La resistencia mexicana
Elena Arriola
El reciente secuestro y -ya casi confirmado- asesinato de los estudiantes de la escuela normal rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa parece haber marcado en el ánimo colectivo del país un punto sin retorno. Para el que vive en México no es nueva la crueldad con que se comete el crimen, pues el narcotráfico nos ha hecho pasar ya los límites de la incredulidad en cuanto a saña se refiere. Pero el hecho toca nuevas fibras sensibles en la población mexicana en tanto se trata de jóvenes estudiantes, cuyo fatal “error” no fue involucrarse con el narcotráfico o cualquier otro negocio sucio sino ser políticamente activos. Más allá de esto está también el incontrovertible y desconsolador hecho de que el Estado mismo está involucrado en el crimen. Esto último, por lo demás, tampoco es novedad, pero es noticia oficial y eso sí que es cosa nueva.
La violencia en México se vuelve consuetudinaria y se acrecienta. Siempre hay en los noticieros un hecho que supera al anterior y profundiza cada vez más la sensación de descontrol total en la vida pública. Cualquiera se preguntaría ¿qué mantiene a los mexicanos funcionando? ¿cómo pueden seguir con sus vidas como si nada pasara? ¿Es este un país de héroes que retan al destino sin miedo cada día? ¿No hay una tensión justificada en la jubilada que se aferra a su bolsa en el camión de una gran ciudad, en el norteño que vive en un pueblo casi fantasma, en el asalariado que va al cajero a cobrar la quincena? Y sin embargo el país funciona. La gente va a trabajar todos los días y los niños a la escuela, haya o no peligro de ser atrapado en medio de una balacera. Más allá incluso, los mexicanos seguían siendo en 2013 los más felices del planeta, según una encuesta mundial. ¿Cómo es esta gran contradicción posible?
Y el secreto es que no se trata de una contradicción sino de dos hechos que se implican el uno al otro. La triste respuesta sería más bien que “a todo se acostumbra uno”. Si en México no hay un estallido social, una segunda revolución es porque queriendo o no el mexicano se ha acostumbrado al estado de cosas, con todo el dolor, la frustración y el temor que éste pueda causarle. No se trata simplemente del “aquí nos tocó vivir” ni de seguir la máxima de Ibargüengoitia “o te aclimatas o te aclichingas”, sino que es ante todo una estrategia básica de supervivencia. El mexicano está dolido y humillado, pero no se ha atrevido a decir un “basta” drástico simplemente porque ha medido sus fuerzas frente al peso aplastante de la miseria y descomposición que lo rodea. Sabe que no es el momento ni el camino. Ante eso decide vivir e intentar recuperar la parte de su vida que quizás pueda mantenerse a salvo de la amenaza que implica la vida pública: su vida personal, sus raíces, sus tradiciones, sus momentos, su familia. Sin embargo toda tensión tiene sus límites, su punto de quiebre. ¿Qué tanto más soportará la población mexicana?
Octavio Paz veía en la “población desocupada, pasiva, ignorante” una esperanza remota de cambio, si es que éstos lograban convertirse en “brazos que trabajan e inteligencias que piensan”. Hacia allá, hacia esa transformación urgente pero larga debe conducir el esfuerzo de esa parte de la población que por el momento sólo resiste. Es tarea larga.
Postdata: Dios los hace…
En Köln (Colonia), Alemania, se celebraron antier las bodas de odio entre ‘hooligans’ y neonazis. Los dos grupos asistieron a un mitin contra los salafistas que logró convocar a miles de participantes. El “highlight” de su noche de bodas fue voltear un vehículo policiaco, con lo que demostraron que su masa muscular está funcionando. Ya lo dice el dicho: Siempre hay un encapuchado para un cabeza rapada.
6 Comentarios
Más claro no podías haberlo dicho. Ni más cierto. Conoces al dedillo la «realidad» mexicana más que muchos que se dicen «expertos» en nuestra idiosincracia. Gracias por tus aportaciones.
Muy inmerecido y con toda alegría recibido el comentario.
Y los héroes tendrán que ser, todavía y muy complacientes, las maestras que cantan «gotas de lluvia de chocolate», porque los servidores del Estado ven un país del cual nosotros la gran mayoría somos ignorantes; su cinismo tiene que ser filosófico y su integridad seguirá siendo un misterio para los no iniciados. Le comenté a alguien sobre el caso de ayotzinapa en cuanto me enteré y me respondió muy espontáneamente que eso tenía que pasarles por enfrentarse al estado. Qué difícil.
Sí Marcos. Ese cinismo me es mucho más difícil de comprender. Sobre eso no podría decir nada. Supongo que los políticos pasan por un entrenamiento duro para dejar de percibir a los otros como iguales. Que alguien los perdone.
Felicidades Elena, es un placer leerte y una grata sorpresa el haberte escuchado. Tus palabras, «éstas y las otras», muy acertadas y oportunas; gracias por ambas. Un abrazo.
Gracias Carlos, me alegra enormemente recibir tu comentario. Te deseo siempre lo mejor.