SOMOSMASS99
Laura Cuevas*
Miércoles 7 de marzo de 2018
Leandro Valle Martínez o Leandro del Valle Martínez, qué joven era al momento de su muerte, sólo 29 años y ya con grado de general, qué joven insisto. Y qué vieja y descuidada luce esta calle de Celaya que para honrarlo lleva su nombre.
Comienzo a recorrer la calle Leandro Valle en la esquina de Hidalgo y Mina en lo que es el Barrio de Santo Cristo. Lo primero que atrae mi vista son las paredes altísimas rematadas con cornisas de cantera del antiguo edificio que a principios del siglo XX fue un hospital y ahora es la primaria pública Nicolás Bravo en el turno matutino y la Benito Juárez en el vespertino. Vaya ideas, un mismo edificio con un nombre por la mañana y otro distinto por la tarde.
Al caminar junto a este edificio es evidente como el paso de los años y el descuido de los que dirigen las escuelas que en él se albergan, así como el abandono de la escuela pública en nuestro país, han hecho estragos en su construcción: enjarres y pintura cayéndose, expresando de esa manera, callada pero persistente, que muchos años han pasado, se han ido pero aún sigue en pie. Siento cierta tristeza y nostalgia por algo que no fue mi tiempo ni mi espacio pero que he aprendido a apreciar.
Enfrente otro edificio de construcción menos añeja pero en peores condiciones: abandonado y en ruinas, con basura sobre la banqueta, es evidente que sus momentos de gloria han pasado. Llego a la esquina de Leandro Valle con Quintana Roo. A unos metros de la escuela Nicolás Bravo, sin importar que se violen leyes y reglamentos, faltaba más, para eso existe la corrupción en México, está una cantina: “Bar Montecarlo”, de su interior un bullicio leve se escapa hacia la calle. Aún es hora muy temprana, ya tiene clientes.
Sigo, aparecen otros negocios, venta de fungicidas, auto lavado, dentista, salón de belleza, tacos El Chango, tapicería. Estoy en la esquina de Leandro Valle con Manuel Doblado, en la contra esquina un Oxxo. Siempre que paso por ahí recuerdo que en el estacionamiento de esta negociación, no hace mucho, mataron a balazos a un joven, pintaron una cruz blanca en el lugar donde cayó su cuerpo, la cruz se fue borrando, ya no está pero yo recuerdo el lugar donde estaba y no sé por qué procuro no caminar sobre ese espacio.
Al recordar a este joven anónimo asesinado, víctima de la violencia que impera en nuestro país, no puedo evitar que venga a mi mente el otro joven del que hablé al principio, del dueño del nombre de la calle: de Leandro Valle. Cuánto tiempo y cuánta diferencia entre las circunstancias de esas dos vidas.
Qué común es decir: “te vas por Leandro Valle”, “está en Leandro Valle” y qué poco se conoce de este héroe. Su biografía es corta porque nació en febrero de 1833 y fue asesinado en junio de 1861, pero las justas en las que participó para apoyar la causa liberal en la Guerra de Reforma le dieron honor y un lugar entre los héroes nacionales. Su personalidad era la de un joven con talento. Ingresó al colegió militar a los 11 años, su padre también fue militar. A los 14 años participó en la lucha contra los polkos. Vivió la invasión norteamericana de 1847, y fue hecho prisionero junto con Miramón en las redadas del 13 de septiembre mientras defendía el Castillo de Chapultepec. Le gustaba escribir poesía e incluso redactaba artículos para un diario. Protegió a Juárez cuando éste era perseguido por Landa en Guadalajara. Recibió el grado de general a los 26 años, a los 28 fue electo diputado por Jalisco y encargado del Comité de Salud Pública.
La calle prosigue y con ella los comercios se continúan unos tras otros: tiendas de artesanías, pastelerías, una fonda… banquetas sucias con basura y excrementos de perro por aquí y por allá. Casas de fachadas tristes, carnicerías, reparadoras de calzado, misceláneas. Paredes viejas, paredes grafiteadas que dejan ver ladrillos de otras épocas: los mochetones, los adobes, enjarres cayéndose, en fin una calle que es la imagen de la vida cotidiana de este sector de la ciudad. He pasado el cruce de Leandro Valle con Albino García, los automóviles que circulan en el sentido de la calle hacia el norte, levantan polvo aunque no van a alta velocidad, a partir de este punto la calle sufre una transformación: una reparación de tuberías en ambas aceras. Ello, en consecuencia, provoca montículos de tierra tepetate, zanjas en las que hay que cuidar no meter un pie, trabajadores con sus herramientas laborando entre coches y transeúntes. Y es así que en medio de este trajín estoy ya frente al templo del Señor de la Piedad. Está cerrado, empolvado su portón de madera, las plantas de los costados, los autos que están en el pequeño atrio, todo lo cubre el polvo. Junto al templo, el anexo que antaño fue una escuela de religiosas y albergó al seminario Diocesano antes de construir el actual.
