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NO TODO ESTÁ PERDIDO
Agustín Galo Samario
Decir que con el asesinato del fotorreportero Rubén Espinosa la violencia contra los periodistas ha cobrado ya cotas muy altas, es minimizar el problema. El asunto ha llegado a tales niveles que México es considerado el país más peligroso de América para el ejercicio del periodismo. La organización Artículo 19 lleva documentadas 88 muertes violentas de comunicadores desde el 2000 y 18 desaparecidos de 2005 a la fecha, mientras que las amenazas y agresiones de todo tipo –cada 26 horas se comete una– las cuenta por centenas cada año. Ese es el estado de nuestra democracia.
El caso de Rubén Espinosa rompe todos los esquemas. Bloqueado en sus coberturas por el gobierno de Javier Duarte de Ochoa, el fotógrafo huyó de Veracruz por el hostigamiento y las amenazas en su contra. Denunció su situación en la prensa y pidió protección. Las autoridades estaban al tanto de los peligros que se cernían sobre su persona y aún así fue asesinado.
A nivel nacional, algunos medios como Horizontal.mx se empiezan a pronunciar por iniciar un diálogo sobre la crisis de la libertad de expresión en México y sobre las leyes que criminalizan las protestas, que restringen el uso de los espacios públicos, que prohíben documentar los abusos policiacos y la vigilancia masiva. Todo esto como una manera de solidarizarse con Rubén Espinosa y los miles de periodistas asesinados, desaparecidos, desplazados y agredidos.
En Guanajuato también tenemos a nuestras propias víctimas: a Karla Silva, a quien no se le acaba de hacer justicia; a Gerardo Nieto Álvarez, periodista de Comonfort cuyo asesinato sigue impune a más de un mes de ocurrido. Entonces sí, es necesario y urgente iniciar esa discusión. Porque callar no es alternativa, porque el silencio es cómplice de los agresores.
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