SOMOSMASS99
Agustín Galo Samario / SomosMass99
Primera parte
León, Gto. / Martes 5 de enero de 2015
Se presenta así: “Nací en una finca que se llama El Recuerdo, municipio de Jiquipilas, en el estado de Chiapas. Eso dice mi acta de nacimiento. Mi mamá era una mujer muy adelantada a su época. Tenía muchas actividades. Mi papá decía: ‘La acabo de dejar y ya no la veo’. Creo que es parte de cómo soy, y no me estoy alabando, creo que esa seguridad la aprendí a través de la naturaleza y del ámbito familiar, con mis tíos, mis primos; teníamos una convivencia muy bonita”.
Es Judith Escarpulli, una de las más activas integrantes de un colectivo que hace “sus pininos” en el movimiento social leonés. El grupo se hace llamar Conciencia y Libertad, “un espacio libertario” que tuvo que cerrar sus puertas porque “ya no pudimos con la renta”. Bueno, bajó literalmente la cortina, pero no dio por terminado su activismo. En realidad, la agrupación es de las más entusiastas desde el 2014 cuando León se sorprendió con las multitudinarias manifestaciones contra el gobierno municipal priista y en protesta por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa la noche el 26 de septiembre de ese año en Iguala, Guerrero.
El nombre del local donde trabaja en el centro de la ciudad también la describe: La Insurgenta. Ahí, desde una silla de la que se levanta cada vez que llega un cliente, cuenta de a pocos parte de su historia, de su desconfianza en los políticos y su esperanza en los movimientos sociales.
Yo no duermo, niña
De pequeña, sus mentores fueron profesores rurales. No había escuela, la comunidad iba al hogar donde surgía el conocimiento. “Nos tocó la suerte que el matrimonio, los dos, eran maestros. Ahí, en su casa, nosotros recibimos las primeras enseñanzas. Recuerdo que cuando empecé a aprender el abecedario, las primeras letras, era una alegría poder formar palabras. Y después, cuando ya podía interpretar los libros de lectura de español, era una cosa increíble, algo mágico. Teníamos unos libros en los que había unos cuentos que alababan al sol:
‘Sol rutilante,
sol madrugador,
¿dónde dormiste anoche?
Yo no duermo, niña.
Fui hasta la China
y alumbré a los moros y a los negros vi’”.
“Mira -sigue Judith sin parar- tenía siete años y me acuerdo de ese verso. Entonces cuando se metía el sol me daba tristeza, toda esa tristeza que puede tener una niña de siete años. Tristeza de que el sol ya no estaba con nosotros y se iba a esos países. Y entonces cuando regresaba…”.
Quiere continuar, aunque algo parece detenerla. “Porque te decía, creo que soy como soy por el tono con que uno pasa sus primeros años, en libertad. En el campo se vive libre”. Pero no puede resistir los recuerdos: “Me gustaba en la noche, tirada en los petates, ver pasar a los pájaros. Yo quería ser pájaro porque veía cómo volaban y se iban muy lejos.
“No me sentía atrapada ni quería yo esa libertad de ‘ay, me quiero ir, irme porque ya no aguanto el yugo de los papás’. No, no. No era ese tipo de libertad la que yo quería. Yo veía que eran libres los pájaros… Creo que eso es muy determinante, esa etapa de niños que teníamos, esa imagen de los pájaros, del agua cuando hay cascadas y ríos, y suena. Y comer los huevitos de codornices, las verduras. Eso te hace ser muy soñadora. O cuando no tenías qué comer comíamos pollo. Entonces todo era muy bonito, muy agradable. Los plátanos, el mango. Yo me comía nada más la pura puntita porque me sabía más sabroso. Ese contacto con la naturaleza es, yo creo, lo que me hizo tener el carácter así”.
Y su madre. “Ah, mi mamá… Era una mujer independiente, autosuficiente. Tenía su hortaliza a la orilla del río donde todo encontrabas. Ahí tenía un horno de barro donde hacía panes; un pan de maíz que se llamaba turulete. ¡No, no, nooo… Exquisito desde que lo horneaban! Lo ponían a hervir con cal, lo licuaban con los molinitos de barro y luego lo asoleaba, y de ahí endulzado con piloncillo. Sabía riquísimo. Luego hacía el marquesote, que era un pan de huevo. Casueleta… No, no… de veras que ahí no pasaba uno hambres”.
Su madre la influyó mucho, mujer de campo, a la vez independiente y libre, “que no dependía ni estaba subyugada a la figura del esposo”.
El tiempo vuela y la infancia queda atrás. Al casarse a los 22 años dio inicio a una nueva etapa, sin sacrificar libertad. Al contrario, dándole una nueva forma, “tal cual fui. Me tocó el rol de los hijos, muy seguidos. Yo no sentí eso de que ‘ay, mis hijos’. No, en su tiempo era lo que yo quise. ¿Que el marido trabajaba? No, nunca me sentí que frustrada, que no me dejaban ser yo”.
