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José Ernesto Novaez Guerrero / Peoples Dispatch
Lunes 14 de agosto de 2023
Fidel no sólo sobrevivió a la furia de la dictadura de Batista, la guerra de guerrillas y 600 intentos de asesinato, sino que lideró un proceso revolucionario que después de 60 años, sigue resistiendo y triunfando.
Pocos líderes en la historia reciente han sido tan vilipendiados por la gran prensa corporativa y sus partidarios como Fidel Castro. El Comandante de la Revolución Cubana es, sin duda, una de las figuras indispensables en la historia de las Américas y esto explica, en parte, el permanente «asesinato simbólico» al que fue y es objeto su figura. En su cumpleaños número 97, vale la pena señalar algunas ideas sobre Fidel y el significado de este gran líder.
El hombre
Quienes han tenido la suerte de visitar la ciudad natal de Fidel Castro en el pequeño pueblo de Birán, en la provincia de Holguín, pueden tener una idea clara de sus orígenes. Sin ser hijo de uno de los grandes terratenientes de la Cuba prerrevolucionaria, Fidel era, sin embargo, hijo de una familia con recursos.
Su padre, un emigrante español, había podido amasar una pequeña fortuna y adquirir tierras, lo que le permitió mantener a una familia numerosa y garantizar un buen nivel de vida y una buena educación para sus hijos. Esta educación llevó a Fidel primero a Santiago de Cuba, la segunda ciudad más importante del país, y luego a estudiar derecho en La Habana, donde pudo integrarse plenamente en el proceso de mayoría de edad y lucha política de su generación.
Como miembro de la Juventud Ortodoxa[1], con un sentido intrínseco de la justicia, Fidel, como toda su generación, lamentó profundamente el suicidio de Eduardo Chibás. La muerte del líder ortodoxo, ahogado por la corrupción y la podredumbre de los gobiernos del Partido Auténtico, fue un golpe formidable y casi desalentador para una juventud formada en el fracaso de la revolución de 1930 y que vio cómo los anhelos de redención y reforma nacional se les escapaban de las manos.
El golpe de Estado de Batista en marzo de 1952 parecía ser la sentencia final. Los militares y los cuarteles volvieron a imponerse sobre el destino de la nación. Y lo hicieron al servicio de los intereses del gran capital norteamericano. Batista fue, una vez más, el hombre duro que restablecería el orden y la seguridad. Bajo su gobierno, las confrontaciones de gángsters, los asesinatos a sueldo y los asaltos terminarían. El ejército garantizaría la tranquilidad necesaria para que el dinero norteamericano, incluido el de la mafia, pudiera llevar a cabo sus «negocios como de costumbre».
En el proceso, toda libertad sería limitada y toda oposición violentamente silenciada. Las ganancias de la Constitución de 1940 se perdieron.
La diferencia es que la generación que surgió en esos años y entró en la vida política, especialmente su ala más revolucionaria, no estaba dispuesta a aceptar ese orden de cosas. Fidel fue el líder natural de ese proceso de rebelión. Fue él quien capitaneó el audaz asalto al Moncada, que, aunque un fracaso, demostró dos cosas fundamentales: la brutalidad sanguinaria del régimen de Batista, que persiguió y masacró a los sobrevivientes de la acción, y la existencia de un espíritu de rebeldía dispuesto a luchar por una Cuba mejor.
Ese espíritu no fue aplastado por la prisión, el exilio o la derrota. En su alegato de autodefensa, más tarde conocido como «La historia me absolverá», Fidel dejó en claro los reclamos de justicia social y soberanía que estaban en la base de todo el movimiento revolucionario.
El azar, que también juega un papel en la historia, determinó su supervivencia en condiciones muy difíciles, después del asalto al Moncada, en la derrota de Alegría de Pío, en los numerosos bombardeos y combates en la Sierra (su imprudencia fue tal que después del combate de El Uvero, el Che y varios oficiales le escribieron una carta pidiéndole que no se exponga innecesariamente), los más de 600 ataques en su contra.
Su nivel intelectual, su lucidez política de no dejarse arrastrar a ninguno de los pactos y lobbies que se forjaron a su alrededor en numerosas ocasiones, sus capacidades militares y luego sus dotes como líder popular cuando triunfó la Revolución, lo convirtieron en el líder indiscutible del proceso y la expresión de las aspiraciones de todo un pueblo.
El político
Como político, Fidel supo superar escenarios muy complejos. El triunfo de la Revolución también marcó el inicio de una escalada sin precedentes de agresiones contra Cuba. La existencia de una revolución triunfante en un continente que era su patio trasero era inadmisible para los Estados Unidos. Una Revolución que desmanteló los dogmas de la derecha y la izquierda, demostrando que era posible vencer a un ejército profesional con un grupo guerrillero inferior en número y armas, y además, que también era posible hacerlo desde un pequeño país neocolonial, sin grandes recursos naturales.
Esta revolución tuvo que superar internamente la agresión más o menos abierta de la gran y mediana burguesía nacional, que se manifestó tanto en forma de chantaje como de agresión de diversa índole. Grupos armados, financiados y entrenados por Estados Unidos y las oligarquías criollas, proliferaron en varias regiones del país, sembrando el miedo y la destrucción con ataques piratas, sabotajes, bombardeos, asesinatos y robos. Importantes figuras del gobierno revolucionario de aquellos primeros años terminaron traicionándolo por acción u omisión, entre ellos jefes militares como el primer comandante de la fuerza aérea, Díaz Lang (quien desertó a EEUU en un avión robado y regularmente regresaba a lanzar granadas en calles céntricas de La Habana) o Hubert Matos, comandante de la región militar de Camagüey. Lo mismo ocurrió con el primer presidente del gobierno revolucionario, Urrutia, el primer presidente del Banco Central, etc. Buena parte de los profesionales del país emigraron al extranjero e incluso la Iglesia Católica se prestó a infames campañas de difamación, como la infame Operación Peter Pan.
