El 15 de julio, el Instituto Escolha publicó una investigación con una propuesta para implementar un sistema capaz de certificar el origen del oro brasileño, frenando así su comercio ilegal, responsable de una amenaza masiva para la vida de los pueblos indígenas y los ecologistas, y también de la creciente deforestación de la Amazonia. Según el instituto, entre 2015 y 2022, Brasil exportó 229 toneladas de oro con «serios indicios de ilegalidad», lo que supone casi la mitad de toda la producción local. Se trata de una cantidad enorme, y más si se tiene en cuenta que 1 kilo de oro ilegal representa 1,7 millones de reales (327.000 dólares) en daños ambientales, según el Ministerio Público Federal de Brasil.

El mundo se ha visto sacudido por los asesinatos del periodista Dom Phillips y del indigenista Bruno Pereira. Sus muertes están directamente relacionadas con el panorama de la minería ilegal de oro en Brasil. Ahora es noticia en todo el mundo, aunque en realidad no se trata de una situación nueva: las muertes en la Amazonia son un problema constante, especialmente entre los indígenas, que se remonta a la masacre de Haximu en 1993, cuando 16 yanomamis, entre ellos mujeres y niños, fueron asesinados por mineros del oro.

Desde entonces, la situación se ha deteriorado, especialmente durante la actual presidencia de Jair Bolsonaro. La Funai (Fundación Nacional del Indio), la agencia gubernamental brasileña encargada de proteger los intereses amerindios y su cultura, ha estado trabajando junto a los turbios intereses del gobierno, y no en favor de los pueblos indígenas. La presencia del gobierno en la región del Amazonas se ha reducido, permitiendo así que los mineros del oro tomen el control. Bolsonaro también es responsable del proyecto de ley 191, que busca permitir la minería en tierras indígenas sin su consentimiento, lo que podría ser devastador para la Amazonía y la vida de los indígenas. Kora Kanamari, un líder del Valle de Javari, señaló en una carta abierta que, gracias a Bolsonaro, «desde el norte hasta el sur de Brasil, la crueldad está aumentando, ha crecido».