SOMOSMASS99
Emma Aguado
Lunes 23 de enero de 2017
No sé si ustedes se sienten como yo, un tanto aturdida por esta vorágine informativa que ha provocado el ascenso de Trump al poder en uno de los países más influyentes de la tierra. Y aunque no es la primera vez en la que nos vemos inmersas, ahogados, invadidas, sometidos quizá, al torbellino mediático, pido un segundo de reflexión para pensar siquiera por un instante sobre lo que está pasando, así, a bocajarro como dicen, al menos para seguir adelante pisándole los talones a la información. Permítanme entonces reflexionar lo que considero susceptible al análisis y al debate inmediato como escritora interesada en los movimientos feministas.
El pasado sábado 21 de enero, apenas unas horas después de que Trump se convirtiera en presidente de Estados Unidos de América, uno de los países todavía más influyentes del mundo, miles de mujeres en todo el orbe, pero particularmente en suelo norteamericano, salieron a expresar su antipatía por este personaje que demostró en su campaña poseer una preocupante herencia misógina.
Aquí me permito recordarles, sobre todo a las nuevas generaciones, que esto de salir a las calles para las mujeres y expresar nuestras ideas tal como lo vimos el sábado con tanta fuerza, no siempre ha sido así. Jack Holland en su libro “Una breve historia de la misoginia” nos recuerda que la primera manifestación pública registrada en la historia encabezada por mujeres fue en Roma en el año 42 a. C. cuando unas 1,400 señoras de clase alta se vieron afectadas por una disposición dada por el entonces triunvirato integrado por Marco Antonio, Octaviano y Marco Lépido quienes deseosos de hacerse ricos pensaron en cobrar impuestos a las mujeres exigiéndoles sus joyas, por supuesto que el anuncio generó gran descontento, pero no todas lo manifestaron. Entonces la valiente Hortensia, hija de un gran orador llamado Quinto Hortensio, alzó la voz en tribuna para reclamar lo que consideraba injusto debido a que nunca se les tomaba en cuenta para decidir y menos aún para ocupar espacios en la asamblea. Esta breve pero significativa afrenta pasó a la memoria desafortunadamente como una anécdota simpática dentro del gran calado de la Historia Universal. Tendríamos que esperar mucho tiempo, hasta el siglo XIX en la época del movimiento sufragista, para ver otra vez a los grupos de mujeres saliendo de sus hogares y alzando la voz públicamente por defender sus derechos. Y justo esta distinción entre la apropiación del espacio público y el sometimiento al privado ha sido esencial para entender al feminismo.
Amelia Vancárcel[1] por su parte, nos recuerda en un breve ensayo que el ostracismo que han vivido los movimientos feministas a lo largo de la historia no ha evitado sin embargo, que la filosofía política por lo menos fije su atención en ellos, aunque fuera en algunos casos de manera sesgada. Y ha sido gracias a que las demandas de las feministas se han llevado a la esfera pública, justo donde se ejercita la política. Así feminismo y política se han tomado de la mano desde sus inicios. A partir de la Ilustración sus voces adquirieron una mayor claridad sobre todo porque la demanda por la igualdad caló muy hondo en el corazón y la mente de muchas de ellas, a pesar de un tipo de pensamiento liberal que vendría a continuación y que exigía una vez más que las mujeres se quedaran en casa, un pensamiento que por cierto en la actualidad sigue siendo influyente en distintos grupos de talante conservador, como el que representa Donald Trump, personaje central de las demandas de este fin de semana.
Así pues, como muchos, este sábado me asombré viendo por la pantalla de mi computadora a miles, miles y miles de mujeres (qué hermosas se veían) haciendo uso de su derecho a protestar ganado a pulso por quienes nos precedieron en la lucha, en decenas de ciudades norteamericanas y en el mundo tomando el rosa como su distintivo, (un color que por cierto a las feministas repugna en buena medida porque simboliza la opresión que por años se ha ejercido a través del color) , todas esas mujeres de pronto convertidas en “masa” gritando consignas contra un hombre que ha demostrado su odio y falta de respeto hacia las mujeres, en una manifestación que aunque parece tardía, y muchos decimos ya para qué, no deja de ser importante debido a que hizo manifiesto el número creciente de descontento que hay en ese país.
Pero ahí donde se presentan las masas, debe haber siempre preguntas. Elias Canetti, pensador universal, ganador del Nobel de Literatura, judío, vivió en carne propia la experiencia nazi y al igual que otros intelectuales de su época quedó irremediablemente asombrado y entristecido por el poder avasallador que puede alcanzar “la masa”. Así, escribió un libro que se llama justo “Masa y Poder”, en donde entre otras, cosas nos recuerda el miedo que el ser humano tiene de ser “tocado”, es decir, esa incomodidad que provoca el roce con un cuerpo desconocido, cuando abordamos el transporte público por ejemplo, que es patente en casi todos, pero que curiosamente desaparece cuando nos convertimos en masa: un conglomerado humano que estalla y que incluso tiene hambre de destrucción de todo aquel que no esté integrado en su circunferencia: poderosa es la masa, también irracional porque además se siente perseguida y el impulso puede llevarla a matar. De igual modo, la masa influenciada por un ser humano como Hitler, en este caso como Trump, ayuda a alcanzar el poder y concreta el odio en fascismo. La masa insuflada por el desprecio, también sale a las calles y puede fácilmente ser manipulada.
