SOMOSMASS99
Moisés Villa*
Una ayudita
El atropellamiento ocurrió frente al templo. La mujer, tras salir de misa, caminó apenas unos metros y el encuentro con el camión pareció algo inevitable, dictado por no sé qué oscuras leyes. Las ruedas delanteras pasaron sobre ella sin apenas esfuerzo y el cuerpo quedó debajo, aplastado tras el arrastre por el pavimento, con la blusa rasgada y el vientre al descubierto, las manos juntas como aplaudiendo alguna gracia y la mirada, la mirada…
Tras el derrapar del camión los pasajeros se quedaron congelados, los brazos y los rostros rígidos por sentirse vivos tras el susto.
La tarde caía.
Las personas que miraban desde la banqueta delataban el anunciamiento fatal para los pasajeros del camión. El horror y la curiosidad de sus rostros eran claros. El camión en el que estaban aplastaba a una mujer. Entre válgames y dios míos empezó un murmullo y los pasajeros del camión comenzaron a bajar uno por uno. Al dar el último escalón, niños y adultos giraban inevitablemente la cabeza para apartarla horrorizados.
Entretanto, el chofer se imaginaba huyendo. Con las manos al volante, los puños fuertemente cerrados y los ojos fijos no pudo levantarse: la vergüenza y el horror. Después los reproches por las advertencias hechas sobre su manera de conducir. Sin duda era culpable.
Se escuchó al fondo que alguien llamaba a emergencias, el embotellamiento se empezaba a producir y todo el que venía o iba se detenía para ver el accidente. Las explicaciones de lo sucedido empezaron a circular y los paramédicos llegaron para confirmar lo que los ojos de la atropellada ya decían a todos los que la miraban.
—¡Pobre… y en miércoles!
—¡Pobre… tan chica!
—Pobre… pobre…
En el puesto de los tacos estaban algunos con el apetito ahuyentado por el repentino derrapar. Estiraban el cuello sin levantarse, intentando ver, con bocado en mano, si algo había de interesante en el bullicio. Del otro lado, en el puesto de los churros, la masa hervía burbujeante en la cacerola, llena de vida. Algo dulce pal susto, decía la churrera, aprovechando la repentina acumulación de gente.
La zona se cerró al paso y los ayes empezaron al reconocer el cuerpo, no ayes de dolor, sino de conmiseración, de lástima, pues la atropellada era, sin más, la pobre que pedía todas las tardes una ayudita.
* Moisés Villa estudió Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara. Ha sido becario de investigación en la UDG y en Plural. Escuela de Periodismo. Participó como difusor de la lectura y la escritura en el programa +Consultas de la Biblioteca del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades. Actualmente es docente de humanidades.
Fotos de portada e interiores: Pixabay.
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