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Alfonso Díaz Rey*
Viernes 31 de marzo de 2023
¿Qué hay de común en la reforma al sistema de pensiones en Francia y la quiebra de grandes bancos en Estados Unidos y Suiza, o los problemas de otros bancos en Europa?
En apariencia son dos situaciones sin vinculación alguna. La primera, una reforma al sistema de pensiones de los trabajadores, que se aplica en varios países del mundo y con diversos grados de respuesta popular, y que en Francia ha ocasionado una fuerte oposición de los trabajadores; la segunda, la insolvencia de un banco cuya clientela fuerte está compuesta por grandes firmas tecnológicas, que arrastra a otras entidades bancarias en Estados Unidos y Europa.
En ambos casos el Estado interviene para salvar al capital. En el primero, y tomando como referencia lo que sucede en Francia, el Estado reprime a quienes protestan y se oponen a medidas lesivas a sus intereses, y de manera autoritaria impone una legislación para elevar la edad de jubilación y el tiempo de cotización para poder acceder a ella. En el segundo, la intervención del Estado se da en el sentido de «salvar» a las instituciones financieras con fondos del erario y brindar todo tipo de facilidades para evitarles mayores problemas.
En el centro de estos problemas, y de otros muchos, está la crisis por la que atraviesa el sistema capitalista, una crisis en la que aún no salen por completo de alguna de sus manifestaciones cuando se presentan síntomas que anuncian mayores problemas en el corto plazo. Y como en el capitalismo se privatizan las ganancias y se socializan las pérdidas, estas siempre van con cargo al pueblo trabajador.
En el caso de las reformas a los sistemas de pensiones los argumentos más comunes que se emplean para implantarlas son: los incrementos en gastos de la seguridad social ─como una carga para el Estado─, y la mayor expectativa de vida de la población. Con ellos intentan ocultar el principal objetivo de ese tipo de medidas: la explotación cada vez mayor de la fuerza de trabajo. Pretenden reducir el gasto social para destinarlo a actividades que apoyen y refuercen al capital privado; adicionalmente ─como una práctica bastante extendida─ los fondos de pensiones de los trabajadores, mediante la privatización de su manejo, se utilizan para financiar al capital privado, con grandes ganancias para las entidades financieras que lo manejan. Y ante la mayor expectativa de vida, los capitalistas usurparían ese tiempo a los trabajadores para incrementar sus ganancias, cancelándoles de esa manera una vejez digna.
En el caso del salvamento a los bancos, con fondos públicos, se trata de mantener a salvo a la columna vertebral de la actual fase del sistema, el capital financiero monopolista. De ello tenemos en México un ejemplo: el Fobaproa (1995), salvamento que al menos tres generaciones de mexicanos tendrán que pagar.
Los capitalistas, siempre con la necesidad de incrementar su tasa de ganancia y de acumular y reproducir el capital buscarán hacerlo a costa de quienes crean la riqueza, los trabajadores, ya sea mediante mayor tiempo de trabajo, con incrementos en la productividad, por la reducción de salarios reales (vía inflación), o por el manejo privado de los fondos de pensiones. Pero también por despojo y saqueo de recursos y bienes ─otrora propiedades nacionales─, subsidios con fondos o bienes públicos, corrupción, o a expensas de otros capitalistas menos fuertes o con mayores problemas.
Las contradicciones propias y las que genera ese sistema provocan cada vez mayor descontento en los trabajadores y, en general, en los pueblos; agudizan los problemas económicos, políticos, sociales y ambientales, los que en el contexto del capitalismo no tienen visos de solución. Con una agravante: la guerra como mecanismo extremo mediante el cual el gran capital ha intentado resolver sus más graves contradicciones y problemas, logrando en estos casos un cada vez más efímero periodo de «auge» ─con la reconstrucción y reposición de la riqueza destruida─, periodo en el que se intensifican las antiguas contradicciones y surgen otras que lo conducen siempre a una nueva y más aguda crisis.
El capitalismo nunca podrá evadir las crisis, pues son consecuencia de sus propias contradicciones y de las leyes que lo rigen, leyes inexorables para las que no existen formas de eludirlas. En cuanto a la guerra, mientras exista el capitalismo este peligro siempre estará latente.
Dependerá de la conciencia y organización de los pueblos para construir un mundo mejor que erradique la desigualdad, la inequidad, el racismo en todas sus manifestaciones, así como la guerra y sus causas.
* Miembro del Frente Regional Ciudadano en Defensa de la Soberanía, en Salamanca, Guanajuato.
Foto de portada: Amnistía Internacional.
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