Abandono de la plaza
Agustín Galo Samario
A nadie le queda duda que la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Politécnico Nacional son las dos instituciones públicas de educación media superior y superior más importantes que tenemos los mexicanos. En sus aulas se han formado la mayoría de los profesionales que, con los conocimientos adquiridos en sus aulas, han transformado la vida nacional. Y a pesar de los rezagos, es en gran parte gracias a ellos que nuestro país es considerado hoy entre los 25 más desarrollados del mundo.
El hecho de que ambas instituciones se encuentren desde hace pocos años en Guanajuato ha venido a dar aliento a cientos de jóvenes que no encontraban cabida en las escuelas estatales, que corrían el riesgo de engrosar las filas de la desocupación y de quedar expuestos ante la delincuencia.
Por eso es tan importante la inauguración del primer edificio de la Vocacional del Politécnico en Las Joyas. De tal cuenta que a partir de este lunes sus cerca de 800 estudiantes dejarán de deambular por escuelas prestadas y, por fin, no tendrán que volver a retrasar el inicio de clases por falta de espacios, como ocurrió este ciclo escolar.
Las esperanzas de un futuro para estos jóvenes están ahí, en esas aulas nuevas, en sus profesores y en el propio IPN, aunque a veces nuestros gobernantes parezcan no entenderlo. Porque sus intereses y prioridades lucen muy distintas a los anhelos y aspiraciones de los ciudadanos, a quienes representan formalmente.
Porque mientras en la ceremonia de apertura la directora general del Politécnico, Yoloxóchitl Bustamente Díez, pronunciaba un discurso en el que hacía énfasis en el comienzo de “una gran aventura, de una gran historia, de un gran proyecto que es formar mujeres y hombres de México para que puedan desarrollarse y crecer como seres humanos, como técnicos y profesionistas, para que sean formadores de su propia patria”, el gobernador Miguel Márquez destacaba que la construcción del plantel Las Joyas de la Vocacional “implicó un esfuerzo extraordinario: rescatar el proyecto de las cenizas, una decisión que estaba en el limbo y nos dimos a la tarea de traer las mejores obras a los que menos tienen”. No pudo dejar de mencionar que “ésta es la obra educativa más importante de mi sexenio en el municipio de León, la más representativa”.
La alcaldesa de León, Bárbara Botello Santibáñez, no dijo nada porque, simple y sencillamente, no asistió a la ceremonia. Abandonó la plaza y prefirió enviar a un representante que, él sí, se perdió en el limbo. Nadie recordará su participación en el evento, porque no dijo nada para recordar. Porque, en realidad, a la presidenta municipal no le interesó nunca apoyar el proyecto del CECyT 17, como es el nombre oficial de la vocacional. Porque, en congruencia con el rechazo que siempre le provocó la apertura de una preparatoria del IPN, las obras complementarias como la introducción de servicios y la pavimentación de la calle de acceso se retrasaron al grado de impedir que los alumnos de nuevo ingreso iniciaran clases a tiempo.
Es pues, a pesar de la importancia que tiene la apertura de CECyT 17 para los habitantes de León y del estado, un asunto que se tornó político desde el principio y que, seguramente, será utilizado como tal para ganar votos el próximo año. No es descubrir el hilo negro, habida cuenta de los usos y costumbres de nuestros políticos. Sencillamente es remitirnos a esa modernísima tradición que hace de la política un instrumento de subordinación o de imposición de unos sobre los otros. Y no, como cualquiera lo desearía, la llave maestra de la conciliación, de la capacidad de juicio, de la aptitud para el diálogo, de la capacidad para definir un rumbo que beneficie a los ciudadanos.
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