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Alfonso Díaz Rey*
Viernes 3 de mayo de 2024
En un contexto en el que a nivel mundial la desigualdad, la inequidad y la injusticia representaban un serio peligro para paz, y con la explotación y despojo a los pueblos constituían las principales causas del subdesarrollo de muchos pueblos, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración sobre el establecimiento de un Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI), el 1 de mayo de 1974.
Tal Nuevo Orden se sustentaría en la igualdad, la equidad, el respeto a la soberanía y la cooperación entre todos los Estados, que además de urgente era un reclamo justo y legítimo de pueblos que aún sufren las consecuencias de más de cuatro siglos de colonialismo y neocolonialismo, condición que mediante el despojo permitió a unos pocos países obtener recursos con los que financiaron su desarrollo y, al mismo tiempo, crearon condiciones para mantener en el atraso y el subdesarrollo a quienes fueron objeto de tal despojo.
Hace 50 años surgió, brevemente, una esperanza. Sin embargo, los países capitalistas desarrollados se encargaron de evitar el surgimiento de ese Nuevo Orden, ya que iba contra los intereses del poder real: el capital monopolista.
Esas causas y las tensiones que aún provocan son producto de un sistema económico y político en el que dominan los monopolios financieros e industriales, en el que todo se ha convertido en mercancía y, en aras de la ganancia y la acumulación de riqueza, una minúscula parte de la humanidad despoja y explota al resto y destruye la naturaleza.
Desde que inició la fase imperialista del sistema, hace alrededor de 150 años, el mundo ha padecido dos devastadoras guerras mundiales y múltiples conflictos bélicos regionales cuyo principal origen ha sido el control de territorios ricos en recursos naturales o con valor estratégico en términos militares.
Al término de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) Estados Unidos surgió como potencia hegemónica militar, económica e industrial, y retomando su doctrina del Destino Manifiesto se autoproclamó defensor de la libertad, la democracia y la justicia. Desde ese tiempo, prácticamente no ha habido conflicto bélico en el mundo ─ ¡y vaya que los ha habido! ─ en el que ese país no estuviera involucrado, directa o indirectamente. En todos los casos, en defensa de sus intereses económicos, políticos y militares.
Los pueblos latinoamericanos y caribeños han sido objetivo y víctimas recurrentes del comportamiento del imperio yanqui por mantener el dominio y control de la región, que considera su patio trasero.
El cruel y genocida bloqueo económico, comercial y financiero por más de sesenta años contra la Revolución cubana, reforzado por una permanente y abrumadora ofensiva mediática, muestra al desnudo la política imperial.
Como ejemplos recientes de ese comportamiento podemos citar, entre otros muchos: el apoyo militar, político y diplomático a Israel en el genocidio que comete contra el pueblo palestino, que lo convierte en cómplice; la provocación, junto con la OTAN, de la guerra en Europa entre Rusia y Ucrania, situación que ha incrementado la dependencia económica de la Unión Europea con respecto a Estados Unidos; las provocaciones a China mediante sanciones comerciales, que buscan debilitar su economía, y apoyos políticos y militares a Taiwán
Como en los anteriores ejemplos, si intentamos analizar, aunque sea someramente, los conflictos que se dan en el mundo, veremos que en prácticamente todos está presente el imperialismo yanqui.
Hoy, además del enorme monto de la deuda externa de los países subdesarrollados, la explotación, el despojo, la desigualdad, la inequidad y la injusticia son mayores que en la década de los setenta del pasado siglo y la paz y la salud del planeta son amenazadas por la voracidad imperialista, que parece no tener límites.
El mismo desarrollo del capitalismo demuestra que mientras ese sistema sea el dominante en el mundo, los anhelos de paz, igualdad, equidad y justicia seguirán siendo eso, anhelos.
Hoy más que nunca es urgente y necesario un nuevo orden internacional. No solamente en aspectos económicos sino ambientales, sociales, políticos y democráticos, que promueva la cooperación la solidaridad y la paz entre los pueblos, con irrestricto respeto a su soberanía. Esa condición será posible alcanzarla mediante la unidad de nuestros pueblos.
¡Cambiemos al mundo de faz…!
* Miembro del Frente Regional Ciudadano en Defensa de la Soberanía, en Salamanca, Guanajuato.
Foto de portada: ONU.
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