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Len Grinberg* / +972 Magazine
Viernes 17 de noviembre de 2023
La ilusión de que Israel podría controlar Gaza sin cesar tiene sus raíces en un sistema político disfuncional que es incapaz de imaginar un futuro alternativo.
La matanza de 1.200 mujeres y hombres, niños y ancianos, en el sur de Israel el mes pasado, y el secuestro de unos 240 rehenes, ha dejado a la sociedad israelí en un estado de profunda mudez. Hay una abrumadora sensación de dolor, una incapacidad para articular nuestros pensamientos y una dificultad para comprender nuestra dura realidad.
Al igual que cualquier persona o comunidad que sufre de postraumático, el 7 de octubre desencadenó inmediatamente para los judíos israelíes recuerdos de traumas pasados: los pogromos de finales del siglo XIX en Europa del Este, la guerra de 1948 y, más destacadamente, el Holocausto. Los medios de comunicación israelíes también trazaron rápidamente paralelismos con la Guerra de Yom Kippur de 1973, evocando la noción de un «ataque sorpresa» para explicar el fracaso del gobierno y el ejército para estar adecuadamente preparados para tal evento.
Gran parte de este debate ha lamentado el colapso de una «concepción», una cierta interpretación de la situación sobre el terreno y del control de Israel en ella. Pero lo que se derrumbó el 7 de octubre sería mejor describirlo como una ilusión, y esa ilusión es la prisión de Gaza: la absurda creencia de que, con suficiente poderío militar, sería posible mantener a más de 2 millones de personas bajo un asedio interminable sin que ello provocara una explosión.
Esta ilusión, arraigada en la incapacidad de ver la realidad con claridad, cegó al establishment de seguridad israelí ante los recientes acontecimientos que insinuaban una alteración del «statu quo». No se dieron cuenta de que Hamás estaba construyendo su propia fuerza aérea de drones, una fuerza naval y unidades de comandos terrestres, en lugar de depender únicamente de un suministro de cohetes producidos por una industria militar clandestina. Se engañaron a sí mismos pensando que Hamás podría ser comprado con dinero de Qatar y con permisos de trabajo para unos pocos miles de trabajadores palestinos, cuando cientos de miles de otros se quedan languideciendo desempleados en la Franja.
Además, Israel no entendió la importancia del levantamiento palestino de mayo de 2021, a menudo conocido como la «Intifada de la Unidad». El levantamiento comenzó en Jerusalén con manifestaciones contra la brutalidad policial israelí en la Puerta de Damasco y la toma de propiedades palestinas por parte de los colonos en el barrio de Sheikh Jarrah, que se extendió a los palestinos que viven en «ciudades mixtas» dentro de Israel, antes de que Hamás se uniera a la refriega desde Gaza.

Palestinos sosteniendo banderas de Hamás mientras se reúnen después de la oración del último viernes de Ramadán para protestar por el posible desalojo de familias palestinas de sus casas en el barrio de Sheikh Jarrah, en Jerusalén Este, el 7 de mayo de 2021. | Foto: Jamal Awad / Flash 90.
Desde la perspectiva del grupo militante, cuando dispararon cohetes hacia Jerusalén en respuesta a las repetidas redadas de la policía israelí en la mezquita de Al-Aqsa, estaban tratando de tomar el liderazgo de la lucha palestina en medio del deterioro de las condiciones de los palestinos en los territorios bajo diferentes formas de control israelí. Y sabían que Israel respondería con la habitual política de «cortar la hierba» —bombardear duramente la sitiada Franja—, evocando así la simpatía mundial y la identificación con el sufrimiento de los palestinos en Gaza.
Nuestros líderes no entendieron que, de acuerdo con la interpretación de Hamás de esos acontecimientos, el movimiento islamista no sólo salió victorioso, sino que también logró disuadir al ejército israelí mientras unía a los palestinos detrás de su liderazgo. Nuestros dirigentes tampoco podían comprender que la política israelí de «divide y vencerás», incluso dentro de Gaza —atacar a la Yihad Islámica y al mismo tiempo indicar a Hamás que no interviniera— se interpretaría como una disuasión exitosa.
Delirios de marketing
Entonces, si la ilusión proviene de la debilidad, ¿de dónde viene la debilidad de Israel? Después de todo, es innegable que Israel posee una inmensa fuerza militar, y la retirada unilateral de las tropas y los colonos de Gaza en 2005 le valió la aprobación internacional para utilizar esa fuerza en la Franja sin restricciones. La respuesta es que la debilidad de Israel no es militar, sino política; que a pesar de los rotundos llamamientos a «dejar que gane el ejército israelí», la imagen de la «victoria» sobre un pueblo sitiado que se resiste a su subyugación es en realidad ridícula.
