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Claudia Korol / Contrahegemonía
Jueves 29 de septiembre de 2022
Los feminismos de este continente que nombramos Abya Yala han venido creciendo en protagonismo, en transformaciones. Se han revolucionado a sí mismos al romper las fronteras de los muchos cercos impuestos por el coloniaje. El cerco del Estado Nación, el del biologicismo, el del binarismo, el del antropocentrismo –que coloca en superioridad la experiencia humana, frente a la de otros seres vivos en la naturaleza y a la misma naturaleza-, el del adultocentrismo –que relega la experiencia de niños, niñas, niñes para un futuro, en el que ya no serán niñeces, sino precisamente seres adultos-, el de mirarnos y nombrarnos desde los cuerpos y desde las experiencias históricas hegemónicas.
Abya Yala es un término que significa “sangre que corre libre”, que los pueblos originarios tomaron del pueblo Kuna de Panamá, para nombrar así al territorio que habitan ancestralmente. En los feminismos populares, plurinacionales, fue sentido este modo de nombrarnos, que señala dónde se encuentran nuestras raíces, y por lo tanto dónde crecen nuestros frutos y dónde se siembran nuestras semillas.
Somos Abya Yala, sangre que corre libre a pesar de las violencias machistas, racistas, que fortalecen la explotación capitalista, colonial, heteropatriarcal. El pueblo Kuna, en su istmo, nombraba Abya Yala al territorio que alcanzaban a mirar y habitar. Los feminismos populares, los transfeminismos, los feminismos comunitarios, negros, indígenas, migrantes, piqueteros, villeros, campesinos, habitamos territorios y corporalidades diversas, y nos animamos a transitar la incertidumbre que genera nombrarnos en clave de las identidades que vamos recreando, sin quedar esclavizadas ante el dogma que instituye un solo tipo de cuerpo como el normal, o una cultura y un lenguaje impuesto por el colonialismo y su “real” academia. No tributamos a la realeza ni al imperio.
El siglo 21 es el siglo de la visibilidad feminista. Ocupamos las calles, las instituciones –incluso aquellas que nos son abiertamente hostiles-, los medios de comunicación –aunque todavía los medios hegemónicos han levantado murallas para acallarnos-. Somos visibles, y sin embargo muchas veces no llegamos. Entonces nos reclaman con cinismo: “¿dónde están las feministas?”. Sin embargo, cuando irrumpimos nos tratan de negar, de ocultar, de despreciar… y… “¡mirá cómo nos ponemos!”.
Aprendimos a escuchar y que nos escuchen. “Nunca más” la historia será contada sin nosotras, por otros, omitiendo u ocultando nuestra decisión, tiempos y rumbos al caminar, las maneras de mirar la vida y escribirla, pintarla y retratarla, de “hacerla”. Descreemos de la sentencia que nos dicen que tendremos que parir con dolor. Estamos aprendiendo a parir con placer, con alegría, al mundo, a las revoluciones. Si bien sentimos las heridas en nuestra piel, provocadas por la brutalidad de la necropolítica –las políticas de muerte-, no la naturalizamos, no pensamos que es lo que “nos tocó en suerte”. Aprendimos a cuidarnos, a defendernos, a sanar en comunidad, en colectivo, y a limpiar también las heridas que recibimos como herencias de las madres, las abuelas, las hermanas, que a lo largo de las generaciones, vivieron el desarraigo, el odio, la misoginia, la discriminación, la condena social e individual, la sobrecarga de explotación, el miedo introyectado en la vida cotidiana.
Las feministas organizadas en la lucha antirracista, antipatriarcal, anticapitalista, las brujas de estos tiempos, sabemos –y cuando no sabemos preguntamos y compartimos- los secretos de las plantas, de las semillas, de los ríos y lagunas, de los bosques, las montañas. Sabemos o estamos aprendiendo a hablar con la tierra, el agua, el aire y el fuego. Vamos realizando experiencias de soberanía alimentaria, de cuidado colectivo de la salud popular.
