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NO TODO ESTÁ PERDIDO
Agustín Galo Samario
Para el aspirante a síndico del PAN, Carlos Medina Plascencia, mujer pública es sinónimo de prostituta. Más aún, considera que es más difícil ser un hombre público que una mujer pública. Entregado a lo monstruoso, el señor ex gobernador no sólo luce analfabeto en percepción de lo equivocado sino poseedor de un habla y unas ideas totalmente insultantes, prepotentes, misóginas y discriminatorias.
El candidato estrella de la planilla panista que quiere gobernar León intercambió el supuesto prestigio que tenía por su inscripción en la lista de engendros de la política nacional. Su padre le advirtió de las complicaciones de dedicarse a esa actividad; él concluyó que es más difícil ser un hombre público que una sexoservidora y por eso dijo: “Sí, yo quiero entrar a Acción Nacional”.
¿Recapacitará el blanquiazul sobre lo dicho? Qué importa ahora que le haya robado protagonismo a Héctor López Santillana, su abanderado oficial a la alcaldía. Ya todos sabemos que, si llegan, a la hora de gobernar el que hablará y hará lo que quiera para entretenernos es Medina Plascencia. Un personaje con intereses empresariales y políticos muy dispuesto a la transparencia cuando le conviene y, a la vez, crítico de la corrupción ajena. Un político para el que las palabras y sus significados parecen no tener valor alguno. Capaz de recurrir a lo ordinario como si fuese cosa común y corriente, hasta graciosa.
El viernes que habló de su padre y de sus propias ideas, dijo que para combatir la corrupción se requiere de una contraloría ministerial para “pasar a la báscula” y que “den su declaración patrimonial” quienes hacen contratos de obras. La contundente propuesta viene del mismo Carlos que primero anunció que estaba dispuesto a presentar su triple declaración, incluida la de intereses; luego, que lo hará cuando su partido gane la elección, y finalmente, que cuando quiera.
El caso de Carlos Medina Plascencia no es único. No es que no existan, lo que sucede es que cada vez es más difícil encontrar en la escena pública a los que se resisten a mostrarnos los ridículos de nuestra política. Pero si la preocupación de don Carlos era que lo entendiéramos, no debería agobiarse. Lo entendemos.
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