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Alfonso Díaz Rey*
Viernes 27 de agosto de 2021
«Es común que en algunos círculos sociales se identifique a la cultura con un asunto de intelectuales, con el quehacer de prestigiados artistas, con el mundo de las bellas artes y, quizá lo más común, con el nivel de instrucción escolar que individualmente se ha adquirido.
«En todos estos conceptos pareciera estar ausente el principal productor de riqueza social y, por lo tanto, de cultura: el pueblo de una nación. En consecuencia, se desvincula al producto de su principal creador». [1]
Las luchas por la emancipación de los pueblos, en la recuperación de su soberanía y alcanzar su definitiva independencia, se libran en tres frentes principales: el político, el económico y el ideológico. Sin embargo, la mayoría de las veces, la lucha en esos frentes es precedida por una intensa y en ocasiones soterrada lucha cultural.
La cultura, entendida como obra de los seres humanos comprende todo lo que nuestra especie ha aprendido, creado, y logrado a través del tiempo, incluyendo su propia historia; lo que ha servido para conformar una serie de patrones mediante los cuales la sociedad encauza su desarrollo y regula el comportamiento de sus miembros. Todo ello es el resultado de la información y habilidades que en su contacto con la naturaleza han desarrollado los seres humanos y de las relaciones sociales presentes en un momento histórico dado, que desembocan en una visión y concepción del mundo y la sociedad.
En el curso de esos procesos de aprendizaje, creación y avances del ser humano, como ser social, que indudablemente se da sobre bases proporcionadas por la naturaleza, ha sido fundamental el trabajo creativo y, derivado de ello, la parte más valiosa se ha depositado en la conciencia humana, que ha sido capaz de enriquecerla, fortalecerla y difundirla.
En la actualidad, el capitalismo, y en particular su variante neoliberal, pasa por una añeja y profunda crisis que no es solamente económica sino comprende casi todos los aspectos de la vida y de la estructura de la sociedad y el medioambiente. Ello no quiere decir que ese sistema esté a punto de pasar a la historia. No obstante su decadencia, posee y controla enormes recursos materiales (productivos y bélicos), financieros, mediáticos, ideológicos, tecnológicos, científicos y «legales», entre otros, que lo vuelven aún más peligroso.
A raíz de esa crisis la principal potencia capitalista e imperialista, Estados Unidos, ha perdido hegemonía en buena parte del planeta e intenta el control absoluto de este continente, ya no por medios militares, los que no descarta, sino mediante los llamados «golpes blandos», en los que juegan un papel determinante sus cuantiosos recursos mediáticos, científicos, tecnológicos e ideológicos para imponer su visión del mundo y la realidad, con la finalidad de derrocar gobiernos que no le son afines y sustituirlos por otros que respondan a los intereses del imperio yanqui.
En este contexto el arma más poderosa del imperialismo es la mentira. Mediante su difusión masiva y persistente, el imperio busca, y ha logrado en algunos casos, que los pueblos desatiendan aspectos coyunturalmente importantes de la política; y con los sectores sociales ganados ideológicamente, aun siendo minoría, lograr su objetivo. Esos sectores sociales ideológicamente afines al imperio, entre los que se fundamentalmente se encuentran estratos medios y aspirantes a pequeño burgueses, han sido, y son, el botín y «cabeza de playa» en una guerra cultural que cotidianamente despliega el imperialismo, cuyo objetivo es lograr que los pueblos olviden su historia, sus raíces y acepten la visión y concepciones de quienes los oprimen, lo que les facilita su dominio.
Lo anterior muestra la importancia de la defensa de nuestra historia y cultura como una forma de resistir y combatir la ofensiva cultural del imperio y sus socios y aliados internos. Parte muy importante en esa lucha tiene que ver con la capacidad que tengamos de asimilar lo mejor de las culturas de otros pueblos para enriquecer y fortalecer la nuestra. Desdeñar esfuerzos para desplegar la lucha en este frente puede conducir a serios contratiempos o fracasos en los campos de las luchas política, económica e ideológica.
Recodemos que:
«La conformación del México actual sólo puede entenderse al tomar en consideración las acciones trascendentales y cotidianas del pueblo trabajador, es él quien con su esfuerzo diario y con sus luchas en los momentos más apremiantes ha creado y defendido los mejores intereses de la nación, constituyéndose en el factor determinante del desarrollo histórico general.
«En los principales episodios de nuestra historia, en aquellos que han posibilitado los cambios estructurales trascendentales del país, ha sido siempre el pueblo quien entrega lo mejor de sí. La expropiación de la industria petrolera es uno de esos episodios y constituye una gesta de inmenso valor, humano y cultural, que nos debe ayudar a tomar conciencia de lo que somos y, algo quizá más importante, lo que podemos llegar a ser.» [2]
Notas:
[1] De la Torre Rivera, Manuel et al. Testimonios de la expropiación. México, 1990. Editorial Nuestro Tiempo, p.11.
[2] Ibid.
* Miembro del Frente Regional Ciudadano en Defensa de la Soberanía, en Salamanca, Guanajuato.
Foto de portada: Giovanni C. Garnica (@gogarnica) / Unsplash.
1 Comentario
En este campo hay mucho que hacer, y ese es el qué hacer. Me encanta la mesmitificación de nuestro mundo mediato e inmediato; pero sobre todo hay que perfilar nuestro o nuestros programas de lucha para defendernos en lo que somos como humanos universales o internacionalistas, latinoamericanistas sin fronteras, mexicanos, multidimensionales (multiculturales no sé qué es), trabajadores, resistentes, rebeldes si se los da serlo.