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Vijay Prashad / Tricontinental
Viernes 23 de septiembre de 2022
Queridos amigos,
Saludos desde el escritorio del Instituto Tricontinental de Investigaciones Sociales.
En 2002, el presidente de Cuba, Fidel Castro Ruz, visitó la Escuela Nacional de Ballet del país para inaugurar el 18º Festival Internacional de Ballet de La Habana. Fundada en 1948 por la prima ballerina assoluta Alicia Alonso (1920-2019), la escuela tuvo problemas financieros hasta que la Revolución Cubana decidió que el ballet, como otras formas de arte, debe estar disponible para todos y, por lo tanto, debe ser financiado socialmente. En la escuela en 2002, Castro recordó que el primer festival, celebrado en 1960, «afirmó la vocación cultural, la identidad y la nacionalidad de Cuba, incluso en las circunstancias más adversas, cuando los principales peligros y amenazas se cernían sobre el país».
El ballet, como tantas formas culturales, había sido robado de la participación y el disfrute popular. La Revolución Cubana quiso devolver esta práctica artística al pueblo como parte de su determinación de promover la dignidad humana. Para construir una revolución en un país asaltado por la barbarie colonial, el nuevo proceso revolucionario tenía que establecer la soberanía del país y construir la dignidad de cada uno de sus pueblos. Esta doble tarea es la obra de la liberación nacional. «Sin cultura», dijo Castro, «la libertad no es posible».
En muchos idiomas, la palabra «cultura» tiene al menos dos significados. En la sociedad burguesa, la cultura ha llegado a significar tanto el refinamiento como las altas artes. Propiedad de las clases dominantes, esta cultura se hereda a través de la transmisión de modales y la educación superior. El segundo significado de la cultura es la forma de vida, incluidas las creencias y prácticas, de un pueblo que forma parte de una comunidad (de una tribu a una nación). La democratización del ballet y la música clásica por parte de la Revolución Cubana, por ejemplo, fue parte de su intento de socializar todas las formas de vida humana, desde la económica hasta la cultural. Además, los procesos revolucionarios intentaron proteger el patrimonio cultural del pueblo cubano de la influencia perniciosa de la cultura del colonialismo. Para ser precisos, «proteger» no significaba rechazar la totalidad de la cultura del colonizador, ya que eso impondría una vida parroquial a un pueblo que debe tener acceso a todas las formas de cultura. La Revolución cubana adoptó el béisbol, por ejemplo, a pesar de sus raíces en los Estados Unidos, el mismo país que ha tratado de asfixiar a Cuba durante seis décadas.
Un enfoque socialista de la cultura, por lo tanto, requiere cuatro aspectos: la democratización de las formas de alta cultura, la protección del patrimonio cultural de los pueblos anteriormente colonizados, el avance de los elementos básicos de la alfabetización cultural y la domesticación de las formas culturales que provienen del poder colonizador.
En julio de 2022, di una conferencia en la Casa de las Américas de Cuba, una institución importante en la vida cultural de La Habana y un latido de desarrollos culturales desde Chile hasta México, que se centró en diez tesis sobre marxismo y descolonización. Pocos días después, el director de Casa, Abel Prieto, también ex ministro de Cultura, convocó allí a un seminario para discutir algunos de estos temas, principalmente cómo la sociedad cubana tuvo que defenderse de la avalancha de formas culturales imperialistas y de la perniciosa herencia del racismo y el patriarcado. Esta discusión provocó una serie de reflexiones sobre el proceso del Programa Nacional contra el Racismo y la Discriminación Racial anunciado por el presidente Miguel Díaz-Canel en noviembre de 2019 y sobre el proceso que condujo al referéndum del Código de Familia 2022 (que se someterá a votación popular el 25 de septiembre), dos dinámicas que tienen la capacidad de transformar la sociedad cubana en una dirección anticolonial.
El Dossier no. 56 (septiembre de 2022) de Tricontinental: Instituto de Investigaciones Sociales y Casa de las Américas, Diez tesis sobre marxismo y descolonización, contiene una versión ampliada de esa conferencia con un prólogo de Abel Prieto. Para darle una idea de ello, aquí está la tesis nueve sobre la Batalla de las Emociones:
Tesis Nueve: La Batalla de las Emociones. Fidel Castro provocó un debate en la década de 1990 en torno al concepto de la Batalla de Ideas, la lucha de clases en el pensamiento contra las banalidades de las concepciones neoliberales de la vida humana. Una parte clave de los discursos de Fidel de este período no fue solo lo que dijo sino cómo lo dijo, cada palabra impregnada de la gran compasión de un hombre comprometido con la liberación de la humanidad de los tentáculos de la propiedad, el privilegio y el poder. De hecho, la Batalla de ideas no fue simplemente sobre las ideas en sí, sino también sobre una «batalla de emociones», un intento de cambiar el paladar de las emociones de una fijación en la codicia a consideraciones de empatía y esperanza.
