SOMOSMASS99
ÚLTIMO PISO
Gwenn-Aëlle Folange Téry*
Lunes 2 de octubre de 2023
¡De Iztapalapa para el mundo!
– Los Ángeles Azules[1]
Hace unas semanas, fui a dormir a casa de una amiga, onda pijamada, pero cultural porque el objetivo no era la platicada hasta altas horas de la noche, sino el conocer su barrio, su terruño.
Yo vivo en una zona residencial, en la zona conurbada de la CdMx; ella en Iztapalapa.
Fue una expedición para mí, sentí que me iba de mochilera hasta el fin del mundo, siendo que sólo me fui aquí al ladito. Sí, para llegar me llevé casi dos horas, pero fue por lo del metro y del tráfico, no por las distancias. Y sí, me sentí completamente desorientada, no lograba asimilar que seguía en la CdMx.
Ya había yo ido para allá y había sentido lo mismo, tal vez por aquello de que se ven los cerros, se pisan y de que hay magueyes altos y anchos al alcance de la mano. No sabe a gigante Ciudad demencial.
No sé dónde vives tú, no sé si la fama de ciertos lugares de la capital de México ha llegado hacia ti. Tal vez sepas que en Coyoacán vivió Kahlo y que nadie voltea ya a ver a la gente tatuada, que en Xochimilco se venden plantas y que los canales se están pudriendo, que en Las Lomas vive gente con lana y que las casas las están comprando para volverlas oficinas. Pura leyenda urbana, con fondos de verdad.
Sólo te llegan los estereotipos, igual que a mí. Porque no te llega el olor del mercado de Navidad de Xochimilco, el de las tostadas del mercado de Coyoacán o el de las banquetas recién barridas en Las Lomas. Te llegan los relatos de la violencia en Tepito y no la belleza del mercado de La Lagunilla, oyes del barullo de la multitud en el centro y no, no sabes de la belleza de los muros de sus calles ni del estremecimiento que se siente al posar las manos sobre ellos.
Y es igual, o peor, para Iztapalapa.
Porque si no te das chance de mirar de cerca, de mirar bien, pues Iztapalapa sólo es un hoyo en el que desaparecen todas las joyas…
Tengo suerte, mucha. Con esto de la escribida y artisteada, he podido conocer a personas de todos extractos sociales, económicos pero sobre todo, oriundas de mil lugares de México. Todas, orgullosas de su tierra.
En la CdMx, mucha tierra no queda, pero el orgullo se yergue en cada uno de los habitantes de ella, cada uno conoce su colonia, su barrio, su alcaldía.
Llegamos directo desde Bellas Artes, línea 8, la verde. Digo llegamos, porque mi amiga, una a la que le gusta argüir[2], me dio cita en el Palacio y de ahí nos fuimos juntas. Nos encontramos con otro amigo, escritor también, quien de repente suelta comentarios ácidos, como avinagrados[3], y la verdad fue un gustazo, porque él también ama su Iztapalapa. Fuimos a almorzar al centro, a una cafetería chica, rica, pasamos enfrente de una de las casas más viejas del lugar,-se está cayendo, pobre-, y luego nos fuimos nosotras por nuestro lado, él por el suyo, porque sí, Iztapalapa tiene varios lados.
Tomamos primero el metro y llegamos a una suerte de estrella vial, o de repartidor de gente, un punto desde el cual se pueden tomar tanto el metro,-obvio, de ahí veníamos-, como el teleférico y como el trolebús. Es el único lugar de todo México en el que se puede hacer eso, punto para Iztapalapa. Además el teleférico de Iztapalapa, cablebús le dicen, recibió un reconocimiento por ser el más largo del mundo[4], otro punto para Iztapalapa.
De allá arriba, vi casas, iglesias, cerros. Vi de lejos el famoso volcán que le da parte de su fama al lugar, en su cráter viven personas que no tienen buena reputación, ganada a pulso o inventada, no les fui a preguntar. Vi, igual que en Ecatepec, sinnúmero de murales, graffitis, obras de arte extraordinarias, aunque a diferencia de los de esa otra línea, están situados sobre las azoteas en lugar de las paredes y, sobre todo, fueron pintados por mexicanos: arte urbano en todo su esplendor.
Alcancé a ver, así rápido, varias de las Utopías, todas diferentes las unas de las otras. No te preocupes si no sabes de ellas, yo tampoco sabía hasta que me contara mi amiga: son centros en los cuales puedes aprender a vivir mejor, más, de otra manera, a apropiarte intereses diferentes. Unos consagrados más al deporte, otros al arte, uno más a la fotografía. Y no, no son museos, son “enseñadores de creatividad, de vida”. Y sí, se llaman Utopías… Les ha de haber puesto el nombre mi amigo, el iztapalense sarcástico.
Sí, el teleférico da miedito, frena como dos microsegundos al entrar en cada estación. Pero ese día, no había nubes, el viento rugía, y sentí que estaba pepenada del mástil más alto del barco más potente del mundo, descubriendo que la tierra se ve bien pinche plana y que no todo lo que existe está en la superficie de las olas.
Regresamos, nos trepamos al trolebús. Y vimos lo mismo, casi, pero de abajo. Explosión intelectual en el encontronazo de las visiones geométricas a las que fui sometida, entender que la línea vista desde lo alto era en realidad un muro y que la mancha de color del piso servía para jugar básquet socavó mis frágiles cimientos cerebrales.
