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Alfonso Díaz Rey*
Viernes 31 de agosto de 2018
«Dime de qué presumes y diré de qué padeces»
Dicho popular
Declaraciones triunfalistas y contradictorias con la realidad se dieron a raíz de los recientes «avances» en las negociaciones (eufemismo con el que se alude a un proceso de subordinación en el que Estados Unidos obtiene todo lo que quiere, y en ocasiones más, de gobiernos débiles) del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, del que forman parte México, Estados Unidos y Canadá, que al final quedó en «arreglos» entre Estados Unidos y México.
Sobresalen, por su candor y cinismo, las declaraciones respecto de la defensa de nuestra soberanía energética en esos acuerdos comerciales, como si se desconociera el significado del término soberanía, en su sentido más amplio.
Dos días antes de tan desbordada alegría por esos logros, una noticia alertaba sobre el grado de dependencia del país de las importaciones de gasolina, la mayor parte desde Estados Unidos, que alcanzó el pasado mes de julio el 78.5% del consumo nacional. [1]
¿Qué país que dispone de petróleo crudo en su territorio y una industria petrolera propia puede considerarse soberano cuando importa más de las tres cuartas partes de su consumo de gasolina, sobre todo porque ha sido obligado y doblegado por el capital financiero a provocar el derrumbe de esa industria y utilizar tal condición como argumento para desnacionalizarla y transferirla al capital privado?
En similares condiciones se encuentra el sector eléctrico: «Las centrales eléctricas de CFE generaron 54.7% de la energía eléctrica en el 2016, ya que los PIE (productores independientes de energía) aportaron 27.8% y 17.5% restante fue de la producción de particulares bajo esquemas de autoabasto, cogeneración, pequeña producción, exportación, usos propios y generación del nuevo esquema».[2]
Y si analizáramos los sectores alimentario, de comunicaciones, la minería, la salud, el industrial, la agricultura, el comercial y el financiero; veríamos que la presencia del capital monopolista, en buena parte extranjero, tiene tal peso y preponderancia que impide la toma de decisiones que, favorables al pueblo, lesionen sus intereses.
En tal situación, ¿puede considerarse nuestro país libre y soberano? Personalmente pienso que pecaríamos de ingenuos si respondiéramos afirmativamente e esa pregunta.
En realidad, la soberanía, consagrada en nuestra Constitución, es un derecho del cual depende la posibilidad de ejercer todos los demás; sin su ejercicio, fácilmente pueden restringirse o cancelarse otros derechos y libertades.
Un aspecto fundamental en el que se dirime nuestra capacidad como pueblo de ejercer esa facultad y ese derecho es la lucha por la soberanía energética, que tiene como punto central mantener los recursos energéticos del país como propiedad de la nación, sin subordinación alguna a intereses particulares, locales o extranjeros.
El sector energético es, por su importancia estratégica, codiciado por el capital financiero monopolista, el que a partir de la imposición del neoliberalismo en nuestro país se ha apoderado de importantes áreas de esa industria.
Para facilitar su entrega al capital privado, el grupo en el poder ha recurrido a «reformes» de carácter regresivo a la Constitución y elaboración de leyes secundarias a modo; además de cargas fiscales excesivas, endeudamiento, corrupción y abandono presupuestal, medidas que provocaron el derrumbe productivo, técnico, operativo y financiero de ese sector; argumento que han utilizado para privatizar los bienes otrora nacionales.
Quienes proponen y promueven la entrega del sector energético nacional difunden la visión de la soberanía como un concepto anacrónico y un obstáculo a los beneficios que derraman el gran capital y las leyes del mercado. Son los mismos que han desmantelado la economía nacional y pretenden ceder las decisiones fundamentales para el país a entidades con las que mantienen relaciones de subordinación económica, política e ideológica.
La decisión con la que la mayoría de la ciudadanía acudió a las urnas el pasado 1 de julio en busca de una transformación del país, es una manifestación de la lucha por preservar y defender su soberanía. No es la primera vez que el pueblo lucha por ella y hasta ahora, con mayor o menor dificultad, ha salido victorioso.
[1] Periódico La Jornada. Domingo 26 de agosto de 2018, p. 20.
[2] García, Karol. El Economista. 04 de junio de 2017. Consulta en internet: https://www.eleconomista.com.mx/empresas/Capacidad-de-generacion-electrica-da-estiron-en-el-2016-20170604-0058.html. Fecha de consulta: 29 de agosto de 2018.
* Alfonso Díaz Rey es miembro de la Constituyente Ciudadana Popular y del Frente Ciudadano Regional en Defensa de la Soberanía en Salamanca, Guanajuato.
Foto de portada: Cuartoscuro / Archivo.
1 Comentario
Eso y más, nuestra soberanía se expresa en múltiples aspectos de la vida nacional, y la falta, merma, amenaza de la misma es así de diversa y delicada. Este nuestro país que en tantos aspectos sigue siendo subordinado en muchos aspectos esenciales para la economía y el comercio, y otros muchos en aspectos políticos y culturales, puede ejercer valientemente y con inteligencia su soberanía nacional y popular. Insistimos en ese ejercicio, aunque muchos actualmente creen que nada hay defendible ante la globalización.