¿Por qué apelo al tema de las masas en esta expresión política de las mujeres norteamericanas que a primera vista parece muy legítimo?
Debo confesar que me conmovió mucho escuchar de lejos los breves discursos del cineasta Michael Moore, de la cantante Alicia Keys, de Madonna, de la actriz Scarlett Johansson, de Ashley Jude, de Charlize Theron, de América Ferrera, que tomaron la tribuna para cantar, recitar poemas y lanzar consignas contra el nuevo presidente del país vecino, en donde además vimos desfilar con ellas a otras tantas actrices que tanto estamos acostumbrados a ver en nuestras pantallas y en días previos incluso en diversos escenarios Barbara Streisand y Meryl Streep hicieron lo propio.
Claro que todas estas figuras emanadas del mundo del espectáculo y que se han vuelto parte de la cultura norteamericana exportada a otros países pesan mucho en la manera de pensar de millones de personas, incluídas las mujeres: llenan estadios, abarrotan salas de cine, venden revistas, perfumes, ropa, imagen, son asediadas a donde quiera que van, muchas quieren ser como ellas, pero estas figuronas del show business trabajan para un patrón en muchos casos: Hollywood. Según escribiera Fréderic Martel en su libro Cultura Mainstream, el mundo hollywoodense es un conglomerado de intereses que son velados por la Motion Picture Association (MPAA) desde Seúl, Río de Janeiro, Tokio, México, hasta por supuesto Estados Unidos. La MPAA incluye a Disney, Sony-Columbia, Universal, Warner, Paramount 20th Century Fox, además de lo que gira en torno a ella que son decenas de empresas satelitales que viven del mundo de “la fantasía” como creadoras de artistas, directores, guiones de cine, vestuarios, maquillajes, producción, cazatalentos, etcétera, etcétera, etcétera. Hollywood es uno de los giros empresariales más redituables de Norteamérica generando millones y millones de dólares al año y que además tienen extensiones por todo el mundo. Quienes han sido sus representantes como Jack Valenti tuvieron su despacho justo enfrente de la Casa Blanca ni más ni menos, este tipo de hombres de negocio multimillonarios han estado acostumbrados, y así lo han requerido además, a negociar con políticos, a financiar sus campañas, usando incluso a sus propios actores y actrices como representantes ante legisladores para “dialogar” con ellos y defender lo que conviene a su provecho. Clint Eastwood, Robert Redford, lo hicieron alguna vez. En México por ejemplo cuando se intentó aplicar una cuota de pantalla para proteger a la industria de cine local ante la invasión hollywoodense, un empresario conocido como Steve Solot se vino a vivir a nuestro país y desde aquí coordinó toda una campaña contraofensiva ideada desde el despacho de Valenti y con apoyo del Congreso de Estados Unidos para hacer fracasar este impuesto y lograr que sus películas circularan con plena libertad. Lo lograron, Cinepolis lo sabe mejor que nadie. Con este antecedente y con la participación de artistas emanadas de esta estirpe encabezando la protesta, me pregunto qué intereses está pisando Trump en Hollywood, ¿está intentando también cobrar impuestos por exportar sus películas?
Ante este panorama es preciso preguntarse también, ¿cuántas de estas artistas, oradoras, anti Trump, se representan a sí mismas o a intereses menos evidentes a simple vista? Hemos visto que el activismo en los últimos años se ha convertido para estos personajes en un modo de mantenerse en la escena pública y les genera dividendos. Curiosidades de la vida: muchas de ellas se consideran pro Clinton, cuando justo esta mujer representa valores antidemocráticos que generaron aversión de la gente que no votó por ella. No dudo de la buena voluntad de muchas de las mujeres (y hombres también) que marcharon este sábado, no dudo de su activismo sincero y de sus ganas de ser libres y respetadas, pero no dejo de pensar en todo lo que no alcanzamos a ver a simple vista y que puede convertirnos en masa idiotizada que en el peor de los casos encuentra bellas las palabras de un Trump, de un Hitler, de un Franco, de un Peña o lo que sea, y vota por ellos desconociendo el futuro que nos depara. In God ¿we trust?
[1]Feminismo y Filosofía, editora Cecilia Amorós. Editorial SINESIS S.A., Madrid España, 2000
Foto de portada: eldiario.es
1 Comentario
Excelente artículo. Duda, duda. Tratar de ver más allá de lo evidente. Aunque -lo confieso- no se que pueda haber más allá. Hay que estar pendientes.