SOMOSMASS99
ÚLTIMO PISO
Gwenn-Aëlle Folange Téry*
Lunes 27 de noviembre de 2023
La carretera está insoportable. Llevamos más de hora y media detenidos, a vuelta de rueda a veces. Kanell[1] vomita y, acto seguido, se traga lo vomitado. No huele a nada, ni siquiera a ácido o a croquetas a medio digerir. Se acuesta, paciente pero incómodo. ¿Será un signo de que lo que estamos haciendo no es lo correcto?
El mareado también va muy incómodo, la torcedura de tobillo de esta mañana lo hace sufrir. Entiendo su deseo de sacar a Kanell a pasear por última vez, lo entiendo, pero ¿será esto un signo de que lo que estamos haciendo no es lo correcto?
Logramos pasar. Ya vimos los retenes, enormes conos de plástico rojo, es normal que la carretera esté bloqueada, están erigiendo algunos soportes de la vía para el tren Toluca-CdMx, entonces el tránsito está restringido, no puede pasar nadie por la de cuota, pero todos los de la libre llegan al mismo embudo que nosotros. Es normal sí, es común, es normal también es que no se avise, que no haya un cartelito tamaño media carta en un poste advirtiendo que el que entre no saldrá… Ni por la de cuota ni por la libre, no hay paso, si no está uno dispuesto a esperar y esperar y esperar. Lo cual hacemos, de todas maneras no hay para dónde hacerse. ¿Será un signo de que lo que estamos haciendo no es lo correcto?
Pasamos. El viento que entra por la ventanilla nos revive, me dejo despeinar con un vago sentido de excarcelación en la mente.
Kanell vuelve a vomitar, más denso, más cantidad. Y se vuelve a comer lo vomitado. Lleva con nosotros seis semanas, pero sigue comiéndose lo que encuentra, por instinto, por ser de la calle, porque sí y ya. Esta vez sí huele a algo, no a vómito ácido, pero sí fétido.
Seguimos la carreta, el Waze en un cel y el Google Maps en otro, porque no confiamos en carteles federales, por más grandotes que los hayan puesto, y porque parece que sólo se han dedicado a señalar que todos los caminos llevan al AIFA. Estamos en contacto continuo con el padre de familia que escogió adoptar a Kanell, nos recomienda cada media hora que vayamos con cuidado. Cada media hora contesto que sí, que gracias.
Nos detenemos para darle agua a Kanell. Y claro, a los diez minutos la vomita. Y no, ya no se come nada. Se vuelve a acostar, resignado, lejos de la mescolanza de croquetas, carne, bilis y agua.
Llegamos y nos da cita en la iglesia del pueblo el señor. Y claro no obedecemos, intentamos llegar a su casa. Y claro no damos, que acá ni el Waze ni Google saben dónde estamos. Llamamos, pero tampoco hay señal. Se ve la iglesia muy cerca, pero el coche no puede pasar por los maizales. Regresamos, vuelta a la derecha y llegamos. Y llega también él y llegan también dos nenas. Y un chingo de perros. Y esos perros se ven bien comidos, cuidados, amistosos, es más, saludan, lamen caras y manos, son felices, acogen a Kanell como si de toda la vida lo conocieran.
Nos vamos todos en carro a casa de la nueva familia de Kanell. Claro, voy sentada atrás en el vómito, para que nadie más se ensucie. Los perros que iban por la calle nos siguen, salimos del pueblo, tomamos una calle de tierra y piedras blancas y llegamos. Vemos vacas por el camino y a Kanell le explico qué son.
Le pido al señor M. que él baje a Kanell del coche, que se sienta que él lo está acogiendo, que de él es de quien se tiene que enamorar. Y el can se emociona, todo huele, el maizal está a dos metros y ya, ya quiere ir a olerlo todo y a cazar topos. El chino, perro hermoso de ojos azules, se lo lleva a ver detrás de la casa y Luna, la perra Luna, lo deja oler su cara, con mirada de no se te ocurra olerme el culo, porque te muerdo.
Estamos contentos, sí. Pero desgarrados por dentro. Las niñas bromean con su papá, se ve que no es de los que golpean o hablan feo, los perros corren, van y vienen y Kanell es amarrado, porque la noche va a caer y hay que llevarlo con correa a conocer todo antes de soltarlo para “que sepa dónde es su casa”. Duele.
Duele porque lo queremos y porque, después de todo, no sabemos cómo lo van a tratar. Y porque se va a sentir abandonado, otra vez. Rechazado, no-querido.
Y nos vamos. Tan envueltos en la emoción por haber llorado al abrazarlo que se me olvida dejar el carnet de vacunación, que se me olvida que en la bolsa traigo un juguete para él, que no pregunto el nombre de las niñas. El señor M. lo abraza y nosotros nos vamos.
Llegando a la carretera, presiono al mareado: dime que hicimos bien, por favor, dime que estará bien. Y me consta lo que yo ya pensé, que si los perros, que si las nenas, que si las fotos de perfil del hombre en redes sociales. Y por fin, puedo llorar, llorar más fuerte, llorar con sollozos. El mareado dice que no puede llorar, pero que se siente bien pinche.
No regresamos por la carretera de cuota, ni por la libre, tomamos otra. Y sigo chille que chille, me quedo sin respiración a veces, por más que sepa que es bueno que Kanell aprenda a reconocer los topos de narices floreadas y que se dé cuenta por él mismo de que los perros tan grandotes que vimos son vacas, y que no, que esos no juegan por los maizales.
