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Alfonso Díaz Rey*
Viernes 24 de junio de 2022
«Un pueblo que no sabe leer ni escribir o que no es capaz de pensar por sí mismo, no es soberano. De ahí la importancia de la soberanía cultural, de la capacidad para rescatar los valores fundamentales de la cultura popular y para hacerlos valer en la lucha por preservar la identidad nacional».
Alonso Aguilar Monteverde
Defensa de nuestra soberanía nacional y popular. 1989
El subdesarrollo, como resultante de la expansión e imposición a escala internacional de las relaciones de producción capitalistas se manifestó, entre otras formas, en una dependencia estructural que mantiene sometidos a muchos pueblos a los designios de las clases dominantes de los países más desarrollados, aun mucho tiempo después de haberse declarado independientes.
Tal dominio lo ejercen en alianza con y a través de las clases dominantes-dominadas locales, quienes mediante sus mecanismos de control, incluidos los represivos, mantienen y reproducen las condiciones favorables a la permanencia del sistema.
Una de esas condiciones es la destrucción paulatina de la identidad de los pueblos, mediante la imposición de una serie de valores culturales ajenos a los populares; ello les facilita el dominio y, a la vez, obstaculiza los intentos por alcanzar una definitiva independencia.
En su proceso de declive, marcado por una añeja y persistente crisis, también estructural, a la que las guerras no han traído solución alguna y solamente han servido para enriquecer más a la oligarquía vinculada a la industria del armamento, los centros de poder del capital han optado por ampliar su ofensiva en el campo de la cultura.
Después de un largo periodo de política cultural burocratizada, siempre al servicio de los intereses de la clase dominante-dominada, con la imposición del neoliberalismo, apoyado en la revolución tecnológica en el área de las comunicaciones, se intensificó en nuestro país la ofensiva del capital en el terreno cultural.
Lo primero que ocurrió fue la privatización de la política cultural. Se crearon organismos como el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Conaculta, mediante el cual la iniciativa privada asumía la coordinación, promoción, patrocinio y otros apoyos a la actividad cultural, que eran facultades de la Subsecretaría de Cultura, entidad dependiente de la Secretaría de Educación Pública. No como émulos de Cayo Mecenas, sino para engrosar sus ganancias vía deducción de impuestos y empleo de espacios con valor histórico y cultural para actividades privadas y comerciales, a la par que, con fondos públicos, implementaron programas y realizaron actividades en cuya mira estaba minar la identidad de amplios sectores del pueblo, con objeto de tener mayor control sobre ellos.
Con similares objetivos fue instituido el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, Fonca, organismo que mediante becas se encargaba de producir y proteger al grupo de «intelectuales» y «artistas» afines y subordinados al grupo dominante. Asimismo, surgieron múltiples grupos de «amigos» de museos e instituciones culturales, utilizando la cultura como mercancía. No extraña, pues, que muchos de esos «intelectuales», «artistas» y «amigos» formen parte de grupos que desde posiciones de derecha se oponen al actual gobierno.
Y dado que, en su acepción más amplia, cultura es todo aquello que colectivamente el ser humano crea en su acción constante para la producción y reproducción de su existencia ─incluidas sus luchas─, la cultura, obviamente, es un producto de los pueblos y como tal su arraigo es enorme y poderoso, además de que fortalece su identidad. Por ello el capital y las clases dominantes enfocan sus baterías hacia el campo cultural, pues un pueblo sin identidad es fácil presa de los explotadores y saqueadores.
México, asiento de ancestrales pueblos poseedores de una vasta riqueza cultural que se nutrieron con parte de lo más valioso de otras culturas, es heredero de esa riqueza que, además, se forjó, y continúa forjándose, en las luchas por alcanzar la libertad y la verdadera independencia.
En las diferentes regiones de nuestro país existen múltiples manifestaciones de esa riqueza cultural, promovidas y mantenidas por organizaciones populares que, desafortunadamente, muchas se encuentran desvinculadas entre sí, lo que dificulta su trabajo y, sobre todo, la defensa de esos valores tan necesarios para preservar nuestra identidad como mexicanos.
De ahí la urgencia de impulsar la creación de un amplio frente cultural que contribuya a fortalecer la identidad nacional y a recuperar y defender nuestra soberanía en el área de la cultura.
* Miembro del Frente Regional Ciudadano en Defensa de la Soberanía, en Salamanca, Guanajuato.
Imagen de portada: Sede de Conaculta en la Ciudad de México. | Foto: Arturo López / Secretaría de Cultura.
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