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PERSIGUIENDO SOMBRAS
Raúl Muñiz Torres
“Amy” es el documental que el cineasta Asif Kapadia realiza sobre la vida de Amy Winehouse, la atormentada cantante de soul y jazz muerta a los 27 años el 23 de julio de 2011. Conmovedor y poderoso, el repaso de la vida de Winehouse se plasma con una contundencia narrativa que hace querer a la artista y sentir una profunda fascinación por su persona.
Quienes se declaran seguidores incondicionales de Winehouse (se incluye quien esto escribe), no podrán apartar la mirada de la pantalla al darse cuenta de cómo el ascenso de Amy se traducía al mismo tiempo, en un vertiginoso descenso al infierno de las drogas y el alcohol pero sobre todo y quizá más terrible que eso, la rapiña de ciertos personajes que la rodearon en su corta y delirante carrera musical.
Su padre, Mitchell Winehouse y su esposo, Blake Fielder-Civil; aparecen en el documental de Kapadia como un par de villanos y vividores que exprimieron a Winehouse hasta su muerte. Pero la imagen de padre ausente y pernicioso que refleja el trabajo de Kapadia, no dejó indiferente al progenitor de Amy, durante el presente año, Mitchell Winehouse decidió demandar a la casa productora del documental por presentarlo como un personaje dañino en la vida de la cantante.
Quién sabe, habría varias razones para pensarlo letal, la misma Amy declara en alguna entrevista, que quien se encargó de ver por ellas fue su madre, porque su padre era prácticamente un ser invisible que estaba sin estar.
Pero más allá de los sinsabores paternos y matrimoniales, la sombra mortal de Winehouse bien podría definirse en al menos tres momentos y testimonios de sus allegados durante el documental:
En la Isla de Santa Lucía, a donde Amy Winehouse se había retirado para descansar en 2009, cierto día un par de seguidores le piden una fotografía, ella accede amable pero cuando sus admiradores se retiran, Amy le reclama a su padre (quien graba la escena) y le dice que no quiere ser un souvenir.
No era, sin embargo, el gran público el que la admiraba como un souvenir, eran las cámaras incesantes, las fotos atronadoras de todos los medios, los que la convirtieron en eso que no quería ser.
En otro momento, se menciona que de Amy todo mundo quería un poco, que todo el mundo quería arrancarle un pedazo y así era: en una de las escenas más devastadoras y conmovedoras del documental de Kapadia, Amy Winehouse se encuentra en Belgrado para un concierto.
En el escenario la esperan miles de seguidores, pero cuando Amy sube, parece desconcertada, da la impresión de no saber a ciencia cierta dónde está. Charla con los músicos que rasgan y tocan sus instrumentos para darle tiempo a Amy de ubicarse. Sonríen nerviosos, la mirada de Amy está perdida.
Voz en off, sus músicos dan testimonio y aseguran que esa noche, Amy parecía ser una persona a la que ya no le importaba nada, que estaba dispuesta a sabotear no sólo su carrera, sino también a sí misma.
Amy había sido llevada a Belgrado desde su casa en Londres, dormida, semidesmayada, ebria. Amy no quería ir pero era una superestrella, un souvenir, alguien a la que se le podía arrancar todavía mucho o al menos eso parecía.
El hecho narrado ocurrió en junio de 2011. Casi un mes después, el 23 de julio de ese mismo año, Amy fue encontrada muerta en su departamento del barrio londinense de Camden. El nivel de alcohol en la sangre de la cantante era cuatro a cinco veces más alto que el permitido para conducir.
Se podrá decir que la vida de Amy Winehouse es idéntica a la de muchas estrellas de la música, pero también es justo decir que su voz no era la de muchos, era una voz única, una voz que le llevó a decir a Tony Bennett, el último gran crooner estadounidense, que Amy Winehouse debería ser tratada y recordada como Ella Fitzgerald o como Billie Holiday. Son palabras mayores y no es la muerte la que nos hace pensar en tales comparaciones. Es haberla escuchado, es haberla visto actuar, componer, expresar.
Winehouse, grandísima Amy.
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