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ÚLTIMO PISO
Gwenn-Aëlle Folange Téry*
Lunes 15 de mayo de 2023
Entusiasmada.
Es la palabra que resume mi estado de ánimo del sábado. Y del domingo. Y de los días que quieras, no hay bronca.
Tomé una clase de pintura.
Deja te explico lo fuera de serie que es esto para mí: no soporto que me digan qué hacer, ni cómo. Soy la peor alumna que se pueda tener porque a todo digo que no, por fuera, pero sobre todo por dentro. No me expliques cómo hacer merengues, ni modo si salen aguaditos del horno, no me digas cómo montar una pared, no importa si lo debo de apuntalar cada medio metro, no me digas cómo tender una cama, en mi mundo las camas no tienen por qué ser tendidas. Sencillamente dejo de escuchar.
Pero esta vez me animé.
La ocasión era especial: aprender una nueva técnica, el transfer, pintar una de nuestras mascotas, -ésas me salen peor que los merengues batidos y/o apuntalados-, mi hija había dado su brazo a torcer[1] para ir conmigo, invité a mis sobrinas e iban tres de mis amigas de siempre siempre siempre, siendo una de ellas la maestra.
Y sobre todo, hace poco más de un año decidí yo solita dentro de mi cabeza y corazón lanzarme a todo, al teleférico de Orizaba, a probar un ostión, -wacalaaaa-, y a ir a una clase de pintura.
Sí, lo del transfer me abrió la mente. Básicamente es usar una impresión con tóner para marcar un dibujo sobre un lienzo y luego pintar encima. Cuando has luchados varias veces para que el gatito que quieres pintar tenga dos ojos y para que además queden en su cara, no sabes lo relajante que es saber que por lo menos el dibujo estará bien, proporciones, inclinación, todo. Y luego estar todas juntas, incluyendo a la señora que no conocía pero que resultó ser la suegra del hermano de mi amiga la maestra[2], sí, todas en esto, el saber que no se trataba de una competencia, que estaba entre pares, fue una exquisitez. Agrégale que todas hablamos varios idiomas maternos, sí, tenemos todas múltiples culturas por dentro, todas estamos en casa en varios países y que todas tenemos raíces dentro de muchas tierras, pues vaya, era el caldo perfecto para mi cocimiento.
Claro que a la hora de empezar a poner color, entré en pánico. Uno porque soy yo, la Diva que quiere brillar por encima de los demás y esta vez no tenía idea de cómo lograrlo, luego era una de las alumnas que más ha pintado y entonces había dentro de mi mente expectativas erróneas, -pensé que me tenía que salir “bien” a fuerzas todo-, y finalmente porque a mi cuerpo le entra el telele en los momentos menos adecuados y ya, así me sucede cuando pasa.
Mi maestra, en ese momento fue sólo mía, me cuidó, me repitió todo el día que estaba yo “en un lugar seguro”, -ansío tanto vivir en un lugar seguro emocionalmente-, y mi hija me abrazó, me regresó a la playa lejos de las olas en las que me estaba yo ahogando.
Empecé a pintar, así como me dijo la maestra, ella me dio los colores, escogió mi pincel a la par que se ocupaba de las demás. Y pinté pinté pinté, descubriendo una nueva materia, el acrílico, su tiempo de secado, viendo cómo se llenaba la mesa de botes con agua y pinceles remojando, oyendo risas, música y entrando de vez en cuando a la conversación. Comimos rico, medio sentadas unas, muy de pie otras, -las chavitas-, ensalada, jamón, tostadas de nopal, vinito agua de jengibre y pizza, -otra vez las chavitas. Y seguimos pintando, mucho, preguntando, dudando más. Agregamos colores, cambiamos de pinceles, de idea, íbamos a ver lo que hacían las demás, admiramos, caray no sabes lo que vi, pinceladas audaces, colores vibrantes, creo que lo del transfer nos dejó soltar manos y brazos, hablamos, cada vez menos, el cansancio nos estaba ganando, escuchando a la maestra, mi amiga de infancia, que seguía sonriendo e indicando tonos, pinceladas, miradas.
Y no me dio miedo preguntar. Ni una sola vez.
De ahí el entusiasmo.
Tomé una clase y la supe tomar.
Sí, las circunstancias eran ideales, las jovencitas de mi familia, mis amigas, la suegra de…[3], y sobre todo el lugar seguro, el lugar seguro, el lugar seguro.
La Diva miedosa, renuente a escuchar, supo tomar una clase y está dispuesta a seguir.
Que le falta mucho por conocer, aprender y hacer.
Notas:
[1] Y mira que sigue torcido, pobre.
[2] Léelo dos veces, no está tan complicado ver quién es la señora.
[3] Ver nota 2, je je.
* Gwenn-Aëlle Folange Téry es pintora y escritora.
Foto: Gwenn-Aëlle Folange Téry.
7 Comentarios
La rebeldía es el mejor camino para la innovación y el avance, y ceder al aprendizaje es un buen camino para ser rebelde con más elementos.
“…y mi hija me abrazó, me regresó a la playa lejos de las olas en las que me estaba yo ahogando” Me encantó esto
Mi hija, siempre
GwenAelle! Sabes convertir una clase, un día genial , en una anécdota que trasciende y me hace feliz haber podido ser parte de esta experiencia y de tu historia! Gracias
Fantastico leer tu experiencia Gwenaelle. La verdad me encanto leer tu anecdota y compartirlo. Efectivamente muchas veces nos da miedo probar algo nuevo por el miedo a fracasar o ser la burla de otros.
Asi que felicidades por atreverte y lo
Mejor de todo enfrentarte a ese miedo y vencerlo.
Tres tres bien!!!!
Es que no fue un día cualquiera
Fue vida!
Gwen me encanto tu relato, y la experiencia tan bonita que tuviste (“que tuvimos todas”) gracias por incluirme en tu relato, la suegra de Peter espero que nos volvamos a ver en otro taller, me gustaría mucho volver a verlas a todas , les mando un abrazo y muchas bendiciones
Jane!!! Sí, nos tenemos que volver a ver!