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NO TODO ESTÁ PERDIDO
Agustín Galo Samario
El lunes 26 de octubre se cumplieron cuatro meses exactos del asesinato de Gerardo Nieto Álvarez, director de El Tábano, el único medio que informaba de temas políticos en Comonfort. Cuando la Policía Municipal confirmó el hallazgo del cuerpo aquella mañana de viernes de junio, su muerte violenta se convirtió en noticia estatal, nacional y mundial. Hoy nadie se atreve a nombrarla, a pesar de que se trata del primer periodista asesinado en Guanajuato.
Fue razonable que se respetara el luto de la familia Nieto y que aun las autoridades, incluido el gobernador Miguel Márquez, se pusieran a la orden de los deudos casi desde el primer día. Se había entrado a una situación tan delicada que ameritaba actuar con gran cuidado y mesura para no empeorar el ambiente de por sí tenso desde el caso de Karla Janeth Silva Guerrero. Pero lo que hizo el procurador General de Justicia del Estado, Carlos Zamarripa Aguirre, fue precisamente lo contrario: descartó a las cuatro horas que el asesinato tuviera relación con la labor periodística de la víctima y, como si quisiera alentar el amarillismo, hizo correr la versión de que todo fue resultado de una discusión entre copas. Difundió ampliamente que el homocidio ocurrió en medio de una reunión donde algunos vasos quedaron como testigos, pero ocultó que Gerardo Nieto murió sentado en la silla de su escritorio, como su hubiese sido sometido por la fuerza de por lo menos dos hombres; que en la oficina de El Tábano quedaron una gorra y un sombrero extraños; que había huellas de que el asesino (o los asesinos) tuvieron que entrar al baño para lavarse los restos de sangre que los habían manchado; que había huellas de zapatos que salían del local y se dirigían a las escaleras de salida del edificio de la plaza Nuevo Siglo; y, curiosamente, no dijo nada de la desaparición de la computadora del periodista y de una memoria USB en la que guardaba la información publicada y la que habría de publicar, objetos que no se sabe si ya fueron recuperados.
Semanas después del asesinato, desde el gobierno del estado se empezó a filtrar que Carlos Zamarripa tenía prácticamente concluida la investigación. Lo único que se deliberaba, se decía, era la forma en que se iba a dar a conocer el esclarecimiento del caso. No obstante, pasados cuatro meses nada se ha informado oficialmente. En el entorno de la familia Nieto esto ha resultado por demás injusto, toda vez que la agente del Ministerio Público encargada de las pesquibsas, Ramona Álvarez Pérez, no contesta a sus llamadas telefónicas o les da la vuelta diciéndoles que está muy ocupada. Así lo contó José Antonio Nieto, hijo del comunicador, al que con razón le parece por lo menos extraño el silencio de la Procuraduría General de Justicia del Estado y, particularmente, de los amigos de su padre.
No es raro que en el mundo de los medios de comunicación estatales haya periodistas que hacen política o, más todavía, políticos que le hacen al periodismo. Gerardo Nieto Álvarez era uno de ellos, con la particularidad de que no negaba su militancia priista y menos a sus amigos en ese partido, como tampoco hacía nada para ocultar las discrepancias que sostenía con varios de sus compañeros. Con cierta constancia, sobre todo antes y después de la jornada electoral del 7 de junio, las páginas de El Tábano lo reflejaban de esa manera.
Por eso el silencio que guardan la PGJE y los amigos priistas de Gerardo Nieto es atronador. Nada se dice, nada se menciona de las amenazas veladas y abiertas que recibió el periodista en más de una ocasión; nada, en absoluto, de la computadora y de la memoria USB perdidas; ni una palabra del intento de fabricar culpables por parte de algunos agentes investigadores. Un escandaloso silencio que por alguna razón ayudan a magnificar los medios de comunicación. La de Gerardo Nieto es una muerte que nadie nombra, pese a que el periodismo, el ejercicio de la libertad de expresión y los comunicadores son instrumentos fundamentales para cualquier sociedad que aspira a vivir en democracia.
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