Al día siguiente, después de platicar por la noche, una cosa es que no fuera a eso y otra cosa es… otra cosa, fuimos al Cerro de la Estrella, ése mismo de la procesión de Semana Santa.
Estuvimos en dos alturas diferentes, una con cruces enormes, para crucificar a los que se dejen, y otro con la cima de una pirámide. Sólo uno es el Cerro de la Estrella, no recuerdo cuál, y hoy no voy a preguntar, ando en otra cosa. Me importa lo que sentí, no la clase de geografía.
Otra vez cielo despejado, se alcanzaba a ver el periférico,-¿cómo, qué hace el peri por acá?, pensó y dijo la norteada[5] como diez veces-, los canales de Xochimilco, la Torre Latinoamericana, y chance hasta el cerro del Chiquihuite, allá por dónde vivo yo, maso pues.
Tons, cielo despejado, fuerte viento, vibras incandescentes subiendo del piso, de la tierra, vibras de devoción, ecos también de gritos, lágrimas, de borrachazos y peleas. En el cerro de las Cruces,-¡mira, igual así se llama!-, tepalcates por todos lados, desterrados por la lluvia cada año, enterrados por el pisoteo de cada año también; aire a “tierra mía, de mis ancestros”, aunque fuera la de otros, aunque la mía me quede lejos, mi amiga dándome lecciones de historia, de geografía, sin querer ver que todo se me iba a olvidar, exaltación física, ganas de volar y de fundirme con el entusiasmo interno de quienes han estado ahí y de partir, lejos, regresar al mástil del barco aquél y explicarle al mar que lo que dicen de Iztapalapa no es cierto.
Bajamos, porque así son las leyes de la física que rige nuestros cuerpos, y fuimos a un mercado de chácharas. Chachareamos, comimos, reímos. De salida, la güera extranjera se equivocó al hacer un gesto con la mano y en lugar de dar las gracias, mandó a chingar a todo un grupo de vendedores.
Se rieron.
No sacaron armas.
No nos pegaron.
Se rieron, risa sana, rica.
Y tomé el metro para regresar a casa, de Iztapalapa a Bellas Artes, -línea 8 verde-, transbordo, metro hasta Cuatro Caminos, -línea 2 azul-, y finalmente Uber, porque tenía ganas de silencio.
Silencio para poder interiorizar lo vivido: calles limpias, personas amables, comida rica, sensación muy personal de no estar en la CdMx, amistad, pasión casi mística al tocar tepalcates bajo unas cruces enormes, viento frío bajo el sol, de pie sobre una pirámide medio enterrada, aniquilamiento de prejuicios,-menos que los de otros, pero prejuicios al fin-, y tremendas ganas de llevar a toda la gente que conozco a Iztapalapa, de callar a todos los que hablan sin sa-ver, sin mirar bien.
Pero también, en la ZoNa conUrbAda de la CdMx en la que vivo, las balaceras, asaltos y asesinatos están de a peso la docena. Sí está la colonia de la Joya, en el Hoyo. Sí en Xochimilco se está pudriendo el agua, y sí, hay gente prepotente en Las Lomas. Sí, hay corrupción en ciertos círculos de personas en el mundo, sí hay indiferencia de unos a hacia los otros, sí, hay gente que asesina sin tocarse el corazón. Pero no están todos en México, ni todos en Iztapalapa, tampoco en una sola clase social o familia.
Caray, dejemos de englobar a todos en la misma visión limitante, no todo los desiertos son de arena…
El nombre del lugar al que fui no es Iztapalacra, te prohíbo volver a usar ese término.
Notas:
[1] Y sí, traen música amarrada a su nombre, dale click!
[2] Nada que ver con el tema, pero para que la reconozcas sin que yo diga su nombre en público sin su permiso. Que ella me lo daría, pero bueno, hoy no pienso pedir nada.
[3] Ja, me gusta dar pistas de personas que no conoces, por si las conoces un día y digas:”Ahhh… De él/ella hablaba…”.
[5] Yo, es una de mis personalidades, nunca sé dónde estoy.
* Gwenn-Aëlle Folange Téry es pintora y escritora.
Fotos de portada e interiores: Gwenn-Aëlle Folange Téry.
5 Comentarios
Buena crónica, muy sueltita, bien sazonada y, lo mejor, bien intencionada. Saludos a la norteña norteada (ya no tanto).
Me hiciste pasear por Iztapalapa, se me antojó conocer. Y escribo desde la Cuajimagia, que también tiene sus encantos y desencantos, su pueblo con Mercado y churros y huaraches y grandes torres que solo quitan la vista y el agua y el sabor a provincia dentro de la gran urbe.
Gracias por el recorrido.
Yo pienso que vivo en un pueblo también
Estamos como enclavados en la locura citadina
Que bueno que la sazón te cayó bien Daniel!
Buenas observaciones de mi Iztapalapa hermosa ,te faltó recorrer sus pueblos originarios ,conocer sus tradiciones y muchos rinconcitos para deleitarnos con sus leyendas etc……
Me gusta mucho como miras el mundo, con sentido de humor irónico y candidez…Muy enriquecedor este viaje a Iztapalapa que tantos no conocemos!