SOMOSMASS99
Emma Aguado
Lunes 9 de enero de 2017
Me levanté muy temprano este segundo domingo del año para continuar mi lectura sobre “El feminismo y la filosofía de la cultura en México” de la filósofa formada en la Universidad Michoacana Rubí de María Gómez Campos[1] e inevitablemente tuve que detenerme para reflexionar sobre la calidad de educación en Guanajuato invitada por lo que la autora refiere que ocurría en México a mediados del siglo XIX con las mujeres y la educación. La conexión parece improbable pero ahora explico la causa que me llevó a este breve análisis que les comparto.
Por aquellos años la mayoría de las mujeres que habitaban este país era analfabeta y ante los avances científicos en el mundo sumados al progreso de la revolución industrial, en una era que había adoptado al Positivismo como una de las ideologías favoritas, los intelectuales mexicanos de la época parecían coincidir en que era importante generalizar la educación sin tener mucho en cuenta si se instruía a indígenas, negros o mujeres, (por mencionar sólo algunos grupos explotados de la época) ante el retraso evidente en el que se sumergía la nación. Fue así como se vieron sumidos en una disyuntiva centrada en la mujer: ¿Cómo educarla sin emanciparla? Por aquellos años los movimientos feministas en Estados Unidos y Europa estaban cobrando cada vez más importancia, incluso los movimientos sufragistas y anarco sindicalistas liderados por mujeres se veía impelidos a tomar medidas muy radicales para hacer valer sus ideas como las bombas, los incendios y hasta los suicidios. Pero la mayoría de los hombres en nuestro territorio coincidía en que las mexicanas debían mantener su estatus de reproductoras y madres ante todo, alejadas de cualquier tipo de idea que las “masculinizara”. Así fue como decidieron estratificar la educación: mientras los hombres recibían instrucción especializada y de calidad acorde a la época que se vivía, (o tenían mayores oportunidades para viajar y educarse en el extranjero), las mujeres se sometieron a escuelas en donde se les enseñaba a leer y a escribir, pero también se les educaba para ser buenas madres de familia, al mismo tiempo que adquirían un oficio como costureras o cocineras, enfermeras o educadoras, que las mantenía cercanas al ámbito de la familia o supeditadas a las decisiones de algún hombre o incluso sacerdote (aunque la educación positivista renegara de la religión por lo que hicieron a un lado los conventos y las ocupaciones religiosas para las mujeres). Así fue como los intelectuales de época, hombres por supuesto, decidieron qué tipo de instrucción debía tener la mujer acorde a sus propios intereses.
La conexión entonces de lo que pasaba entonces con las mujeres y lo que pasa en México, pero particularmente en Guanajuato, por estos tiempos me pareció inmediata. Se han empeñado nuestros gobernantes y particularmente nuestros secretarios de educación, en decir que en este país la educación es para todos y todas, además de jactarse en construir nuevas escuelas en zonas cada vez más alejadas. Sin embargo el nivel de la educación, igual que la de la población misma, se planea de acuerdo al nivel económico y ese maquiavelismo es justamente lo que sigue remitiendo al pasado. Digan lo que digan, se necesita más que un milagro para que un joven jerecuarense nacido en la comunidad de La Virgen, una de las más desoladas del sureste de la entidad, vaya a estudiar a una universidad de prestigio como Harvard o se gradúe en la Universidad Iberoamericana. Así las escuelas estén promoviendo concursos de robótica y los lleven a China o a Estados Unidos a conocer la NASA, los jóvenes de más bajos recursos ya tienen un destino trazado: ser obreros calificados en las empresas japonesas, chinas, coreanas, alemanas, (estadounidenses ya no se sabe) que demandan sus servicios en esta entidad. No importa si los encargados de las políticas públicas siguen defendiendo el argumento de que están creando empleos y promoviendo la educación, me queda clarísimo que su estrategia es y ha sido desde hace por lo menos 30 años, una estrategia bien pensada para mantener los privilegios de unos cuantos que sí pueden acceder a mejores escuelas que les garantizan una mejor vida en base a salarios que muchos de estos obreros egresados en Guanajuato no verán en su vida. Sólo los dueños de las empresas, los altos funcionarios y todos esos buitres especuladores que giran a su alrededor se llevan las grandes tajadas, y como dicen por ahí, “la historia se repite”. Y la pregunta que entonces surge en mi mente es: ¿cómo educar para emancipar?
[1] “El feminismo y la filosofía de la cultura en México. El sentido de sí”, Rubí de María Gómez Campos, editorial siglo XXI, 2012.
Foto de portada: Ilse Huesca / Cuartoscuro.
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