Esa debilidad política radica en la incapacidad de los israelíes para imaginar un camino hacia la paz a través del diálogo desde el año 2000, cuando el entonces primer ministro Ehud Barak declaró después de infructuosas negociaciones de paz en Camp David que «no hay socio». Así, durante la Segunda Intifada que estalló poco después, cuando los palestinos mataron a unos 1.000 israelíes en atentados suicidas con bombas en cinco años, los israelíes estaban convencidos de que la represalia del ejército contra los palestinos en los territorios ocupados —que mató a cuatro veces más personas en el mismo período— constituía una «guerra sin elección». Es revelador que el 7 de octubre hayan muerto más israelíes que durante toda la Intifada; esto por sí solo revela la profundidad del deterioro que llevó al fracaso total del estado el mes pasado.
La debilidad radica en nuestra incapacidad para comprender que el poder militar por sí solo es insuficiente mientras no esté dirigido por ningún objetivo político. Esto se puede ver claramente en el enfoque unilateral de Israel hacia los palestinos desde la Segunda Intifada, que encontró plena expresión en la llamada «retirada» de Gaza, que en realidad fue un redespliegue del ejército israelí alrededor de la Franja.
La retirada unilateral fue diseñada para evitar la implementación de la «Hoja de Ruta para la Paz» del presidente George W. Bush, que prometía el establecimiento de un Estado palestino para 2005. Impidió la entrada sin problemas de la Autoridad Palestina en Gaza, lo que, combinado con el bloqueo económico y el asedio, permitió la victoria de Hamás en las elecciones legislativas de 2006 y reforzó el mantra de Israel de «ningún socio».

Manifestantes palestinos se enfrentan con las fuerzas israelíes durante una manifestación en la valla entre Israel y Gaza, cerca del barrio Shuja’iyya de la ciudad de Gaza, el 19 de julio de 2019. | Foto: Hassan Jedi / Flash 90.
La retirada permitió además a Israel desconectar Cisjordania de la Franja de Gaza, creando un sistema colonial clásico de divide y vencerás, con el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, administrando Cisjordania y Hamás gobernando Gaza, ambos en total dependencia de Israel. Este control fue percibido por Israel como eficiente y evitó la necesidad de negociaciones políticas y compromisos con los palestinos.
La debilidad política de Israel también es evidente en el hecho de que, desde la retirada de 2005, han surgido varios partidos unipersonales en la arena política israelí sin visión de diálogo pacífico con los líderes palestinos: Kadima de Ariel Sharon, Yesh Atid de Yair Lapid, Yisrael Beiteinu de Avigdor Liberman y Azul y Blanco de Benny Gantz, entre otros. Ninguno de estos partidos ofrece una alternativa política al control militar sobre los palestinos, ni tienen mecanismos democráticos internos para elegir o derrocar a su líder.
Es esta misma debilidad la que convirtió a Benjamin Netanyahu en «Bibi, Rey de Israel», el más exitoso comercializador de engaños y mentiras. Todo funcionó a su favor, incluidos los partidos de la oposición, casi todos los cuales han formado parte de sus coaliciones desde 2009, y todos cooperaron con la ilusión de la prisión de Gaza.
No hay democracia
El núcleo de esta debilidad política, que alimenta la ilusión de la prisión de Gaza, tiene sus raíces en la falta de democracia en Israel en general. Se supone que la democracia fomenta el liderazgo, ofrece alternativas, reemplaza a los líderes ineficaces y permite a los ciudadanos exigir responsabilidades. Pero no hay democracia israelí mientras Israel ejerza control sobre los palestinos a través de un gobierno militar.
Los ministros de extrema derecha Bezalel Smotrich, Itamar Ben Gvir y Yariv Levin entendieron muy bien —como el rabino extremista Meir Kahane expresó ante ellos— que existe un conflicto entre la democracia y la supremacía judía, por lo que se esforzaron por aplastar la primera en pos de la segunda a través de una reforma judicial. Este es el elefante en la habitación que incluso los cientos de miles de manifestantes antigubernamentales que corearon «¡Democracia!» durante 40 semanas consecutivas a principios de este año apenas pudieron reconocer.
El ataque asesino de Hamás el 7 de octubre tenía la intención consciente de provocar la pesadilla contra la que advirtió el profeta de la ira de Israel, Yeshayahu Liebowitz: una guerra total entre Israel y los árabes, con la mayor parte del mundo simpatizando con estos últimos. Hamás sabe que sólo los fanáticos extremistas de Israel tienen un objetivo político claro, y entiende la facilidad con la que Israel puede verse arrastrado a reacciones asesinas y a escaladas de violencia debido a su ventaja militar y a su sistema político disfuncional.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ofrece una conferencia de prensa con el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, en la oficina del primer ministro en Jerusalén, el 11 de enero de 2023. | Foto: Olivier Fitoussi / Flash 90.
Hamás es un enemigo acérrimo y despiadado, pero también es astuto y decidido. Estaba preparado para las represalias de Israel, y sus combatientes están dispuestos a sacrificar sus vidas. Las condenas y manifestaciones populares en los países árabes, así como por parte de intelectuales y grupos izquierdistas en algunos países occidentales, indican que, por el momento, la apuesta política de Hamás está teniendo éxito.
