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©Gaudencio Rodríguez Juárez*
Jueves 23 de febrero de 2023
¿Que por qué discuten? Porque pueden. Simple y sencillamente porque pueden. Y esa es buena noticia. Pues significa que su mente ha evolucionado y su cerebro ha construido las respectivas estructuras que les permiten discutir. Y es que para tal fin es necesario contar con capacidades y habilidades múltiples, tales como, riqueza de lenguaje, análisis, síntesis, visualización de escenarios, construcción de alternativas, resolución de dilemas, análisis de situaciones, argumentación y contra-argumentación, entre muchas otras.
Durante la niñez la mente y el cerebro está en evolución, pero aún no se cuenta con el tipo de habilidades arriba mencionadas, no con la sofisticación que se va logrando en la adolescencia. Claro que las niñas y niños pueden establecer una discusión, pero con relación a temas concretos, simples e inmediatos. Y su nivel de argumentación no es tan alto.
A la posibilidad de argumentar y discutir de las y los adolescentes se suman otras variables que explican por qué discuten. Una de ellas tiene que ver con la ambivalencia ante la adquisición de la autonomía e independencia en ciertas áreas de la vida. Las personas adolescentes se debaten entre la dependencia hacia sus madres y padres y la necesidad de romper con ella. Mientras que madres y padres también tienen sentimientos encontrados: desean que sus hijas e hijos sigan necesitando de ellos al mismo tiempo que anhelan que crezcan y logren volar.
Por otro lado, el desafío de las hijas e hijos adolescentes es lograr hacer un uso responsable de su libertad, tiempo y espacios ahora más grandes que los que tenían durante la infancia, al mismo tiempo que sortear los riesgos que les puedan perjudicar. Madres y padres, por su parte, tienen el gran reto de identificar la actitud parental adecuada para esta etapa de sus hijas e hijos, promover su sano desarrollo y la autonomía, al mismo tiempo que protegerlos de errores graves que puedan atentar contra su integridad.
Lo anterior se convierte en caldo de cultivo para la aparición de los conflictos entre madres/padres e hijas/hijos. El natural deseo adolescente de diferenciarse, la tarea de adquirir una identidad, así como la capacidad cognitiva y socioemocional para tomar una postura personal hacia la vida entran en choque con la autoridad de las madres y padres cuando no hay coincidencia; más aún si a esto se suman fuentes de estrés en las madres y padres asociados al trabajo, la situación matrimonial y socioeconómica, post-pandemia y sus implicaciones, etcétera.
Se puede observar que el conflicto familiar es más frecuente durante la adolescencia temprana, pero más intenso en la mitad de la adolescencia. Al inicio de la adolescencia los conflictos suelen estar asociados a tensiones propias de la pubertad, es decir, a los cambios físicos, hormonales, neurológicos, así como a una necesidad psicológica de autoafirmación. Más adelante los conflictos que se podrán sumar estarán relacionados con el deseo adolescente de autonomía.
Las responsabilidades domésticas y académicas, las salidas de casa, las citas con amigas y amigos, la manera de vestir, el uso del tiempo, dinero y redes sociales, los hábitos de sueño y alimentación, el consumo de drogas, la sexualidad, suelen ser los motivos de discusión.
En las culturas autoritarias y adultocéntricas está mal visto que las personas adolescentes cuestionen la autoridad o compartan su punto de vista, sobre todo cuando son diferentes a las de los adultos, razón por la cual es mal visto que opinen o discutan. Sin embargo, discutir no está mal, sino todo lo contrario, pues se trata de una habilidad esencial para la vida en una sociedad democrática.
El diálogo sirve para compartir e intercambiar ideas, experiencias, afectos y conocimientos. La discusión es necesaria para analizar y examinar un asunto, tema o conflicto, defender una postura por medio de argumentos y razonamientos que lleven a la solución o a la generación de acuerdos. Y en la vida se requiere capacidad para ambas cosas, para dialogar y para discutir.
Es por esto que el papel de madres, padres y docentes no consiste en inhibir dichas habilidades con métodos autoritarios, sino el de facilitar las habilidades de las y los adolescentes para que logren dialogar y discutir de manera asertiva, respetuosa, civilizada e inteligente.
* Psicólogo / [email protected]
Foto de portada: Some Tale (@some_tale) / Unsplash.
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