Uno de los verdaderos desafíos de nuestro tiempo es el uso por parte de la burguesía de las industrias culturales y las instituciones de educación y fe para desviar la atención de cualquier discusión sustancial sobre problemas reales – y sobre la búsqueda de soluciones comunes a los dilemas sociales – y hacia una obsesión con los problemas de fantasía. En 1935, el filósofo marxista Ernst Bloch llamó a esto la «estafa de la realización», la siembra de una serie de fantasías para enmascarar su realización imposible. El beneficio de la producción social, escribió Bloch, «es cosechado por el gran estrato superior capitalista, que emplea sueños góticos contra las realidades proletarias». La industria del entretenimiento erosiona la cultura proletaria con el ácido de aspiraciones que no pueden cumplirse bajo el sistema capitalista. Pero estas aspiraciones son suficientes para debilitar cualquier proyecto de la clase trabajadora.
Una sociedad degradada bajo el capitalismo produce una vida social que está impregnada de atomización y alienación, desolación y miedo, ira y odio, resentimiento y fracaso. Estas son emociones feas que son moldeadas y promovidas por las industrias culturales (‘¡tú también puedes tenerlo!’), los establecimientos educativos (‘la codicia es el motor principal’) y los neofascistas (‘odia a los inmigrantes, las minorías sexuales y cualquier otra persona que te niegue tus sueños’). El control de estas emociones sobre la sociedad es casi absoluto, y el surgimiento de los neofascistas se basa en este hecho. El significado se siente vacío, tal vez el resultado de una sociedad de espectáculos que ahora ha seguido su curso.
Desde una perspectiva marxista, la cultura no es vista como un aspecto aislado y atemporal de la realidad humana, ni las emociones son vistas como un mundo propio o como algo fuera de los desarrollos de la historia. Dado que las experiencias humanas están definidas por las condiciones de la vida material, las ideas del destino persistirán mientras la pobreza sea una característica de la vida humana. Si se trasciende la pobreza, entonces el fatalismo tendrá una base ideológica menos segura, pero no se desplaza automáticamente. Las culturas son contradictorias, reuniendo una gama de elementos de manera desigual fuera del tejido social de una sociedad desigual que oscila entre reproducir la jerarquía de clases y resistir elementos de la jerarquía social. Las ideologías dominantes impregnan la cultura a través de los tentáculos de los aparatos ideológicos como un maremoto, abrumando las experiencias reales de la clase obrera y el campesinado. Después de todo, es a través de la lucha de clases y a través de las nuevas formaciones sociales creadas por los proyectos socialistas que se crearán nuevas culturas, no simplemente mediante ilusiones.
Es importante recordar que, en los primeros años de cada uno de los procesos revolucionarios -desde Rusia en 1917 hasta Cuba en 1959- la eflorescencia cultural estaba saturada de emociones de alegría y posibilidad, de intensa creatividad y experimentación. Es esta sensibilidad la que ofrece una ventana a algo más que las emociones macabras de la codicia y el odio.
En los primeros años después de 1959, Cuba convulsionó con tales oleadas de creatividad y experimentación. Nicolás Guillén (1902-1969), un gran poeta revolucionario que había sido encarcelado durante la dictadura de Fulgencio Batista, captó la dureza de la vida y el gran deseo del proceso revolucionario para emancipar al pueblo cubano de la miseria del hambre y las jerarquías sociales. Su poema ‘Tengo’ de 1964 nos dice que la nueva cultura de la revolución era elemental: la sensación de que uno no tenía que inclinar los hombros ante un superior, para decir a los trabajadores de las oficinas que ellos también son camaradas y no «señor» y «señora», para caminar como un hombre negro en un hotel sin que se les dijera que se detuvieran en la puerta. Su gran poema anticolonial nos alerta sobre los fundamentos materiales de la cultura:
He aprendido, a ver,
a leer,
a contar.
He aprendido a escribir,
a pensar y
a reír.
Tengo, sí, tengo
un lugar para trabajar
y ganar
lo que tengo para comer.
Tengo, a ver,
tengo lo que tengo que tener.
Al final de su prólogo al dossier, Abel Prieto escribe: «debemos convertir el significado de anticolonial en un instinto». Reflexione sobre eso por un momento: el anticolonialismo no es solo el fin del dominio colonial formal, sino un proceso más profundo, uno que debe arraigarse en el nivel instintivo para que podamos desarrollar la capacidad de resolver nuestras necesidades básicas (como trascender el hambre y el analfabetismo, por ejemplo) y construir nuestro estado de alerta ante la necesidad de culturas que nos emancipen y no nos unan al mundo llamativo de mercancías inasequibles.
Calurosamente
Vijay Prashad.
Imágenes de portada e interiores: Tricontinental.
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