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Alfonso Díaz Rey*
Viernes 20 de diciembre de 2024
La reciente designación que hizo Donald Trump del nuevo embajador de Estados Unidos en México, Ronald D. Johnson, quien reemplazará a Ken Salazar, guarda estrecha relación con la política exterior de ese país con respecto a este continente y sobre todo con las naciones que por algún motivo no se comportan como más le conviene a los yanquis, y a ellos oponen la defensa de su soberanía.
No son pocos los países de Nuestra América que son o han sido víctimas de injerencia, desestabilización, acoso, conspiraciones, invasiones, golpes de Estado blandos y cruentos, por el hecho de no seguir los dictados de quienes se sienten y creen ser los dueños del continente y guías del mundo.
En todos esos casos las embajadas de Estados Unidos y sus embajadores ─cuando existen representaciones diplomáticas─ han estado estrechamente vinculados con la planeación, coordinación y ejecución de las acciones diseñadas en el Departamento de Estado, la CIA, la DEA y otras agencias del gobierno norteamericano, incluidas algunas fundaciones para la «cooperación», «desarrollo» o «humanitarias», que se ocupan del financiamiento.
De ahí que en el currículum de muchos de sus embajadores o de sus principales asesores sea común su paso o pertenencia a la CIA, lo que significa contar con los conocimientos y habilidades para llevar a cabo operaciones ─abiertas o encubiertas─ bajo una cobertura diplomática, cuyo principal objetivo es mantener el control político y económico de su país sobre otras naciones.
Los antecedentes del personaje designado por Trump son, desde la visión del imperio, los adecuados para ejercer la «diplomacia» de Washington en un país que como el nuestro ha emprendido un proceso de recuperación de la riqueza y bienes nacionales que como resultado del despojo pasaron a ser propiedad privada, en gran medida del capital monopólico transnacional.
Tal despojo se reflejó en disminución ─y en algunos casos desaparición─ de derechos de trabajadores manuales e intelectuales del campo y urbanos, quienes con sus familias conforman la mayoría de la población de nuestro país.
Ante ese proceso de recuperación ─que inició en 2018 con la presidencia de Andrés Manuel López Obrador y fue refrendado el pasado 2 de junio, con el triunfo electoral de Claudia Sheimbaun Pardo─ cuyo eje central es la defensa y fortalecimiento de la soberanía nacional y popular, el imperialismo, de manera general, y su potencia hegemónica, en particular, desde su inicio han mostrado su rechazo; y no sería un error pensar que intensificarán su injerencismo para ponerle todo tipo de obstáculos y evitar su continuidad, tratando de influir en la elección intermedia de 2027 y en la federal de 2030.
En tal contexto, y dado el desprestigio y pobreza propositiva e intelectual de las fuerzas políticas de la derecha local, es predecible el desempeño del futuro embajador de Estados Unidos y el apoyo que recibirá la oposición política en nuestro país, en franca violación a nuestra soberanía y a las normas de la diplomacia.
En este escenario reviste vital importancia la organización y participación consciente del pueblo, pues no solamente se enfrentará a las fuerzas políticas internas que pretenden restaurar por completo el orden neoliberal, sino a un enemigo transnacional multifacético, que se encuentra presente en nuestro país desde hace mucho tiempo y opera en la industria, las finanzas, el comercio, el campo, la cultura, el entretenimiento, la radio, la televisión, los medios digitales e impresos de comunicación y en prácticamente todos los ámbitos de nuestra vida. Su principal rostro y representante: la oligarquía nativa y sus pares extranjeros
A ese enemigo solamente pueden vencerlo los pueblos decididos a ser libres y dueños y forjadores de su destino.
* Miembro del Frente Regional Ciudadano en Defensa de la Soberanía, en Salamanca, Guanajuato.
Imagen de portada: Ronald D. Johnson. | Foto: Twitter @politicastillo.
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