Juan José Martínez Bolaños
Siglos atrás en algunas civilizaciones, los líderes o generales ejercían sobre sus subordinados castigos brutales. Una práctica común para aplicar la pena capital era echarlos desnudos a una jauría de perros hambrientos para ser devorados. Mientras el condenado moría, era observado por muchos presentes para dar constancia de los hechos. Los animales tardaban en promedio una hora en devorar completamente a sus víctima; inclusive se tienen registros de líderes que ordenaron matar a sus propios familiares con este método bárbaro, acusándolos de traición.
El párrafo anterior bien podría pasar por una cita de algún libro de historia que narre acontecimientos de civilizaciones antiguas. Quizá Roma en la Antigüedad Clásica; ejecuciones ordenadas por Moctezuma en el Imperio Azteca o bien, fusilamientos en La Revolución Mexicana. En el pasado se utilizaba la pena de muerte –violenta, despiadada y pública― como forma de persuadir al gobernado a no pensar en la traición. Sin embargo el primer párrafo de este escrito no es una cita como tal, en realidad es un sarcasmo que escribí para asimilar lo que se escribiría años, décadas o siglos más adelante sobre lo que está sucediendo hoy en nuestros tiempos.
Probablemente algún investigador, historiador, antropólogo o por qué no, criminólogo como el suscrito, se viera indagando antecedentes sobre traición y muerte. Quizá el escritor se encontrará con alguna de las varias notas periodísticas que se publicaron en el mes de enero del año 2014, donde se informaba que el “joven” general y gobernante de la República Popular Democrática de Corea ―conocida como Corea del Norte― Kim Jong-Un “ordenara” matar a su tío, el exvicepresidente de la Comisión Nacional de Defensa de la República, Jang Song-thaek, acusándolo de traición.
En la ejecución de Song-thaek ―según notas informativas publicadas en aquel entonces por el diario de Hong Kong cercano al Partido Comunista chino y otros medios británicos― habría sido utilizada a una jauría de perros que devorarían a Song-thaek. El acto barbárico habría durado aproximadamente una hora, tiempo que les tomaría a los animales comerse en su totalidad los cuerpos de los condenados. La escalofriante escena era observada por el mismo sobrino del ejecutado, acompañado también de 300 funcionarios públicos de esa nación.
Más adelante se sabría que la historia de la escalofriante ejecución de Song-Thaek y su deceso bajo las mandíbulas de 120 perros hambrientos era poco creíble ― no la muerte de Thaek, hecho confirmado, sino, el método―. El “rumor” fue producto de un mensaje con tono sátiro que escribiera un sitio chino en Internet llamado Tencent Weibo, y que fue luego reproducido por medios ―serios y no tan serios― de todo el mundo. El diario El Universal (México) publicó también que Kim mató a la familia de su tío, citando ambiguamente como fuente a los servicios secretos de Corea del Sur. El régimen de Kim también afecta a los medios de comunicación, qué publican ante el reto del ocultismo y la fabricación de hechos que son difícil de comprobar.
En fin, aquí el análisis de fondo es la traición y la muerte, situación que para nada es inédita en la humanidad. La historia está plagada de estas dos variables, de hecho, han sido estos dos factores los que han dado virajes radicales a la historia de grandes imperios y naciones. Las traiciones relevantes en la historia se gestaron en diferentes contextos, algunas llevadas a cabo en búsqueda de la justicia, y otras fueron consecuencia de la injusticia misma. Sin embargo todas las traiciones emblemáticas en la historia tuvieron la constante de terminar en muerte y sangre.
El 15 de marzo del año 44 A.C. Julio César, emperador y dictador de Roma fue asesinado en la Curia del teatro de Pompeyo donde se reunía el Senado de Roma. La conspiración contra César fue liderada por tres: Bruto, Casio y Casca, quienes según el historiador español Ignacio Lago, convocaron a su víctima para reunirse con el Senado sabiendo que este había disuelto su guardia española. Engañaron a su único escolta personal, el legendario Marco Antonio, alejándolo con la mentira de informarle cuestiones importantes sobre campañas militares. Los traidores maquinaron toda una escena para asegurar su asesinato ―César era un soldado y jamás estaba desarmado, intimidaba―. Hicieron que un ciudadano le rogara de rodillas a Julio que perdonará a su hermano desterrado por crímenes, y de esa forma, el suplicante pudiera sujetarle la túnica en sus pies para inmovilizarlo parcialmente. En el momento indicado, los traidores apuñalaron a César por la espalda; él opuso resistencia y logró herir a uno de sus atacantes, sin embargo, murió desangrado a los pies de la estatua de Pompeyo.
De esta manera la historia de Roma dio un viraje que siguió al estallido de una guerra civil más y un sinfín de acontecimientos de sangre y muerte.
La Independencia de México no hubiera visto la gloria si Agustín de Iturbide ―primer emperador de México― no hubiese traicionado al Rey de España, al Virrey de la Nueva España y al ejército Realista ―del que era general―, uniéndose a Vicente Guerrero quien resistía en selvas del Sur casi vencido. Iturbide ―con deseos de poder― ofrece unir el ejército Realista con el Ejército Insurgente, y de esta manera, formar el Ejército Trigarante que poco después lograría entrar a la Ciudad de México en 1821, consolidando así la autonomía de México. Hay que decir que Vicente Guerrero jamás hubiera resistido el embate del Ejercito de la Nueva España, incluso estaba a punto de atacar con sus últimas fuerzas sabiendo que perdería. Cuando Guerrero recibió la propuesta de Iturbide, no le quedó otra opción que aceptar.
Las traiciones son el pan de cada día en la política. Ya no son teñidas de sangre ―algunas, o al menos no la del traidor― pero si continúan siendo un factor clave en el curso de la historia de una nación.
A principios de este año el mundo entero se escandalizaba por el método tan violento que se utilizó para dar muerte a los traidores de Jong-Un en Corea, hecho que después fue cuestionado por la supuesta falta de veracidad, y terminó como muchos actos en aquel Régimen, en el ocultismo. ¿Qué importa el método para dar muerte? La muerte en este contexto significa lo mismo. En últimos días vimos aterrorizados la decapitación de un periodista a manos de terroristas del Estado Islámico, en su afán de acabar con los no musulmanes. Cuándo se es asesinado por una causa ―justa o no― la muerte tienen la misma intención: la inocente creencia, y reitero, INOCENTE creencia ―por parte del asesino― de haber eliminado un ideal, sueño, lucha o movimiento.
La muerte en ocasiones necesaria para la vida de otros, o quizá, como dijera Julio Cortázar, recordando su natalicio hace 100 años: “Estar vivo parece siempre el precio de algo”.
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