A nivel internacional, las sanciones, las amenazas y el chantaje económico se intensificaron. La persecución y la difamación fueron desatadas por la OEA y varios aliados de los Estados Unidos. Numerosos países latinoamericanos, bajo presión, rompieron todo tipo de relaciones con Cuba. En marzo de 1960, el buque francés La Coubre explotó en el puerto de La Habana como consecuencia de un sabotaje, causando la muerte de casi un centenar de personas y más de 200 heridos. En abril de 1961, aviones de Honduras bombardearon varios aeropuertos civiles cubanos y pocos días después 1.500 mercenarios cubanos, armados y entrenados por la CIA y con el apoyo de la Marina estadounidense, desembarcaron en Playa Girón[2], iniciando una invasión que fue derrotada en menos de 72 horas y cuyos prisioneros fueron intercambiados con el gobierno estadounidense por compotas para niños y maquinaria agrícola.
En 1962, Cuba estuvo involucrada en la famosa Crisis de los Misiles, que se resolvió mediante un acuerdo entre potencias que dejó fuera a Cuba, lo que provocó una respuesta digna de Fidel en nombre del pueblo revolucionario.
En medio de ese torbellino político, Fidel supo dirigir y canalizar los estados de ánimo y las expectativas del pueblo y de los miembros de la dirección revolucionaria. Supo construir la unidad necesaria entre las fuerzas revolucionarias y maniobrar con firmeza en la escena internacional.
La Revolución se tradujo inmediatamente en avances concretos: una Ley de Reforma Agraria que rompió la columna vertebral de la gran propiedad terrateniente en el país y dio la tierra a quienes la trabajaban; una campaña masiva de alfabetización; programas de salud y vivienda, con decenas de miles de becas para estudiantes de todos los niveles; la creación de un sistema masivo de protección y difusión de la cultura que ponga la cultura al alcance de la gente; y la creación de empleo.
Fidel supo construir hegemonía dentro del proceso desde una concepción dinámica de la realidad, que derivó las claves de sus acciones políticas de una comprensión profunda de las diversas etapas por las que tuvo que pasar. Logró preservar la autonomía política y las esencias particulares del proceso cubano en sus años de mayor relación con la URSS y el campo socialista y, tras el colapso en Europa del Este, supo reconfigurar en un escenario muy complejo la posibilidad de la existencia y permanencia del socialismo y sus logros en Cuba.
Fidel fue también un educador extraordinariamente popular, que en largos y multitudinarios discursos inculcó en el pueblo una nueva concepción de la historia y del papel de Cuba en la escena latinoamericana y mundial. Bajo el liderazgo de Fidel, Cuba pasó de ser una pequeña isla productora de azúcar a ser una nación que asumió el derecho de exponer, denunciar y luchar contra el régimen colonial y neocolonial. Apoyar los movimientos independentistas de todos los continentes, enviar médicos, maestros, entrenadores deportivos a todas las latitudes del planeta. Ninguna otra nación en el hemisferio occidental ha desplegado una actividad internacional tan amplia y generosa. El liderazgo político de Fidel demostró al pueblo cubano que podía saltar mucho más allá de su propia estatura, que el tamaño de una nación se define por el heroísmo y la generosidad de sus mujeres y hombres, y no por las desventajas impuestas del colonialismo y el subdesarrollo.
El símbolo
La figura de Fidel encarna los ideales de soberanía y justicia social de una nación y es la expresión de que es posible construir una nación más justa e inclusiva incluso en las circunstancias más adversas. También es un factor clave de unidad para la continuidad del proceso cubano en el tiempo.
Para erosionar su dimensión simbólica, apelan constantemente a mentiras y medias verdades. Se revuelcan en posibles errores, en rumores, en episodios específicos de la historia reciente, en testimonios oportunistas. Sin duda, como hombre y como político, cometió errores, pero estos también vienen de la mano de grandes éxitos, éxitos clave para la subsistencia, más de 60 años después, de una Revolución como la cubana. Su condición humana sustentaba su condición simbólica, y su coherencia como hombre determinaba en gran medida la dimensión de su figura.
Su pensamiento, como todo pensamiento vivo, debe estar sujeto a un diálogo permanente. Nada podría ser más ajeno a su concepción de la política que la inmovilidad de las ideas y los pueblos. En un momento en que una de las formas más efectivas de asesinato simbólico es la momificación o mercantilización (piense en lo que intentaron con Lenin o el Che), el deber de los revolucionarios en todas partes es debatir, discutir y crear.
Marx dijo que las ideas se convierten en poder material cuando se apoderan de las masas. Fidel vive hoy, precisamente porque su símbolo queda como prueba de que es posible hacer una Revolución con los humildes, por los humildes y para los humildes, y persistir en ese empeño contra la hostilidad y persecución de la mayor potencia imperial de la historia.
Notas:
[1] El ala juvenil del Partido Ortodoxo, el partido comunista en ese momento en Cuba.
[2] Playa Girón es conocida en el contexto estadounidense como Bahía de Cochinos.
* José Ernesto Novaez Guerrero es escritor, periodista e investigador de Santa Clara, Cuba. Coordina el capítulo cubano de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad y trabaja con varias publicaciones dentro y fuera de la isla.
Imagen: Fidel dirigiéndose a las masas. | Foto: Centro Fidel Castro.
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