Peligrosas, como en todos los tiempos, nos queman en hogueras de furia y crueldad. Defensoras de la tierra, la naturaleza, las comunidades, de cuerpos y territorios, han sido asesinadas sin piedad por las políticas de la Inquisición posmoderna. Bety Cariño en México, Berta Cáceres en Honduras, Marielle Franco en Brasil, Macarena Valdés en Chile, son sólo algunas de nuestras compañeras asesinadas por el poder con la intención de disciplinarnos, domesticarnos, subordinarnos, y detener la fuerza de nuestras revoluciones feministas.
Porque conocemos el rostro del fascismo, no dudamos en estar en las calles para repudiar el atentado contra Cristina. Seamos o no kirchneristas, nuestra memoria está viva para saber que es en las calles donde necesitamos detener la mano asesina, y los discursos de odio. Y aprendimos también que cuando atacan a una, respondemos todas.
Como las brujas de otros siglos, nuestra decisión de cuidar la vida es irreductible. No la pueden incinerar en las hogueras de los malos gobiernos, ni puede quedar atrapada en las redes de la cooptación política en las que buscan enredarnos.
Como feministas del Abya Yala, nuestra manera colectiva de organizarnos políticamente, no es el modo patriarcal de la compraventa de favores y beneficios. No tenemos intenciones de conquista de los pueblos ni de la naturaleza. No hacemos cálculos electoreros, que dinamiten los proyectos que construimos con tanto esfuerzo. Somos parte creativa de las comunidades, y de los territorios que habitamos y cuidamos como casa común.
Sin embargo, reconocemos que hay otros modos de organización política dentro de los feminismos, y valoramos lo que cada colectiva o persona pueda aportar para la transformación del mundo. No somos ni queremos ser juezas que apliquen el “feministómetro” a quienes entienden que hay modos de participación más eficaces. Propugnamos el encuentro de nuestras experiencias a través de objetivos comunes, como en la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, o como ha sido en las multitudinarias manifestaciones por Ni Una Menos.
Los obstáculos a los que nos enfrentamos son tan inmensos, que no podemos darnos el lujo de la miopía sectárea o de las lógicas patriarcales que miden con estupidez cansadora quienes tienen la bandera más grande, o el discurso más encendido.
Creemos en el debate, en el diálogo entre compañeras, pero no aceptamos el chantaje de aquellas que pretenden imponer para todas las mujeres, un feminismo radical excluyente de quienes somos parte, por el camino recorrido, de las luchas antipatriarcales. El “monólogo de las vaginas”, está siendo felizmente reemplazado por un diálogo de cuerpos y saberes plurales, profundamente feminista, creativo. No somos incluyentes, sino compañeras de andar. Nadie puede atribuirse el derecho a incluirnos o a excluirnos, en un movimiento emancipatorio.
Como feministas populares, plurinacionales, comunitarias, trabajadoras de tiempo completo, ocupamos la primera línea en las políticas de sobrevivencia. La división sexual del trabajo se extendió de la “labor doméstica” domesticadora, desde la casa, la familia, hacia el trabajo colectivo, en la comunidad. Ollas populares, huertas comunitarias, comedores comunitarios, círculos de salud popular, radios comunitarias, talleres de educación popular, son iniciativas que realizamos para ir generando poder desde abajo, desde la raíz. Tomamos en nuestras manos el acompañamiento en casos de aborto. Somos socorristas, tejemos redes de profesionales de la salud por el derecho a decidir, nos organizamos como profesionales: abogadas, educadoras, periodistas, médicas, rompiendo la fragmentación –y otra vez las fronteras- de las “disciplinas”, para intercambiar saberes con las mujeres de los movimientos populares. Nos acompañamos para enfrentar situaciones de violencia patriarcal, para denunciar a la justicia cómplice de esas violencias –hemos recurrido al Juicio a la Justicia Patriarcal como uno de los caminos-, para cuidarnos entre nosotras realizando autodefensa feminista.
