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Alfonso Díaz Rey*
Viernes 28 de octubre de 2022
Quienes pensamos que un mundo mejor es posible, de alguna manera nos alegra y alimenta nuestra esperanza el hecho de que mediante procesos electorales lleguen gobiernos progresistas a la conducción de nuestros países. Sin embargo, la realidad y la historia han demostrado que aun cuando ciertos sectores de la población han experimentado algunos avances en sus condiciones de vida, ello ha sido insuficiente para eliminar la desigualdad, la inequidad y la injusticia que se reflejan en los lacerantes niveles de marginación, pobreza y miseria que persisten en nuestros pueblos.
Aun con esos cambios, el hecho de que la estructura económica siga siendo la misma condiciona y obstaculiza cualquier intento serio de transformación social, ya que esa estructura, basada en la explotación del trabajo humano y de la naturaleza, es el origen de los más graves problemas que padecen los pueblos.
En cuanto empiezan a ver afectados sus intereses, quienes constituyen el sector hegemónico de la clase dominante, la oligarquía, presionan de diferentes maneras para que todo vuelva a la normalidad que a ellos conviene o buscan formas de inserción a los nuevos procesos para obtener los mayores beneficios posibles.
Entre los aliados del grupo dominante se cuentan las cúpulas de los partidos políticos desplazados y la «clase» política acostumbrada a vivir y aprovecharse del erario, los grandes medios de comunicación, los representantes del capital transnacional, las cámaras empresariales e individuos o grupos que sintiéndose «clase media» albergan la ilusión eterna de algún día pertenecer al grupo de los explotadores. Mención aparte merecen, porque dan lástima, aquellos que en su condición de explotados defienden los intereses de sus explotadores, contribuyendo de esa manera a legitimar y perpetuar su condición de modernos esclavos.
Esos obstáculos que imponen quienes detentan el poder económico impiden que se cumplan los programas que pretenden resolver los problemas de la población, y la propaganda maneja los resultados como incapacidad e ineficacia de los gobiernos progresistas, por lo que en no pocas ocasiones, también en elecciones y con nuevas y viejas promesas que nunca cumplirán, retoman el control de los gobiernos para llevar a los pueblos a peores condiciones.
Lo anterior sucede cuando los pueblos están desorganizados y por ello son fácil presa de la ideología dominante y sus medios de difusión. Un pueblo organizado es capaz de enfrentar su visión del mundo y la realidad a la de los explotadores, y derrotarlos en ese terreno porque la ideología burguesa carece de sustento y argumentos que resistan una mínima confrontación con la realidad.
De ahí la importancia de la participación popular ─consciente, organizada y crítica─ en las decisiones y acciones de gobierno, que le permitan no solamente apoyar aquellas que le benefician sino poder llevarlas a sus últimas consecuencias, de modo de hacerlas irreversibles y estar en posibilidad de construir un futuro cada vez menos injusto y desigual.
Mientras, no dejemos de manifestar nuestra alegría, esperanza y apoyo crítico cuando a la conducción de nuestros países lleguen gobiernos progresistas que, sin duda alguna, serán mejores que los neoliberales. ¿Qué tan mejores?, eso depende de nosotros, el pueblo.
Vaya desde esta modesta tribuna la más cálida felicitación para Lula, por su valentía y perseverancia, así como el más ferviente deseo por su triunfo en la elección brasileña del próximo domingo.
* Miembro del Frente Regional Ciudadano en Defensa de la Soberanía, en Salamanca, Guanajuato.
Imagen de portada: Luiz Inácio Lula da Silva. | Foto: Granma.
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