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Alfonso Díaz Rey*
Lunes 20 de junio de 2022
Aun cuando quienes para subsistir venden su fuerza de trabajo, manual o intelectual, conforman la mayoría de la población y por su situación y condiciones objetivas, su realidad, debieran constituir una clase social con un alto grado de unidad por la defensa de sus intereses, no es así.
A ello ha contribuido la división y organización del trabajo, que con los avances tecnológicos experimentaron continuos cambios que condujeron a una estratificación y, en cierto modo, desvinculación de importantes segmentos de trabajadores; a lo que paralelamente ha ayudado el control ideológico, político y económico que ejerce su contraparte, los poseedores de los medios de producción, con apoyo del Estado.
En nuestro país, desde el final de la presidencia de Lázaro Cárdenas, etapa en la cual el movimiento obrero alcanzó sus máximos niveles de organización y lucha, la burguesía y el Estado aplicaron políticas y crearon mecanismos, represivos incluidos, que propiciaron la corrupción, el individualismo, el oportunismo, el paternalismo y otros vicios que rompieron la unidad que se había alcanzado durante el cardenismo e implementaron el control ideológico y político de la clase obrera, al grado de subordinarla al entonces partido oficial, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), y a los gobernantes en turno.
El control ideológico forjó la «unión» del capital y el trabajo, elementos de la contradicción fundamental del sistema capitalista, no como contrarios sino conciliadoramente y en armonía como factores de la producción, con la presencia del Estado burgués, en alianza tripartita, como garante de «unidad».
Tal control ideológico también propició el surgimiento de algunas «aristocracias» obreras (petroleros, electricistas, trabajadores del Estado, telefonistas, magisterio, etc.) que desvinculados entre sí y de los demás trabajadores, facilitaron la imposición de los intereses la burguesía y del capital.
De esa manera y no sin contradicciones, que la mayoría de las veces fueron resueltas mediante la violencia ejercida por el Estado, el movimiento obrero se convirtió en un apéndice del sistema político y un apoyo incondicional al PRI, al gobierno y a las políticas favorables a la burguesía y la oligarquía.
Con la imposición del neoliberalismo en México, como respuesta a la crisis estructural del sistema, además de agudizar problemas y contradicciones, y llevar al extremo todos los vicios, lacras y malas artes del capitalismo, el PRI y el Estado cedieron a las grandes empresas gran parte del control que ejercían sobre los trabajadores, lo que se tradujo en un grave retroceso para el movimiento obrero y los trabajadores en general.
Esa situación, seis administraciones federales, favoreció enormemente a la burguesía, principalmente a su sector hegemónico, la oligarquía, que por la vía del despojo, la corrupción y el saqueo incrementaron enormemente su riqueza, ganancias y privilegios; por otro lado, crecieron como nunca la desigualdad, la precariedad, la pobreza y miseria, la inseguridad y, de manera general, la cancelación a un futuro de vida digna para gran parte de quienes pueblan este país.
Ello generó un enorme descontento que en la elección federal del 1 de julio de 2018 se reflejó en las urnas con el triunfo del candidato cuya posición progresista, en no pocos aspectos opuesta a la continuación del neoliberalismo, Andrés Manuel López Obrador, alentó en muchas personas la esperanza de un cambio en nuestro país.
Como ese cambio implicó la pérdida de algunos privilegios para la oligarquía, la alta burguesía y su corte de servidores, se convirtieron, con apoyo de sus pares a nivel internacional, en la más fuerte oposición a los cambios que se han realizado o pretenden implementarse.
En este contexto, en el que se supone que por ser el sector de la población más afectado por las políticas neoliberales, podría pensarse que los trabajadores estuvieran no tanto apoyando al gobierno sino luchando por recuperar sus derechos conculcados y todo aquello de lo que fueron despojados.
Sin embargo, el férreo control ideológico al que han estado sometidos y los organismos del Estado infiltrados por la burguesía en defensa de sus intereses (herencia neoliberal), aún mantienen al movimiento obrero, salvo excepciones, con un alto grado de dispersión y desorganización, disímiles niveles de conciencia y lucha, y una sujeción a viejas estructuras de control sindical, ahora sostenidas y promovidas de los grandes empresarios, al grado que en no pocos casos la acción o inacción de los trabajadores atenta contra sus propios intereses.
Lo anterior deja al descubierto la importancia que tiene la lucha ideológica y que abandonarla o desdeñarla se paga muy caro.
* Miembro del Frente Regional Ciudadano en Defensa de la Soberanía, en Salamanca, Guanajuato.
Foto de portada: Arron Choi (@arronchoi) / Unsplash.
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