Contaba Rosario Castellanos, su paisana, que un día en la selva chiapaneca se encontró a un señor que montaba a caballo y detrás, a pie, una mujer que lo seguía a marchas forzadas con la bolsa del mandado en la mano. Se le ocurrió preguntarle: Oiga, ¿por qué ella no va a caballo? – Pues porque no tiene caballo -, respondió el hombre.
Afortunada, a Judith nada de eso le ocurrió. “A nosotros no nos acostumbraron a que les sirviéramos al varón. Incluso, ya adulta, mi hermano me preguntaba si le planchaba el pantalón. ‘¿Cuánto vas a pagar?'», cuenta Judith que le respondía, mientras suelta la carcajada. “Sí, así, porque no nos educaron para que le sirvieras al hermano por ser varón. Creo que de ahí viene todo”.
¿De ahí viene todo? “Bueno, me caso con un hombre con el que platicaba de todas las cosas. No te imponía ni pedías permiso. Me casé en el 67. Él va a cumplir 20 años de muerto, era chiapaneco. Lo que pasa es que había vivido en la Ciudad de México y luego regresó a Chiapas. Fue una historia como de novela. Yo acababa de entrar a la Escuela Técnica 19 de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, y había un asunto de una huelga en que pedían que el director fuera un técnico, no un abogado, y cuando él llega, coincidentemente, yo había entrado ahí. Estaba en el departamento de Control Escolar”.
Los ojos brillan: “Llega él, una persona de buen ver, físicamente también. A esa edad, a una le gusta mucho, se va una por el porte. Y luego lo vas conociendo y vas viendo no sólo el físico, muy humano, muy serio, muy propio, dándole a las mujeres su lugar. Era de los que antes de que uno entrara a la dirección se paraba para que tú te sentaras. ‘Antes usted, maestra’. A mí: ‘Antes usted, señorita’. Todo eso me parecía muy distinto al común de los jóvenes. Él ya no era tan joven, tenía cuarenta y pico de años, y creo que todo eso… yo tenía 22 y me doblaba la edad. Entonces pudo más la madurez, el equilibrio, que tiene mucho que ver, que a las mujeres las traten con igualdad. No eso de que yo soy el proveedor, yo soy el que mando, yo soy el mayor. No, no había esa diferencia”.
Se llamaba Marcos Becerra Vila. Un año después de casados, en pleno 1968, la técnica 19 entró en huelga y en lugar de resolver las inconformidades de los profesores, el gobierno, temeroso de que las protestas en el país se agudizaran, opta por cambiar de plaza a algunos profesores. “Cortaron por lo sano. Lo mandan a Lagos, y de ahí a León. Aquí dura 24 años y yo también, pues. Me decía: ‘Mira, pasa esto en la escuela, ¿cómo ves tú?’. Hacía sus discursos y yo los leía. Participaba y conocía a los maestros. O sea, me involucré mucho en su trabajo y en la vivencia educativa. Creo que eso también influyó mucho. Nunca decía yo eso de a ver si me daba permiso, siempre decía: ‘Nos vamos a poner de acuerdo’”.
Por los valles, por las selvas
El cambio a Lagos de Moreno, Jalisco, fue difícil. “Que me disculpen los de Lagos, pero no lo había visto nunca. Una estudia y veía los mapas, estudiaba yo el estado de Jalisco, pero no había visto nunca a Lagos. Fue dejar tu familia, tu arraigo, tus costumbres. Fue una cosa fuerte. Es más, un día le dije: ‘Si hubiera sabido que te iban a cambiar no me caso’. Él me dijo: ‘¿De plano?’. De plano. Es que siempre me ha gustado decir lo que siento, nunca escondo nada. Y él así se quedó, como reflexivo, pensando. Sí, fue fuerte al principio. Y ahora, ¿cómo ves?, no me quiero ir de León”.
Pero Chiapas, siempre Chiapas. “Es de los estados más ricos en recursos naturales y desgraciadamente el más pobre, con más rezago social. Ahí se ve a los más pobres, a los indígenas en un rezago total, represiones, abandono. Quienes pagaron por el despojo del encuentro entre dos mundos, entre comillas, fueron las culturas del mundo de este lado, las otrora ricas civilizaciones de Mesoamérica. Pero ahí siguen, por las montañas, por los valles, por las selvas. Pueden apreciarse los colores en las ropas de sus mujeres. Han sido muchos años de resistencia. De hecho, muchas de ellas ni siquiera hablan español, han mantenido la lumbre de sus antepasados, pero a qué precio: jamás han ido a la escuela, jamás han conocido un médico; han parido hijos en el lodo y los han visto morir de hambre, de explotación y de miseria”.
Judith toma sus apuntes. Lee el fragmento de un texto de Guiomara Rovira Sancho, profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana: “Como una figura mítica, emblema de la paciencia, la mujer sigue bordando flores en sus ropas tradicionales, llenando de alegría roja, azul, verde, amarillo, la tierra chiapaneca. Convertida en grano, parte integral del paisaje, ensimismada. En 1994 llegó la hora de despertar. Como diría una muchacha, a nuestra gente, a cada uno, cada otanto, le tocó morir para seguir viviendo. No podía ser más que un despertar violento. Poco a poco la mujer indígena chiapaneca va levantando el rostro de la tierra, mira a su alrededor, se sobrecoge, se repliega, se rebela, cae, vuelve a levantarse. Siente que una semilla, de improviso, anida en su corazón: la esperanza”.