La creación colectiva de conocimientos, la teorización de nuestras prácticas, son lugares en los que se encuentran la educación popular y la pedagogía feminista. Vamos tejiendo nuestros relatos del mundo, en diferentes lenguas, en distintos bordados, en diversos telares. La diversidad, el colorido de nuestras historias, nos permite reconocernos en la lucha contra la hegemonía gris y monocolor del patriarcado.
¿Dónde están las feministas? Vuelve la pregunta maliciosa que parte del prejuicio de que hay que “ver para creer”. Nos ven entonces cuando salimos de a miles, desbordando todas las cercas. No nos ven en la tarea cotidiana de sostener la vida, porque es esa tarea la que hicimos siempre. Sin embargo, ya las ollas populares discuten la soberanía alimentaria, ya las huertas comunitarias discuten que la agricultura campesina puede y necesitamos que se realice sin agrotóxicos, ya las escuelas y los pueblos se organizan para no vivir bajo la amenaza de las fumigaciones, ya los colectivos de salud popular aprenden a prescindir de la industria farmacéutica. Las feministas tenemos recurseros, en los que identificamos a los servicios de salud “amigables”, a los juzgados “amigables”. Nos enredamos entre las madres de pibxs asesinadxs por el “gatillo fácil”, o como “madres cuidadoras” y ex sobrevivientes del abuso sexual en la infancia. Somos feministas quienes rechazamos la explotación sexual y la trata para esos fines. Somos las leonas que rugen y arrancan a sus hijxs de las garras de los violadores y abusadores, en la mayoría de los casos machos que se creen dueños de nuestros cuerpos y vidas. Algunas somos viejas, viejes, y algunas somos niñas, niñes. O somos al mismo tiempo niñas, niñes, jóvenes, viejas, sin miedo de ser felices.
Son las revoluciones invisibles, en las que las feministas nos encontramos embarcadas. Navegamos con alegría nuestras creaciones. Unas bordadoras hacen maravillas para recordar la memoria de los caídos y caídas en Trelew, y sobre todo sus sueños revolucionarios. Unas ceramistas van colocando un mosaico pequeño al lado del otro, hasta que nace la magia de la imagen de nuestras Madres de Plaza de Mayo, quienes los jueves -con más de 90 años- vuelven a la ronda. Las artivistas, las teatreras, las musiqueras, las bailarinas, las poetas, las cuenteras, danzamos el mundo con nuestras revoluciones.
No nos detenemos solo en políticas de sobrevivencia. Nuestro deseo no se termina en evitar que nos maten. Queremos vivir bien. Nos fortalecemos en los vínculos de amistad política entre mujeres. Rechazamos el amor romántico que pretende controlar y apropiarse de vínculos, a partir del poder del macho. Rechazamos la privatización de las relaciones humanas.
A nuestras revoluciones las mueve el deseo. Por eso, aunque todos los días las feministas estamos en pequeños grupos, colectivos, comunidades, también nos encontramos en citas multitudinarias, como la que realizaremos este octubre de 2022 en San Luis, en un momento histórico en el que se concretará, después de tanta pandemia y malas ondas, el 35 Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Intersex, No Binaries. Desde todas las cuevas de las resistencias, llegaremos quién sabe cómo, pero llegaremos. Los abrazos esperados, los cantos reinventados, los talleres de diálogo, los festivales y eventos artísticos, las marchas, las asambleas. Desde Abya Yala hasta Kurdistán es la cita de honor.
¿Dónde estamos las feministas? ¿De verdad se preocupan? Está bien que se preocupen. Porque aunque ustedes no nos vean, los estamos mirando. Las brujas de estos tiempos caminamos hacia horizontes que solo nosotras podemos identificar como posibles, porque los dibujamos en las madrugadas, entre danzas en las que saludamos a la luna que se oculta, al sol que se asoma, a la brisa que nos envuelve. Pintamos al mundo con alegría, y somos felices de sabernos acompañadas por todas las que partieron antes, que siguen caminando con nosotras, en cada duelo, en cada victoria cotidiana, en cada abrazo que nos deja temblando de emociones antiguas y nuevas, ahora y siempre.
Foto de portada: Contrahegemonía.
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