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©Gaudencio Rodríguez Juárez*
Jueves 25 de noviembre de 2021
Las niñas y los niños para su sano desarrollo requieren que sus madres/padres les cubran de manera suficiente sus necesidades: fisiológicas, afectivas, vinculares, cognitivas, sociales, de valores, etcétera.
Las madres/padres suficientemente buenos tienen hijos/hijas producto de un deseo, deseo de dar amor, de trascender en la vida de otro ser humano al que a través de un proceso de dos décadas de educación, guía y acompañamiento dotan de las herramientas para que logre la autonomía, para que vaya de la dependencia natural de la infancia a la interdependencia y autonomía adulta.
Es ante el nacimiento (o adopción) de la hija o hijo que las madres y padres suficientemente buenos hacen una promesa de amor, cuidado y educación para que se convierta en una persona libre, autónoma, responsable y solidaria, es decir, en una persona adulta capaz de ejercer la ciudadanía.
Promesa no siempre hecha de manera explícita, sino casi siempre implícita en el ejercicio de la crianza respetuosa cotidiana, en la atención sostenida, en la caricia tierna, en el abrazo que sostiene, en la motivación o aliento oportuno, en la confianza infinita, en el reconocimiento pertinente, en la guía precisa, en el consejo solicitado, en la convivencia alegre, en el respeto a sus derechos…
Promesa implícita, también, en el esfuerzo por cubrir sus necesidades y facilitar las condiciones para que llegue el día en “que decidan por ellos, que se equivoquen, que crezcan y que un día nos digan adiós”, como canta Serrat.
Sería útil la existencia de un ritual que explicitara dicha promesa, de esta manera el estrés y la vorágine de la vida acelerada no causaría estragos en el ejercicio parental, sino que permitiría reflexionar y simbolizar un acto trascendente.
La promesa se dirige a la hija o hijo, pero es para recordárnosla a nosotros mismos. Es de beneficio para ella o él, pero de responsabilidad para nosotros.
Sociológicamente, la promesa es un ofrecimiento de dar algo a otra persona. Desde el punto jurídico se trata de un contrato por el cual una de las partes se obliga a cumplir algo dentro de un lapso determinado. En la crianza existen encargos y responsabilidades sociales y jurídicas (implícitos en la patria potestad), se trata de humanizar a la hija o hijo en el transcurso de dos décadas (18 años es la obligación jurídica, es decir; aunque se requieren de alrededor de 25 para conformar un cerebro pleno, de acuerdo a las neurociencias).
Un ritual para la explicitación de la promesa hacia la hija, hacia el hijo, resulta un ofrecimiento solemne, sin fórmula religiosa, pero equivalente al juramento de cumplir bien los deberes del cargo o de la función parental que va a ejercerse.
En uno de estos rituales que he facilitado, una futura mamá creó sensiblemente una promesa:
“Querido hijo, mi promesa para contigo: consolarte, darte muchos besos, favorecer tu desarrollo espiritual, ¡divertirnos mucho!, jugar, jugar, jugar contigo, evitar estorbarte, dejarte aprender, llevarte a pasear y convivir en espacios naturales, ser espontánea, decirte continuamente cuánto te amo, cero golpes, escucharte y hablarte, valorar tus ideas, tu ser así tal cual, aceptar mis errores y enmendarme, reconocerte y valorarte, respetarte, dialogar contigo, enseñarte a expresar tus sentimientos, mostrarte el amor a través de mi relación con tu papá, leerte muchos cuentos, contarte historias, amarte profundamente…”
Cuanto bien hace la promesa cumplida.
Pero la promesa se puede deshacer. Puede no ser cumplida. Entonces las consecuencias son desastrosas y de largo alcance no sólo para la hija o hijo, sino también para las madres y padres. Porque al no cumplir con la formación de su retoño, estamos abandonándole a su suerte con pocos elementos para enfrentar la vida.
Enhorabuena por todas aquellas madres y padres que con acciones ratifican su promesa día a día para beneficio de sus hijas e hijos y, en consecuencia, para la sociedad.
* Psicólogo / [email protected]
Foto de portada: Buques Zach (@zvessels55) / Unsplash.
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