Yo voy pensando que lo mejor sería no hacer nada nunca, no ayudar, no sacar perros de terrenos baldíos, no hablar, no salir. Que si no hace uno nada, no llora luego. Que además tal vez lo que se hace acaba siendo para mal, que todo es culpa mía por haber salido de noche a socorrer a un perro que estaba llorando, hace poco más de un mes. Que mejor debería de quedarme viendo tele, evitando las noticias claro, y quedarme callada, y no cocinar, ni pintar, ni escribir, ni bordar, sólo no hacer nada, que cuando haces algo sufres. Que lo mejor es hacerse güey o hacerse pato según la tesitura de tu voz o lo ancho de tu espalda.
Me termino el rollo de papel de la guantera. Porque cuando lloro, moqueo, y cuando moqueo, me sueno y si sigo llorando, pues más duro moqueo y con más ganas de romperlo todo me sueno. Puedo entonces medir mis lloraderas: bah, no fue nada, sólo me limpié con el dorso de la mano, o sí, sí estuvo cabrón, el rollo de papel se terminó.
Debajo de un puente, oscuro, antes de la parte montañosa llena de curvas y altos pinos, se oye un tronido. Nuestra llanta, la delantera derecha, no se ponchó, explotó, reventó. Caímos en un bache cuya responsabilidad de señalización ha de recaer sobre los mismos que no ponen carteles cuando cierran una carretera. Salimos del coche, y claro, digo en voz alta: ¿Será un signo de que lo que estamos haciendo no es lo correcto?
Yo estoy en pleno alucine sin hongos, sin alcohol, sólo siendo yo, viendo el puente, la oscuridad de la noche cayendo ya, y esperando que el relámpago divino de alguien en quién no creo me parta en dos, nos parta a los dos, serían cuatro pedazos, total al coche ya se lo echó, no creo que lo haga explotar, ya cumplió.
Baja el mareado del coche, cojeando duro, y al momento de preguntarle si ¿será un signo de que lo que estamos haciendo no es lo correcto?, se detiene un coche, un taxi, sale un señor y ofrece ayudar. Aceptamos rápido, el mareado no puede, está cansado, -llevamos más de 6 horas en el trance-, se siente pinche y su querida esposa está pensando en castigos divinos en voz alta.
El señor taxista en tres minutos cambia la llanta, me acerco, le tomo el brazo y lo aprieto, llorando, explicando que ha sido un día duro y que pensé que nos estaban castigando. Se ríe y contesta en tono alegre: No, lo que pasa es que les mandaron un ángel.
Es señor que no se hace ni güey ni pato, por lo visto.
Seguimos la ruta. Tenemos comida prevista, que viendo la hora ya es cena. Voy pensando que me voy a echar un tequila, y luego otro, y chance hasta un tercero.
Nos perdemos, el mareado está confiando en su copiloto, yo, y a la copiloto le da un mareo de los que acostumbra, se le cae el cel, no puede hablar, solo detenerse de la puerta porque, para ella, el coche está cayendo por una barranca. Pasa, porque todo pasa, siempre.
Llegamos. El mareado cojea, camina lento. Yo caigo en los brazos de un hombre, explico que no trajimos el postre, y lloro. Y luego en los brazos de una mujer y lloro, sin hablar. Ese hombre y esa mujer acaban de perder a una de sus compañeras de vida, saben lo que no digo.
Y por fin, los brazos de mi hija son los que me cuidan y puedo decir: Kanell, Kanell, Kanell. Y Hannah, también Hannah.
En el espacio de dos semanas perdimos a dos compañeros de vida:
Hannah Banana Split Mutuquetas Pachoncita degollada por una jauría de perros callejeros y Kanell, Kanelloni, Caín, Cam, Le Can, Le Mec, el Canelo que encontró una familia y espacio para ser libre.
La casa está en calma…
Nota:
[1] Resumen de los capítulos anteriores: https://www.somosmass99.com/de-condimento-extra/
* Gwenn-Aëlle Folange Téry es pintora y escritora.
Foto: Gwenn-Aëlle Folange Téry.
2 Comentarios
digamos que fuera yo una alma en el cielo y que tuviera la oportunidad de bajar a la tierra como un perro. Inicialmente un perro callejero que dejan abandonado en un terreno baldío. Pero, prontamente, una mujer, como alma de dios me rescata, me trae a su casa, me da de comer, me quiere. Y después, al darse cuenta que no puede conmigo porque soy un perro con muchas energías, me encuentra un nuevo hogar fabuloso. En ese hogar, voy a tener muchos compañeros de juego, un par de vacas, un par de niñas pequeñas y juguetonas y un hombre con corazón grande. Y claro que está el camino de mi casa adoptiva a mi casa permanente en el que vomito varias veces y en el qué mi madre humana me apapacha y me da agua.
como alma en el cielo, no dudaría yo en bajar a la tierra, considerando que esta vida de perro valdrá la pena. porque inicialmente estaría yo en casa de personas bondadosas. Después, llegaría yo a mi casa permanente en que también estaría yo en casa de personas bondadosas. Y además, soy una alma aventurera y que aventura no?
Ay! Qué difícil!! Pero seguramente Kanell será muy feliz con sus nuevos amigos y su libertad. Un abrazo Gwen !!