Unos pasos más y ya estoy en el gran atrio del templo de Santiaguito, el que hace esquina con la calle de Galeana. Qué sorpresa desagradable: los grandes laureles del atrio se están secando, los dos primeros ya son leña, otros se ve que tendrán el mismo destino. ¡Qué alguien haga algo! Me detengo y me siento en una de las jardineras que rodean uno de los laureles agonizantes, en frente de mí la fuente inmóvil, seca. Recuerdo el tiempo -no hace mucho- cuando me senté una tarde en ese lugar y disfruté de la hermosa vista que ofrecían estos árboles que eran todo verdor.
Ahora entre estos laureles moribundos se me viene una idea a la cabeza ¿por qué no pusieron aquí una estatua del joven Leandro Valle? De esa forma se le conocería aunque fuese de vista. Al mismo tiempo pienso que no puede ser, es el atrio de un templo católico; ni más ni menos que el Templo de Santiaguito, de tanta tradición en Celaya.
En la esquina, frente al atrio de los laureles agonizantes, se ve una tienda de productos esotéricos. Ésta tiene en la entrada una impactante estatua de tamaño natural de la Santa Muerte. Avanzo, cruzo la calle Hermenegildo Galeana, los trabajos de excavación en las aceras continúan, igual el polvo. Ya estoy en el tradicional Barrio de Tierras Negras, paso Los Aztecas que es la calle del mercado Cañitos.
Ya me acerco al final, dejo atrás las últimas calles transversales a Leandro Valle: la Dr. Roberto Rivas, Liborio Crespo, Salvador Zúñiga y Figueroa que conforman pequeñas manzanas, hasta llegar a la vía del tren, donde ya se ve la colonia Las Américas. En este punto es inevitable evocar la delincuencia que le ha dado fama a este conglomerado, así como los recurrentes asaltos al tren. ¿Seremos capaces de cambiar esta situación de violencia algún día?
Y ahí termina la calle de Leandro Valle. Así como un día de junio de 1861, en plena juventud terminó la vida de este personaje, cuando en una campaña militar con la que buscaba vengar la muerte de Zuloaga y Degollado fue emboscado en el Monte de las Cruces, apresado y fusilado por la espalda como si fuese un traidor. No lo merecía porque si una virtud fue constante en la vida de Valle, ésta fue la lealtad. Leal siempre a la causa liberal, que fue su única bandera. Y para más prueba, leal hasta a su amigo de infancia que ya en la juventud se pasó al bando de los conservadores: Miguel Miramón, a quien cumplió su promesa de procurar a su familia. Hombres así no se matan por la espalda. La orden del fusilamiento fue dada por el terrible conservador Leonardo Márquez «El Tigre». La carta que Leandro escribió para su familia antes de morir nos da idea de la grandeza y dignidad de este hombre:
“Papá y madre queridos, hermanos todos: Voy a morir porque ésta es la suerte de la guerra y no se hace conmigo más que lo que yo hubiera hecho en igual caso, por manera que, nada de odios, pues no es sino en justa revancha. He cumplido siempre con mi deber; hermanos chicos, cumplan ustedes y que nuestro nombre sea honrado, como el que yo he sabido conservar hasta ahora.”
Después del fusilamiento vino el escarnio. Leonardo Márquez cuyo rencor no tenía fin, ordenó colgar el cuerpo ya sin vida de Leandro Valle y ponerle el letrero “Ministro de salud”. Vicente Rivapalacio escribió una oración fúnebre conmovedora en la que denuesta la forma en que se le dio muerte a Valle.
Su cuerpo fue rescatado y trasladado a la Ciudad de México, donde antes de ser inhumado se le rindió homenaje en el Palacio del Ayuntamiento. En 1869 se colocó una estatúa en su honor en el Paseo de la Reforma.
La vida de Leandro Valle es ejemplo de lealtad y lucha, bien haría a nuestros jóvenes conocer más acerca de hombres como él, verdaderos héroes que no están en el cine o la televisión sino en la historia de nuestro país. Es un honor que nuestra historia haya sido forjada por hombres de semejante calibre, nuestro deber es no olvidarlos como ofrenda de agradecimiento.
* Esta es una colaboración del Colectivo Miguel Hidalgo de Celaya, Guanajuato, al que pertenece la autora.
Foto de portada: Google Maps.
1 Comentario
Gracias ! hasta parece que voy caminando contigo, y reviviendo esa calle donde yo naci y creci, y todavia esta la casa de mispadres. Es verdad, pocos conocen la historia de Leandro Valle, y tambien estoy de acuerdo que remodelen la escuela Benito, ya que es una antiguedad. Gracias nuevamente por compartir.