestuoso para las dos, a las dos les brilla la misma luz en los ojos.
Una nena-bebé, de las que ya caminan pero no hablan todavía, las sigue, se enamoró de su falda, la de colores y brillos y de su echarpe, una morada con burbujas de tela, sí, eso sí existe, mismas que no sabía si ponerse o no por la mañana, allá por su casa, a una hora de distancia en Uber, el cielo sólo era gris y el aire frío. Y claro, le regala la echarpe a la nena-bebé, es tan hermosa cuando hace bravo con sus manitas. Se la lleva cargando su mamá, el papá que no se acercó mucho las mira y sigue, con su andar cercano pero discreto las protege, se le ve atento a todo, va su familia delante de él, va su todo, la carne de su carne, la sangre de su sangre.
Siguen por la plancha, hay colectivos escribiendo en ella, con letras tan grandes que no se ve qué dice, pero no importa, que escriban, que nunca borren nada del Zócalo dice ella, se debe de honrar la historia que ahí se vive, las letras y reclamos muestran más nuestras vidas que el gris apagado del suelo de cemento. En ese lugar, no es costumbre pedir limpieza impoluta, lo es exigir vida segura y justicia.
El Palacio Nacional calla.
Más adelante hay un entarimado muy alto y bailadores, trajes y pasos tradicionales, y al lado un puesto de la policía, publicidad positiva y al final una mesita en la que dan informes para enlistarse, así como en las guerras que hay por el mundo, fila para salir a defender al país. Su amiga cambia el color rosa mexicano por un verde militar, un chaleco antibalas, un escudo negro que no puede cargar y un casco de la policía antimotines, probablemente de los que a menudo van al Zócalo para las marchas también. Ríe, porque sabe que sólo es para la foto.
Dan media-vuelta, como siguiendo órdenes vociferadas por algún alto mando y al llegar al Templo Mayor, entran, miran, intercambian conocimientos, que la amiga tiene más muchos más que ella, platican con una turista maravillada por México y su comida, y salen, es tarde, hay que afrontar los regresos.
Esta vez es en metro para las dos, que del centro no se puede salir en Uber, no toman los viajes. Una va por un trayecto de una hora, la otra tantito más, en metro y ya luego en Uber, dónde vive no llega el metro y es viernes, hora de peseros y colectivos llenos y ya. Se van avisando la una a la otra que están bien, que ya llegó una a Cuatro Caminos, que para ella siempre será Toreo, o que acaba de pasar Coyuya la del suéter mexicano, rosa, ya casi termina la odisea.
Un día cualquiera, piensa al ponerse la piyama.
Un día en el que intervinieron monstruos pasados y futuros, dioses sabios y hadas, la que sigue descubriéndose, la que está cansada y ya se va y la que tomó la estafeta.
Porque la conversación frente a los platos llenos logró matar uno que otro demonio, porque logró repetir y adaptar a las circunstancias lo que dijo el Dios del Uber, y medio aplicarlo a lo dicho, porque supo escuchar en lugar de sólo oír. Porque son amigas. Porque por el Zócalo, la sangre no se ve y porque brillan las faldas, aéreas, y porque las pequeñas pueden correr tras de ellas. Porque las echarpes con burbujas moradas vuelan encima del puesto que exhibe zapatillas de mujer rojas, rojas, rojas. Porque el rosa mexicano se ha vuelto azul policía, verde militar y porque estaba todo escrito desde que, en el Valle de México, empezaron a secar el lago.
Nota:
[1] De la señora, de la amiga, pss, quién sabe.
* Gwenn-Aëlle Folange Téry es pintora y escritora.
Ilustración de portada e interiores: Mi cielo. | Autora: Gwenn-Aëlle Folange Téry.
4 Comentarios
Una tarde cualquiera que no es cualquier cosa, cuando el aire es más ligero y la luz de una tarde cualquiera brilla más en el rostro de quien cuenta; de la sonrisa de una bebé que corre tras colores que vuelan con los pasos de la amiga y te llevan a otras sonrisas que raramente vemos: las de quienes usan kilos y kilos de metal en sus cuerpos entre chalecos, cascos y escudos antividas. Una cualquier tarde que se lleva consigo tus demonios y te devuelve una imagen verde como una brizna de hierba creciendo en medio de una plancha de gris cemento.
Lindo texto. Saludos…
La hierba que seguirá creciendo, siempre.-
Un bello texto de un día cualquiera, que no es cualquier día.