Los líderes del grupo militante entienden que es imposible matar una idea o eliminar un movimiento impulsado ideológicamente, incluso si Israel logra capturar, expulsar o matar a cada uno de los que se esconden en los túneles de Gaza. También saben que la sociedad israelí no puede aceptar las pérdidas diarias de un largo período de ocupación tras una invasión terrestre.
Si, después de la invasión terrestre, el ejército no cumple con sus dos misiones declaradas —liberar a los rehenes y destruir las capacidades militares de Hamás—, la confianza pública israelí en el ejército se verá gravemente dañada. El intento de restaurar la seguridad después del 7 de octubre sólo por medios militares, sin visión de un futuro pacífico, está condenado al fracaso.
Atreverse a imaginar algo diferente
Dentro del disfuncional sistema político de Israel, es extremadamente difícil para el público recuperarse de la conmoción y el horror del 7 de octubre sin caer en la trampa tendida por Hamás. Se necesita tiempo para procesar y reflexionar. Debemos reconstruir todo desde el principio: nuestra sociedad, nuestras instituciones y nuestro sistema político. Debemos mirar la realidad con ojos claros, sin miedo, sin reacciones viscerales y sin ilusiones. Debemos mirar al adversario que tenemos ante nosotros —que también tendrá que reconstruir todo a partir de las ruinas— y distinguir entre Hamás y los dos millones de residentes de Gaza.
También debemos reconocer que, en una notable muestra de solidaridad, la sociedad civil de Israel intervino para proporcionar ayuda mutua en ausencia de instituciones estatales que funcionaran. Y no sólo los judíos israelíes; los ciudadanos palestinos se han sentido igualmente horrorizados por las atrocidades del 7 de octubre, pero también por los bombardeos israelíes de Gaza. Ellos también se están movilizando en solidaridad con los más necesitados, a pesar de la escalada de discriminación racista a la que se enfrentan por parte de las autoridades.

Manifestantes israelíes se manifiestan frente al cuartel general del ejército israelí en Tel Aviv, pidiendo un alto el fuego en la guerra contra Gaza, el 28 de octubre de 2023. | Foto: Oren Ziv / +972 Magazine.
Desde esta base de fortaleza civil, debemos insistir en la liberación de todos los rehenes, apoyar un alto el fuego y alentar negociaciones integrales para un intercambio de prisioneros. Ver la realidad con claridad también significa no caer en la trampa de Hamás al continuar con la invasión terrestre, lo que podría conducir a años de guerra de guerrillas en los callejones de las ciudades destruidas, en la superficie y en las ciudades túnel de abajo.
La única manera de derrotar la visión violenta de Hamás de eliminar a Israel por la fuerza es mostrando a los palestinos que hay una solución pacífica y que la violencia sólo puede conducir a más desesperación y destrucción. Así debe entenderse el mensaje del presidente Joe Biden cuando instó a los líderes israelíes a no repetir los mismos errores que cometió Estados Unidos después del 11 de septiembre.
Después de que la caldeada atmósfera de venganza disminuya, Netanyahu debe ser destituido del poder y su coalición extremista desmantelada. Si Netanyahu es reemplazado ahora mismo, mientras el público sigue exigiendo represalias y albergando ilusiones de victoria, la oposición que tome el poder fracasará, y eso sería un desastre. Tampoco hay necesidad de apresurarse a entablar negociaciones directas entre dos sistemas políticos que se están desmoronando, el israelí y el palestino, ya que esto no conducirá a ninguna parte.
Es obvio que se necesitan nuevas elecciones en Israel, pero es esencial el establecimiento de nuevos partidos políticos para disputarlas. Estas partes deben tener una visión integral de la sociedad israelí, que aborde tanto las divisiones internas como la convivencia pacífica con los palestinos bajo los principios de justicia e igualdad. Esto llevará tiempo; no se pueden construir partidos democráticos de la noche a la mañana. Necesitamos superar la tendencia antidemocrática de establecer partidos en torno a un líder absoluto, incluso si ese líder es popular y surge del movimiento de protesta antigubernamental o de esta guerra en curso.
Y, sobre todo, es fundamental recordar que nosotros, como ciudadanos, tenemos el poder, y ya hay suficientes organizaciones e iniciativas para llevar a cabo todo esto con razón y previsión. Solo necesitamos conectarnos con la realidad, con las personas que nos rodean y con el instinto humano natural de vivir en paz y dignidad. Acabar con la ilusión de soluciones militares es crucial, y debemos empezar a atrevernos a imaginar algo diferente. Sin esa imaginación y visión de un nuevo futuro, no hay política; o, como está escrito en nuestros textos antiguos: «Donde no hay visión, el pueblo perece».
* El profesor Lev Grinberg es sociólogo político de la Universidad Ben Gurion y autor de «Política y violencia en Israel/Palestina» (Routledge, 2010).
Imagen de portada: Soldados de reserva israelíes de la Brigada Golani vistos durante un entrenamiento militar en los Altos del Golán, en el norte de Israel, el 29 de octubre de 2023. | Foto: Ayal Margolin / Flash 90.
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