Y lo demás, pues ya está más subversivo, comenta riéndose otra vez. “Dos mundos en un solo mundo”. A raíz del movimiento armado zapatista, dice, los ojos del mundo se ponen en Chiapas. “¿Por qué pasó, por qué se dio? ¿Por qué tan determinante ese ‘nunca más un México sin nosotros’? Les llamaba mucho la atención que estaban cubiertos con pasamontañas. Ellos (los zapatistas) dicen al principio que porque es muy frío. Después, el Sup (el entonces subcomandante Marcos, ahora Galeano), filósofo él, dijo: ‘Cuando estábamos descubiertos no nos vieron, y cuando nos tapamos el rostro voltearon a vernos’. Es una cosa muy elevada. ¿Entonces por qué se da? Por la falta de entendimiento de los gobiernos que, en vez de resolver el problema social, si alguien surge y reclama era asesinado, era encarcelado.
“Las políticas de los gobiernos, y no es Chipas solamente, es Guerrero, Michoacán, Oaxaca, Veracruz, en todas partes de México si alguien surge para reclamar sus derechos lo reprimen, lo desaparecen. En Oaxaca hay mucha gente desaparecida porque son luchadores sociales, porque defienden los derechos de quienes menos tienen. ¿Cómo es posible que estados tan ricos como Chiapas, Guerrero, Oaxaca sean de los más pobres y con más rezago social? Ah, dicen, es por la población indígena, por las condiciones infrahumanas en que los han tenido desde hace más de 500 años”.
Y aquí hay una parte donde ella, Guiomara Rovira, “tiene que vivir todas esas carencias, esa pobreza. Dice: ‘De pedazos de corazones está poblada la vida’, como citando a Eduardo Galeano: ‘Son hombres y mujeres que me aumentaron el alma’. Porque cuando empiezas a ver la pobreza extrema, esa forma de vida y que ellos mismos creen que así es natural, que así les tocó, es donde entra el ámbito religioso. Y acuérdese que no estamos hablando mal de Dios, estamos diciendo que la forma de llevar la religión, eso que dicen, que tienes que conformarte, la sumisión, la resignación, porque Dios era pobre, porque de los pobres es el reino de los cielos. Bueno, si hay cielo, qué ganancia. ¿Pero si no? Por eso aquí y ahora. El mismo Samuel Ruiz decía: ‘aquí y ahora’. Pero son poquísimos los obispos como él. Un obispo…”.
Para que lo quieran
Para Judith, el pesimismo recorre el país e infecta a quienes entran en contacto con él. Lo que pasa es que México vive obsesionado con el fracaso, con la victimización, con todo lo que pudo ser y no fue; con lo perdido, lo olvidado, lo maltratado. México estrena el vocabulario del desencanto. Se siente en la sobremesa, se comenta en las calles, se escucha en los taxis, se lee en las pintas, se comenta en las columnas periodísticas, se respira en lugares donde un día se aplaudió la transición y ahora padecemos la violencia.
“Aspiraríamos a que todos los mexicanos conozcan su país. Pero si no se da, los gobiernos, los que aspiran a ser gobierno, tienen la obligación. Lo dijo Carlos Fuentes cuando Peña Nieto no supo citar el nombre de tres libros: ‘No tiene la obligación de leerme si no quiere, pero sí tiene la obligación de conocer la historia del país que aspira a gobernar’. Porque esa es la clave, sí. Entonces habríamos de tener gobernantes que conozcan su país para que lo quieran. Pero el otro día que escuchaba a los mariachis y cantaban qué cómo quiero a mi México, me entró un sentimiento muy feo, como de odio a los políticos. Ya ve cómo tienen al país.
«Y esto que pasó en Guerrero es la gota que derrama el vaso. Si vemos la represión de los gobiernos de antes, recuerdo al viejo Figueroa, ¿verdad?, un trailero rústico sin ninguna condición humana. Desalojo de las tierras, invasiones… De eso es consecuencia el derrumbe en La Pintada (comunidad guerrerense arrasada por la tormenta Manuel en 2014). Mueren tantas familias y todavía se atreve Peña Nieto a decir: ‘México está de pie’. ¡Pues ni siquiera los habían desenterrado! Esa corrupción, esas viviendas, esos lugares donde les quitan las tierras porque van a hacer un emporio turístico a costa de la pobreza. ¿Qué son descendientes de Porfirio Díaz? ¿O de qué se trata? Regresamos al México Bárbaro. Todo eso indigna, y yo con mis aspiraciones de que cada vez más gente entienda y tenga más conocimiento. Porque, digo, el aliado del gobierno es la pobreza. Y la pobreza, con la falta de conocimientos, es lo que ellos han aprovechado para hacer de las suyas”.
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