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Carla Cejudo
Desde niña quiso dedicarse a la escritura como una forma de volar, evolucionar, transcender, compartir, gozar, sentir. Esta idea la motivó a estudiar periodismo, donde descubrió que quería compartir lo interesante y valioso de la vida. Al llegar a los cincuenta comenzó un tiempo de introspección sobre sus anhelos: verse sentada con una pluma y un tintero en una pequeña buhardilla… con mitones, escribiendo sobre las pasiones y sentimientos del ser humano. Las revistas En sentido figurado y La llama azul han servido de marco de varios cuentos de su autoría, así como la revista digital Elocuencia. Su microcuento Decepción fue publicado en Los 100 mejores minicuentos de la cuarentena, compilados por Ruth Pérez Aguirre, XIV Festival Palabra en el Mundo, Ediciones Hturquesa Cartonera. Ha participado en diversas Antologías editadas por la Academia Literaria de la Ciudad de México, donde en la actualidad se desempeña como coordinadora de su programa digital. Su sueño primigenio ha encontrado eco en el taller literario GestaCuentos, que dirige en coordinación con Guillermo Torres; el taller tiene acuerdos con algunas páginas para publicar los cuentos gestados en el mismo. Participa como organizadora de la FENALEM.
El uniforme de deportes
Mayo de 1979 fue caluroso; ese día vestía el uniforme de deportes de la escuela: short y playera blanca. Hacíamos un trabajo artesanal de tejido con palma, para el día de las madres. Para que no se quiebre la palma debe permanecer húmeda, así que nos organizamos para ir por agua. Cuando fue mi turno, la maestra me alcanzó, me llevó al baño y me dijo que permaneciera ahí. Me prestarían una falda porque me había manchado. Pero sobre todo para informarme que, a partir de ese momento y para evitar accidentes, no podría ir vestida de modo tan inconveniente a la escuela.
Aunque era la primera vez, yo ya sabía lo que pasaba. Mi única frustración era que mis compañeros me esperaban con el agua; imaginé que no podrían continuar y no terminaríamos el trabajo.
Después de una eternidad, llegó la directora con las dichosas toallas sanitarias. Cuando regresé al salón la actividad artesanal se había suspendido. La maestra no permitió que nadie hablara y nos mantuvo trabajando el resto del día.
A la salida mi novio se rio mucho porque la falda prestada era enorme. Nuestro noviazgo consistía en platicar en el transporte escolar y disfrutar de paletas de hielo y chocolates. Convencíamos al chofer para bajar en la tiendita cerca de mi casa.
Mauricio era menor que yo, él cursaba cuarto y yo quinto de primaria. Todas las tardes platicabamos horas enteras por teléfono; el tema no importaba, era la sensación de sentirse querida, escuchada, de saberse importante para alguien, lo que me despertaba sensaciones desconocidas, pero maravillosas.
Lo triste comenzó al siguiente día: mi mejor amiga, Paloma, me dijo que había platicado con su mamá lo sucedido y entonces le prohibió enérgicamente hablar conmigo: porque yo ya era una mujer y estaba demasiado desarrollada; supongo que por eso mi mente pensaba diferente a la de las otras niñas, porque yo ya tenía novio y todo eso. Total, que yo no era normal.
También me dijo que la perdonara. Nunca entendí bien de qué exactamente; su mamá le dijo que estaba muy preocupada por mí, que hablaría con la mía, con la mamá de Mauricio y también con la directora de la escuela, para decirle que el chofer de la camioneta nos permitía bajar a comprar dulces. Tampoco comprendí cómo se relacionaba todo.
Yo era una niña de 11 años. Esa señora habló con todos, pero conmigo nunca dirigió palabra alguna.
Mauricio me había acompañado ese año escolar; después de lo sucedido me preguntaba si dolía o si me sentía extraña. También me decía que ahora lucía más linda que antes. Sin embargo, a los pocos días, recibí una carta de él: “Siempre te querré; mi mamá no me deja ya hablar contigo, dice que ya estás grande. A mí me da gusto que sea así, porque pronto serás como los adultos y podrás hacer lo que quieras”.
La carta venía dentro de una cajita que traía un dije en forma de manzana y una pulsera de flores amarillas y rojas, ambas las conservo hasta la fecha.
El uniforme de deportes se transformó en un pants azul marino. Al chofer lo cambiaron justo antes de terminar el año escolar. A Paloma nunca la volví a ver.
Foto de interiores: Pixabay.
1 Comentario
Felicidades. Extraordinaria historia. Todos los sueños se cumplen.