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ÚLTIMO PISO
Gwenn-Aëlle Folange Téry*
Lunes 11 de julio de 2017
La cita es cotidiana. Por la nochecita, cuando ya no hay ni prisas, ni llamadas, ni interrupciones.
Ella es la que lo busca, la que escoge su ropa interior pensando en miradas discretas, en manos insistentes. Ella, la que llega temprano, y espera…
El ritual, porque eso es, la transporta a otro universo, uno en el que la música es importante, y el calor es húmedo.
Se oyen voces, risas, no son los únicos. La discreción del lugar es muy importante, nadie se mira a los ojos, los saludos son corteses pero breves. Menos el suyo.
Ella no sabe su nombre, ha preferido no aprendérselo. En su mente dice una y otra vez, al acercarse, no se llama Andrés, no se llama Andrés.
Él la mira directo a los ojos, sonríe, cómplice del nerviosismo que se palpa en el aire. Le da la mano, directo en su trato, y siempre, una palmadita en la espada. Y le habla de usted, respeto en las palabras, en la mirada, en los gestos. Ella sí lo tutea, ese muchacho tiene la edad de sus hijos.
La semana pasada, oyó, detrás de la pared, una voz rasposa, llena de vida, de esperanza. Imaginó un hombre de pecho amplio y descubierto, de ojos brillantes, melena echada para atrás, blanca. Sintió sobre su piel el aliento a tabaco claro, a cerveza fresca y lo vio erguirse ante sus ojos, los de la mente, los más indiscretos, los más terribles. La brisa venida de algún mar acarició su espalda y la obligaba a inclinarse, hacia él.
Y por encima del calor, se elevó la voz de una muchacha, la que a él le había tocado, pidiéndole bajar su pantalón, un poco, no todo…
Y los celos arrasaron con su mente. Había estado convenciéndose que lo de quitarse la ropa, un poco, un mucho, era un juego entre ella y el que no se llama Andrés. Que lo de las manos, miradas, alientos entremezclados, era sólo de ellos, para ella.
Única. Había creído ser única.
Decidió no regresar.
Pero corría ya el sudor por su cuerpo. Y él estaba a punto de enjugarlo, así, con las dos manos juntas, fijando la mirada en la oquedad formada en su espalda, sí, ésa, justo ahí… Y calló entonces su enojo, su miedo, su soledad y esperó. A él, lo esperó a él.
La cita entonces siguió siendo cotidiana.
Ella cierra los ojos, no soporta mirarlo mientras intenta recuperar el aliento. Sube las piernas, las dobla, extiende los brazos, las manos, los dedos, lo toca… Sufre, ¿goza?, se pierde entre gemidos y suspiros.
Él la observa, vigila el más leve movimiento de sus labios, el latido de su corazón. Y pide más, siempre más, más altas las piernas, vamos, más fuerte el soplo, sí, más, más, más. Pide con la mirada, la voz, las manos, los muslos.
Y una y otra vez, ella apoya sus pies sobre él, los levanta, los aleja, los acerca.
Una y otra vez, se inclinan los dos, juntos, hacia el mismo punto.
Una y otra vez.
Y termina. Así. Sin flores ni adornos. Porque todo termina. Siempre. Sólo sobreviven las miradas.
Él sonríe, le da la mano, firmemente, y otra palmadita en la espalda.
Y ella, dueña de sus piernas otra vez, aunque le sea difícil caminar, pasa a la caja y paga.
Una sesión más de rehabilitación física, una más.
Mañana, ella regresará. Con su ropa interior escogida, sus calcetines rosas, y el dolor en la parte baja de la espalda, sí, justo… allí.
* Gwenn-Aëlle Folange Tery es pintora y escritora.
Foto de portada: Gwenn-Aëlle Folange Téry.
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