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©Gaudencio Rodríguez Juárez
Jueves 10 de febrero de 2022
La mejor manera de luchar contra la violencia consiste en evitar el maltrato infantil.
– Eduardo Punset
¿Puedes imaginar cómo sería nuestra sociedad si en nuestra infancia hubieran respetado nuestro cuerpo, si nunca nos hubieran dado una nalgada, chancletazo, cintarazo, pellizco, coscorrón…? Hoy seriamos adultos convertidos en padres a quienes les resultaría impensable golpear el cuerpo de sus hijos, profesores que no considerarían los castigos para educar, hombres a los que les resultaría impensable agredir el cuerpo de su pareja y prostituir el de cualquier otro ser humano, la gente se tendría mayor consideración, compasión, respeto y cuidado por el prójimo… ¿Utopía? No. En algunos países ya gozan de los beneficios de los buenos tratos recibidos en la infancia.
En esos países ya existen adultos que llevan en su memoria huellas de consideración, respeto y buen trato experimentado desde su niñez, esa etapa donde las experiencias quedan tatuadas con alta valencia en el sistema límbico.
Mientras que nosotros, en nuestros países donde la crianza sigue teniendo el sello del autoritarismo y la mayoría de niñas y niños siguen siendo disciplinados mediante castigos corporales y humillantes que siguen tatuando en la piel y en el corazón heridas de maltrato en lugar de huellas de amor y consideración.
Dichas prácticas disciplinarias terminan que gozan de tradición explican en buena medida los altos montos de todo tipo de violencia –física, psicológica, sexual, económica, política, religiosa–, en todos los entornos –familiar, comunitario, escolar, laboral, etcétera–, en todas sus dimensiones, desde la indiferencia hacia las necesidades del prójimo hasta comportamientos que resultan letales.
Décadas de investigación permiten concluir que la condición para erradicar la violencia que nos aqueja es comenzar por respetar el cuerpo de las niñas y niños desde el arranque de la vida.
Estudiosos en el tema como White y Straus (2002), concluyen que el castigo físico siembra las bases de la legitimidad normativa de todas formas de violencia.
Pero aun si no contáramos con evidencias estadísticas de lo anterior, bastaría con observar la actitud de las personas que en su infancia no padecieron la transgresión de su cuerpo. Son personas que encuentran tan extraño enterarse que una persona abusa de su poder agrediendo a otra incluso de menor peso y talla como puede serlo su hijo.
Mientras comían, José, alumno del primero de secundaria, les contaba con sorpresa a sus padres que uno de sus compañeros de clase se había puesto a temblar al enterarse que había reprobado dos materias en los exámenes parciales, pues pronosticaba que le iría muy mal al llegar a casa. “Santiago me decía que le iban a pegar por haber reprobado y yo no lo podía creer”, relataba sorprendido José. “¿Pero por qué te van a pegar? ¿Qué tiene que ver el que hayas reprobado con que te peguen?, no se me hace lógico, nadie te debería pegar”.
“¿Por qué hacen eso los papás?”, le preguntaba José ahora a sus padres, él que nunca había padecido tales métodos disciplinarios se mostraba desconcertado, y en su momento, altamente compasivo y solidario con su amigo.
José no lleva la transgresión de su cuerpo en su memoria, de ahí que no lo considere una posibilidad. De ahí su sorpresa al enterarse que un compañero suyo lo padece. José no legitima ni valida la violencia interpersonal porque no tiene registro vivencial de tal cosa, por lo que la probabilidad de que utilice el castigo corporal u cualquier otro estilo disciplinario humillante con sus hijos el día de mañana –si es que decide tenerlos– será mínima o nula. ¿Tendrá conflictos en sus relaciones interpersonales, con su novia, con sus amigos, con sus compañeros de trabajo, etcétera? Sí, pues el conflicto es propio de las relaciones humanas. Lo que tendrá pocas o nulas posibilidades para él será la utilización de la violencia para la resolución de dichos conflictos, debido a que tal cosa no está en su registro sensorial, en su memoria profunda y temprana. Si a esto el fortalecimiento de habilidades para la resolución de problemas y conflictos, definitivamente no tendrá que recurrir a la violencia.
La erradicación del castigo corporal y demás medidas disciplinarias y prácticas de crianza, humillantes y desconsideradas, trae como consecuencia mejores ciudadanos, por lo tanto, disminución de la violencia.
Si queremos una sociedad donde la paz sea la constante, necesitamos que los niños y las niñas la experimenten en cada una de sus células desde el arranque de su vida para que lo legítimo y natural sea eso, la paz y no la violencia.
* Psicólogo / [email protected]
Foto de portada: Himanshu Singh Gurjar (@himanshu723) / Unsplash.
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