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©Gaudencio Rodríguez Juárez*
Jueves 8 de septiembre de 2022
Tengo la impresión de que el hecho de que existan programas formales para educar en valores es la evidencia de que las niñas y los niños no están contando con modelos edificantes suficientes de quiénes aprehender los valores universales.
Los valores para ser aprehendidos, para que sean apropiados deben ser vividos y modelados por los miembros de una sociedad. Deben vivirse no enseñarse a través de discursos, deben encarnarse en las decisiones cotidianas. De esta manera las niñas y los niños los observarán y los harán suyos. Justo por esto es que me pregunto: ¿Será que hoy necesitamos asignaturas escolares para enseñar valores a las y los adolescentes debido a que los adultos no hemos hecho la tarea de vivirlos, y, en ese acto modelarlos, de manera suficiente?
Las hijas y los hijos florecen a nuestro lado, mirándonos, tomándonos como referencia. Por eso su educación tiene más que ver con la formación de las personas adultas que les rodeamos que con lo que pretendemos hacer con ellas y ellos en términos de formación, pues el cultivo de nuestra personalidad se convierte en buena medida en espejo de la suya.
Es por esto que padres y madres necesitamos educarnos y prepararnos para proporcionar una buena formación a nuestros retoños, sobre todo a través del ejemplo, pues estos siempre nos están observando, siempre. Y, entre más pequeños son, más impacto tiene nuestro modelaje. Nuestros gestos, nuestro ritmo, volumen y tono de voz, todo nuestro lenguaje corporal, la disponibilidad y disposición, capacidad y calidad de respuesta para atender sus múltiples necesidades, son aspectos que tienen mayor peso para ellos.
Dicho en palabras llanas, ellos atienden más a lo que ven y a lo que les hacemos sentir con nuestras actitudes y comportamientos que a lo que les decimos con palabras. Por eso, seamos conscientes de todo nuestro ser. Porque ellos nos “escanean” todo el tiempo. Ellos toman lo mejor, lo peor y lo regular que existe en nosotros.
Le cedo el lugar en la fila a la señora porque llegó primero, sólo que antes se dirigió a la caja para acercar los pesados productos que pagaría. El hombre que liquida su cuenta antes que ella en la caja de al lado decide esperarla para ayudarle a subir su pesada mercancía. En esta caja también termino de pagar antes que la mujer. Me retiro, abro la puerta del comercio para salir. Pero detrás de mí ya viene el hombre con la carga y detrás de él su hijo y la señora, la cual, a pregunta expresa, le señala el automóvil donde habrá de depositarle sus productos, al mismo tiempo que le agradece su ayuda. Me detengo, mantengo abierta la puerta. Salen, la cierro y tomo mi camino desde donde observo a ese hombre con su hijo tomando sus bicicletas para seguir el suyo, al tiempo que pienso que, en un acto, ese niño de 10 años aproximadamente, que siempre estuvo atento a los movimientos (porque los niños observan todo), fue testigo del respeto, la justicia, la consideración, la iniciativa, la solidaridad, la colaboración, la amabilidad y la gratitud modeladas —aun involuntariamente— por tres adultos.
“Ese hombre debe ser un buen padre. Seguramente ese hijo se está convirtiendo en un buen hombre», pensé al verlos mirarse y reír ya trepados en su respectivo vehículo.
Así es como las niñas y los niños comienzan a generar sus categorías de valor. Ocurre en el transcurrir de los días, con cada comportamiento que observan en las personas que les rodean.
Y es que cada comportamiento encierra una decisión (ayudar a una desconocida, por ejemplo, en el relato anterior), y esa decisión se basa en una actitud que tiene como base un valor, algo que se valora (solidaridad al ayudarle con una mercancía pesada). El pensamiento concreto de la infancia requiere de lo observable (los comportamientos) para aprehender los valores que estos encierran, aun sin darse cuenta.
Cuando apoyamos y obramos en beneficio de una persona, suscitamos en esta, sensaciones gratas: alivio, alegría, seguridad, gratitud, sensaciones que asoman una manifestación concreta a través de un rostro relajado y hasta una sonrisa. Lo cual retroalimenta la iniciativa tomada por la primera persona. Al observar estos detalles de las interacciones humanas, las niñas y los niños concluyen que dichos comportamientos son buenos, valiosos, positivos. Entonces los hacen suyos.
¿Queremos niñas, niños y adolescentes que valoren todo aquello que nos hace humanos? Modelemos humanidad. Démosles ejemplos en la cotidianeidad y no tendremos que aburrirlos con clases sobre este tema en las aulas.
* Psicólogo / [email protected]
Foto de portada: Ben White (@benwhitephotography) / Unsplash.
1 Comentario
La forma en la que escribes esta apropiación y aprendizaje de los valores es muy clara, creo que le das al clavo al mencionar que en lo cotidiano es donde aprenden las niñas y niños; experimentándolo y viendo el ejemplo. Creo que lo aprendido en las aulas de manera formal solo les ayuda a dar sentido a esas experiencias, a quienes lo aprenden en casa. Ojalá con artículos como este más personas adultas se vayan sensibilizando en estos temas y tratemos diferente a las infancias.