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Laura Cuevas Rodríguez*
Miércoles 19 de enero de 2022
“El miedo que sentís al imponerme esta sentencia tal vez sea mayor que el que siento yo al aceptarla”.
Fueron ésas las palabras pronunciadas por el filósofo y libre pensador italiano Giordano Bruno tras ser condenado a muerte en la hoguera, “sin derramamiento de sangre”, por parte de la inquisición. Dicha sentencia vino después de un proceso de ocho años, mismos que Giordano Bruno estuvo preso en una celda inmunda llevando su propia defensa.
A pesar de la prisión y el juicio injusto que culminó en la sentencia de muerte, Giordano Bruno defendió sus ideas hasta el final de su vida.
Nacido en el año de 1548 en Nola Italia, Giordano Bruno, llamado el Nolano, vivió durante el renacimiento. Su muerte injusta se produjo, tal vez, porque su existencia coincidió con el crepúsculo de ese periodo de la historia europea y con el auge de la Santa Inquisición de la iglesia católica.
Un breve recorrido por la vida de Giordano Bruno nos permite conocer que a los quince años se trasladó a Nápoles para ingresar a la orden de los dominicos. Sus biógrafos escriben que su formación religiosa fue una etapa en la que mostró su espíritu indócil y sediento de conocimiento. El primer conflicto que tuvo en su época de estudiante en la orden dominica, fue ocasionado porque se negó a colocar en su celda imágenes religiosas de santos, dejando sólo un crucifijo. A pesar de todo, fue nombrado sacerdote a los 24 años, se doctoró en Teología en 1575. Sin embargo, abandonó dicha congregación en 1576, a los 28 años de edad acusado de herejía.
A causa de tal acusación se alejó de Italia y viajó por Europa, conoció Ginebra, en Francia alternó con Enrique III, vivió en Londres, ciudad en la que escribió los Diálogos metafísicos; en Frankfurt publicó también sus libros, fue contemporáneo de Copérnico, Kepler y Galileo. Conoció el calvinismo y entró en conflicto con esa corriente de pensamiento. Giordano Bruno estudió las diferentes doctrinas de su tiempo y con todas tuvo diferencias que hizo manifiestas. Ya se tratase de calvinistas, anglicanos, luteranos, teólogos, mecenas y, por supuesto, de la misma iglesia católica, con todos tuvo problemas.
Después de vivir fuera de Italia durante varios años, regresó a Venecia en 1591 invitado por Giovanni Mocenigo, quien sería su mecenas durante un corto tiempo y quien posteriormente lo denunciaría a la Santa Inquisición, para comenzar el tortuoso juicio que acabaría con su vida.
En muchas enciclopedias se refieren a Giordano Bruno como astrónomo y teólogo; sin embargo, estudiosos de Bruno, como Nuccio Ordinne, argumentan que fue más bien un filósofo y librepensador, pues se acercó a la astronomía no desde modelos matemáticos, como Copérnico o Kepler, sino desde una discusión filosófica. El centro del universo no era la tierra, concordaba Bruno, el centro era el sol. Pero el Nolano fue más lejos, “el universo es infinito, no tiene término, límite, ni superficie”, por lo tanto, en el mundo hay muchos otros soles, estrellas, planetas y otros posibles seres. En consecuencia, cada lugar, cada persona, cada ser vivo en el mundo, puede ser el centro del universo, desde la pulga más ínfima hasta el más aclamado rey, están en el centro el universo. Lo anterior fue una verdadera revolución para ese tiempo, por ello se dice que Giordano Bruno vivió en una época equivocada. Según Kepler, Bruno predijo lo que el telescopio de Galileo encontró.
Fue a causa de su forma de pensar, plasmada en diversos textos de su autoría «más de 60 libros», que Giordano Bruno fue preso en 1592, denunciado por Giovanni Mocenigo quien lo hospedaba en su casa con el fin de aprender del sabio −quien se había ganado la fama de conocer la magia− los secretos de la magia y la nemotecnia. Al sentirse defraudado, por no conseguir sus fines, recurre a la siniestra institución católica, conociendo de antemano que Bruno se encontraba ya, desde hacía tiempo, en la mira de la misma.
Durante su largo juicio de ocho años, se usaron fragmentos descontextualizados de sus escritos para acusarlo de herejía, el propio Bruno se hizo cargo de su defensa. Lo agotador e inhumano de tal situación, lo encontramos magistralmente plasmado en un breve relato de Bertolt Brecht titulado El manto del hereje. En dicho texto, el autor nos narra cómo la esposa de un sastre que había confeccionado un manto para Bruno, exige el pago del mismo durante el proceso inquisitorial que éste enfrenta, pues el manto había quedado sin pagar al ser detenido de manera intempestiva. Sorprende en el relato la forma como el detenido Bruno responde de manera paciente y comprensiva a la demanda de la mujer del sastre, más sorprende si se toma en cuenta que en ese momento del juicio se definía si Bruno era extraditado a Roma, donde con seguridad sería condenado a muerte, pues la detención había tenido lugar en Venecia.
Al final Giordano Bruno es extraditado, juzgado sin suficientes testigos, condenado a morir en la hoguera, “sin derramamiento de sangre”, es decir, quemado vivo. Giordano Bruno fue llevado al cadalso con una bola de hierro en la boca, misma que debió estar incrustada con algún punzón en la lengua, para impedir que hablara en los momentos previos a su muerte. La condena se cumplió el 17 de febrero de 1600 en la plaza Campo di Fiore en Roma.
En la historia hay incontables crímenes imperdonables, sin lugar a dudas éste es uno de ellos.
* Esta es una colaboración del Colectivo Miguel Hidalgo de Celaya, Guanajuato, al que pertenece la autora.
Imagen de portada: Giordano Bruno. | Foto: Wikimedia Commons.
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